Habían pasado diez minutos desde que Alex cerró los ojos, esperando que Elara entrara en la habitación.
Joder... ¿cuánto tiempo se tarda en limpiar tres malditos cuencos?, pensó, la impaciencia royéndole por dentro. Mierda... mi pene está actuando mal otra vez... Parece tener vida propia.
Clic.
Crujir.
De repente, el sonido de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos lujuriosos. Una voz cálida y familiar se deslizó en la habitación cargada de silencio.
—Hmm... ¿Ya están dormidos? —murmuró Elara en un susurro apenas audible.
—Sí. Quizás Alex está muy cansado hoy —respondió Rina, su voz somnolienta.
Elara suspiró suavemente. "Bueno, siempre trabaja más de lo que debería. Como Alex ya está dormido, me pondré el camisón tranquila".
En el momento en que esas palabras tocaron sus oídos, una oleada de calor eléctrico se le disparó directamente a la entrepierna. Su respiración se entrecortó mientras todo su cuerpo se ponía rígido como una tabla, fingiendo con todas sus fuerzas la inmovilidad del sueño.
Deslizar...
El sonido suave y embriagador de la tela deslizándose por la piel desnuda le provocó un escalofrío lento y perverso que le recorrió la espalda. Sus párpados se entreabrieron apenas un milímetro, una rendija suficiente para capturar una imagen que le cortó la respiración y le hizo palpitar el corazón a golpes contra las costillas.
El cuerpo desnudo de Elara estaba bañado por el resplandor dorado de la lámpara de aceite, sus suaves curvas esculpidas por la luz danzante. Sus pechos voluminosos se mecían con un balanceo hipnótico al menor movimiento, los pezones oscuros, deliciosamente rígidos y ligeramente invertidos, se erizaban en el aire fresco, provocativos, una tentación que gritaba por ser acariciada, mordisqueada. Los suaves pliegues de su vientre bajo, marcados por la vida y la maternidad, la hacían aún más atractiva, más madura, más real.
Lo único que cubría su cuerpo era una braguita ajustada de color morado oscuro, que ceñía sus caderas generosas como un marco pecaminoso. Mechones sueltos de vello púbico oscuro y rizado se asomaban por los bordes elásticos, una exhibición cruda y sin filtros de feminidad primaria.
Entonces, como para torturarlo hasta el límite, un aroma dulce, almizclado y terriblemente íntimo comenzó a impregnar el aire, denso y embriagador. No era perfume artificial; era ella. Su esencia natural, una fragancia primitiva que despertó al depredador dormido en lo más profundo de Alex. Era como si su cuerpo liberara feromonas deliberadas: una invitación abierta, primal, para que el hombre en la habitación la tomara allí mismo.
Alex apretó los puños bajo la sábana áspera. Su pene palpitaba con furia contra la tela de sus pantalones, una presión insoportable que ansiaba liberarse, clavarse en esa carne expuesta.
No, Alex. Control. Respira..., se ordenó a sí mismo, conteniendo a duras penas el hambre animal que lo atenazaba por dentro. Las tendré a las dos... pero todavía no. Primero, debo probar la habilidad. Confirmar si funciona.
Si el Toque de Lujuria funciona... las haré mías poco a poco. Convertiré a la madre en mi mujer sumisa, y a la hermana en mi amante secreta. Mamadas furtivas bajo las sábanas, comidas de coño a escondidas en el bosque... y muchas cosas más perversas. Jejeje.
Sus dedos se hundieron más profundamente en las sábanas mientras permanecía inmóvil, una estatua de deseo contenido. Observaba a través de sus pestañas, esperando, acechando, hambriento como un lobo al acecho.
...
"Voy a apagar las luces..." anunció Elara en voz baja, ya enfundada en un camisón blanco de tejido fino que apenas ocultaba sus formas. La habitación se sumergió en una oscuridad casi absoluta cuando la llama de la lámpara se extinguió con un leve chasquido.
"Buenas noches." Murmuró Rina, girándose hacia la pared.
"Buenas noches." Respondió Elara con una sonrisa audible en su voz mientras se acomodaba pesadamente en el colchón, de espaldas a Alex, su enorme trasero presionando involuntariamente contra su costado a través de la delgada tela.
Alex abrió lentamente los ojos, adaptándose a la penumbra. Estaba rodeado, acorralado entre dos siluetas femeninas, dos enormes traseros que ocupaban su espacio personal en la cama compartida. El calor corporal de ambas lo envolvía, una manta viva de tentación.
Joder... No veo casi nada, pero las siento. Las huelo. Pensó Alex, la excitación convirtiéndose en una urgencia insoportable. Ahora o nunca.
Con movimientos calculados, infinitesimales, como los de un ladrón en la noche, Alex deslizó sus manos desde su propio cuerpo. La izquierda avanzó sigilosamente hacia la curva donde la cadera de Rina se fundía con su nalguear firme bajo el camisón. La derecha buscó, con la precisión de un misil guiado por el instinto, la redondez generosa y caliente del trasero de Elara, apenas separado de él por centímetros de tela.
Vale, vale... Un pequeño toque bastará. Solo necesito contacto piel con piel, o al menos a través de la tela, para activar la habilidad. Alex pensó, la concentración haciendo sudar sus sienes. Con un último ajuste imperceptible, posó las yemas de sus dedos sobre sus blancos: la mano izquierda sobre la nalga derecha de Rina, la derecha sobre la izquierda de Elara. Lo hizo con la excusa perfecta en mente: si alguna despertaba sobresaltada, podría farfullar una disculpa por un "toque accidental" en la oscuridad durante el sueño.
¡Activar: Toque de Lujuria (F)! Ordenó mentalmente, con la fuerza de un grito ahogado, apuntando a ambas mujeres simultáneamente.
La reacción fue instantánea. sintió un drenaje frío en su centro, como si su mana v fuera succionado. [MP: 99 -> 69]. El costo por dos activaciones simultáneas era brutal.
Pero el verdadero espectáculo comenzó en la cama. Dos inhalaciones agudas, casi sincronizadas, rasgaron la oscuridad. Rina, frente a él, se estremeció como si una corriente eléctrica le recorriera la espina dorsal, un gemido ahogado escapándosele de los labios entreabiertos. "Mmmh...". Su cuerpo se arqueó ligeramente hacia atrás, presionando su trasero de manera más consciente, más buscadora, contra la palma de Alex.
Detrás, Elara dio un respingo casi imperceptible. "¿Huh...?". Su trasero, antes relajado contra él, se tensó por un segundo... y luego, inexplicablemente, cedió. No se apartó. Al contrario, hizo un movimiento lento, casi de amasamiento, frotando sus nalgas contra la mano de Alex con una fricción deliberada, como si buscara más contacto a través del camisón. Un suspiro profundo, cargado de algo que no era sueño, salió de sus labios.
Alex contuvo la respiración, sus dedos temblando ligeramente sobre sus dos blancos. La habitación, antes llena del silencio del sueño, ahora vibraba con una tensión nueva, eléctrica, carnal. El experimento había comenzado. Las presas, sin saberlo, ya estaban en el camino del cazador.