Cherreads

Chapter 7 - Capitulo 7:experimentos inhumanos

Capítulo 7:El tren abandonado

El tren vibra débilmente al moverse sobre los rieles oxidados. Afuera, el bosque se traga la poca luz que queda. Adentro, el silencio tiene filo, como una hoja que corta sin avisar.

Rebecca y Richard avanzan por el vagón comedor, pisando con cuidado entre los restos de lo que alguna vez fue un espacio elegante. La linterna tiembla levemente en las manos de ella. Las mesas están volcadas, platos rotos salpican el suelo de moqueta color burdeos. El aire huele a óxido, humedad... y carne vieja.

—¿Escuchaste eso? —murmura Richard, deteniéndose en seco.

Un ruido sordo. Un golpe seco. Luego, nada más que el murmullo del tren avanzando en la oscuridad.

Se acercan con cautela a una puerta metálica entreabierta. Richard se asoma primero, con el dedo en el gatillo.

El siguiente vagón está sumido en sombras… pero hay algo. Movimiento. Ruidos entrecortados. Una pelea. Una lucha desesperada.

—¡Basta! ¡Quítamelo de encima! ¡AHHH! —Una voz masculina, rota por el dolor y el miedo.

Richard empuja la puerta con fuerza. El haz de su linterna atraviesa la penumbra por apenas un instante… pero es suficiente.

Un hombre de complexión atlética, vestido con un uniforme de presidiario, yace en el suelo. Tiene esposas rotas colgando de una muñeca y el rostro desencajado. Dos perros lo atacan sin piedad. No son animales normales. Sus cuerpos son una amalgama grotesca de carne desgarrada, colmillos expuestos y ojos lechosos. La piel cuelga en jirones como trapos mojados. Uno le muerde la pierna con furia, arrancándole tendones. El otro le destroza el rostro con dentelladas frenéticas.

El hombre grita, escupe sangre, se arrastra… pero es inútil.

—¡Richard! —grita Rebecca, con los ojos abiertos por el horror.

Richard reacciona. Dispara. Una bala. Otra. Una cabeza canina explota contra la pared metálica, salpicando sangre negra. El segundo perro levanta el hocico ensangrentado y gruñe, sus ojos fijos en ellos. Se prepara para lanzarse… pero una ráfaga lo tumba. Cae entre espasmos y convulsiones, hasta quedar inmóvil.

Rebecca corre hacia el cuerpo del hombre, aún con la respiración entrecortada.

Demasiado tarde.

El pecho del presidiario sube una última vez... y luego se detiene.

Sus ojos, vidriosos, permanecen abiertos, fijos en un punto invisible. Terror y rabia congelados en su rostro. Sus labios se mueven débilmente, pero solo emiten un borboteo de sangre.

Richard se arrodilla y le toma el pulso.

—Ya no respira.

Rebecca observa su ropa hecha trizas, el uniforme cubierto de barro y sangre. Algo brilla en el bolsillo rasgado. Un nombre apenas visible: Coen.

—¿Quién… quién era?

—Tal vez un prisionero fugado —dice Richard en voz baja.

El silencio vuelve a envolverlos.

El tren vibra bajo sus pies, indiferente a la muerte que acaba de reclamar otro cuerpo.

Rebecca se incorpora lentamente. Su mirada sigue fija en el cadáver. Le cuesta tragar saliva.

—No tenía oportunidad… ni siquiera aquí dentro.

—Ya no importa —responde Richard, con la voz ronca—. Ahora nosotros tenemos que sobrevivir.

Avanzan hacia el siguiente vagón. Las luces parpadean con intermitencia, como si la electricidad también estuviera temblando. Las paredes están manchadas de sangre, como si alguien hubiese sido arrastrado con violencia. El tren sigue en marcha, pero no hay señales de maquinista. Ni un solo pasajero vivo.

Rebecca susurra:

—¿Quién diablos pone en marcha un tren así?

—Alguien que no pensaba volver —responde Richard.

Cruzan la puerta automática. La siguiente sección parece un vagón de primera clase, pero algo no cuadra. Los asientos están vacíos, los portaequipajes abiertos. Una maleta cae de uno de ellos con un golpe sordo. Está cubierta de sangre.

Richard la patea a un lado sin decir palabra. Rebecca alumbra cada rincón con su linterna, la tensión en sus hombros como un cable a punto de romperse.

Entonces, un sonido.

Primero un zumbido bajo. Luego, un chirrido viscoso, como si algo inmenso se arrastrara por el metal. El suelo tiembla.

—¿Oyes eso? —pregunta ella.

Richard asiente con el rostro endurecido.

El chirrido se transforma en un estruendo. Algo pesado. Algo que raspa. Algo vivo.

Una sombra enorme se perfila al fondo del vagón. Es negra, brillante, con extremidades largas y afiladas, y un cuerpo segmentado que se ondula con una amenaza silenciosa. Ocho patas. Un aguijón curvo golpeando el techo.

—¿Eso es… un escorpión? —balbucea Rebecca, retrocediendo con los ojos desorbitados.

El escorpión mutado atraviesa la puerta metálica con una violencia brutal. La destruye en una lluvia de fragmentos. El aguijón impacta contra el techo, lanzando chispas. La criatura emite un chillido agudo que retumba en sus oídos.

Richard dispara. Las balas rebotan contra su caparazón, dejando grietas pero sin detenerlo. Rebecca cae, rueda a un lado. El aguijón se clava justo donde ella estaba un segundo antes.

—¡Vamos, Rebecca! ¡Muévete! —grita Richard, cambiando el cargador con una rapidez desesperada.

Ella se pone de pie como puede, jadeando, los ojos llenos de terror. El monstruo avanza con movimientos torpes pero devastadores, aplastando asientos, lanzando espuma blanquecina por la boca.

—¡Por aquí! —Richard la empuja hacia la puerta trasera. Dispara al pestillo, lo revienta. Ambos atraviesan la compuerta justo cuando el escorpión embiste, haciendo crujir toda la estructura del vagón.

Fragmentos metálicos llueven sobre ellos.

Rebecca se estrella contra la pared del siguiente vagón. Su corazón late con una fuerza insoportable. Mira a Richard. Él sangra por el hombro, pero sonríe con furia.

* Interior del tren, vagón de laboratorio oculto*

La puerta tras ellos se cierra con un chirrido metálico. El escorpión queda del otro lado, golpeando la compuerta, pero no puede pasar. Las paredes reforzadas aguantan... por ahora.

El silencio regresa, pero esta vez no alivia. Pesa.

Richard se sujeta el hombro herido, respirando entre dientes. Revisa su cargador. Rebecca se apoya contra la pared, el pecho subiendo y bajando sin control.

—¿Estás bien? —pregunta Richard, sin mirarla directamente.

—No. Pero sigo aquí. Eso cuenta, ¿no?

Richard asiente. Sus ojos recorren el nuevo vagón.

Ya no es un vagón de pasajeros.

Es un laboratorio.

Frascos rotos. Tubos de ensayo con líquidos oscuros. Monitores parpadeantes. En las paredes, placas con el emblema de Umbrella Corporation. El aire apesta a formol, químicos y muerte.

Rebecca se agacha y recoge un documento cubierto de sangre seca.

—Informe de cultivo… T-Virus, lote 12-Alpha. Estaban haciendo pruebas aquí mismo. En movimiento.

—¿Umbrella? —Richard lee por encima de su hombro—. ¿Esto es suyo?

—Sí. Es lo mismo que encontré en los informes filtrados. Investigación biológica móvil. Este tren no es solo transporte. Es un laboratorio rodante.

Richard enciende un monitor. La pantalla chispea. Una grabación se activa. Imágenes en blanco y negro: científicos con trajes NBQ inyectan un fluido verdoso a un mono enjaulado. El animal convulsiona… y luego se lanza contra los barrotes con tanta fuerza que se rompe los huesos.

—¿Qué demonios hacían aquí? —murmura Richard, con el ceño fruncido.

—Ensayos vivos. Sin control. No les importa cuántos mueran, siempre que obtengan resultados.

Un sonido interrumpe la tensión: un golpe leve, luego otro.

Detrás de una cortina quirúrgica, algo se mueve.

Richard apunta con el arma. Se acercan con cautela.

La cortina se agita. Un suspiro. Algo húmedo. Algo vivo.

Richard la aparta de golpe.

Una criatura humanoide se desploma hacia adelante. Desnuda, cubierta de llagas, su rostro no está terminado. No tiene ojos. Su piel está abierta, inflamada. La boca se abre… y deja salir un grito mudo.

Rebecca retrocede, a punto de vomitar.

—¡Está vivo! ¡Es un…!

—¡Apártate! —grita Richard, y dispara.

El proyectil atraviesa su cráneo blando. El cuerpo cae como un muñeco roto, temblando hasta quedar quieto.

Silencio. De nuevo.

Rebecca se cubre la boca con una mano. Mira a su alrededor. Ya no siente miedo. Siente ira.

—Esto ya no es un accidente —susurra—. Esto es inhumano. Juegan con la vida de las personas como si no valieran nada…

Richard no responde. Solo aprieta los dientes y recarga su arma.

El tren sigue avanzando.

Y el infierno aún no ha terminado.

More Chapters