Cherreads

Chapter 2 - Capítulo 2: La Emboscada y el Desencadenante

Capítulo 2: La Emboscada y el Desencadenante

La tarde se estiraba, lánguida y gris, arrastrando consigo la poca luz del sol que, una vez más había sido cubierto por las nubes plomizas, trayendo consigo así un clima triste y melancólico que a Alex le resultaba profundamente desagradable.

Pero no había nada hacer nada ante ello, el clima era así, le gustara o no. La escasa luz de la tarde se desvanecía rápidamente, el frio, implacable, comenzaba a aumentar lenta y constantemente, mientras que el poco calor que el día apenas había logrado reunir comenzaba a amainar con cada instante.

El color comenzó a teñir el cielo en el horizonte de tonos oxidados y violáceos mientras el viento cortarte de la tarde, ante la falta del poco calor que proporcionaba el sol, sacudía y se filtraba a través de la pobre, vieja y desgastada ropa del niño, sintiéndose para el - a pesar de la costumbre - fina como el papel, comenzando a helarle los huesos y haciéndolo temblar de forma casi imperceptible.

El se frotó los brazos, pero la fricción contra la tela poco hizo para calentar su ya delgado cuerpo.

Alex POV

Hoy es mi cumpleaños, once años, un número como cualquier otro, pero no por eso menos significativo. Hoy voy a hacer último intento, mi gran apuesta. Voy a escapar nuevamente del orfanato. Esta no es la primera vez. He perdido la cuenta de cuántas lunas he visto tras esas rejas. Siempre me he preguntado, como es que me encuentran.

Cada vez que consigo escapar. Es como una maldición, que me arrastra de vuelta a la misma celda de siempre.

No tengo la fuerza de un adulto y ellos son muchos más que yo, con sus caras aburridas y miradas de cansancio que prometen otorgarte un castigo si te atreves a intentar ser libre.

Pero, aun así, a pesar de todas sus ventajas, yo he logrado salir. Varias veces de hecho. Me he escabullido entre las ventanas rotas con olor a humedad y moho, por agujeros entre las vallas que se encontraban mescladas con la maleza, incluso me escondí en un camión de lavandería sucia una vez, envuelto entre sábanas que olían a lejía y sudor.

Pero entonces, ¿Por qué cada vez que despierto me encuentro de forma inexplicable, de vuelta en el mismo colchón apestoso de la cama del orfanato? No lo sé, es algo que hasta el día de hoy no he podido resolver. En cierta forma, me obsesiona un poco.

Es como si alguien les ayudara, como si supieran siempre donde estoy. Como una fuerza invisible tirando e los hilos. Si es así bien, pero… ¿Por qué enviarme de vuelta? La comida es mala - cuando hay comida, claro –. Los niños pelean todo el tiempo, se desgarran por cualquier tontería, cualquier migaja o sitio más cómodo cerca de la estufa, y los mayores se creen con el derecho de tenerlo todo, como si el simple hecho de haber vivido durante más tiempo les diera carta blanca para intimidar y dar ordenes a los más pequeños.

A esta edad, nadie nos quiere adoptar. Los bebes regordetes y las niñas con hoyuelos en el rostro son los primeros en irse, nosotros, que ya hemos pasado por mucho, tenemos caras manchadas y miradas de cansancio a pesar de nuestra corta edad, somos invisibles.

A los adultos del orfanato no le importamos lo suficiente como para prestar verdadera atención; siempre y cuando sigan recibiendo el dinero que les da el gobierno por mantenernos en su propiedad, mientras no estemos muertos, para ellos todo está bien. Somos solo números en sus libros y pequeñas ganancias en una cuenta de banco que lleva años acumulándose.

Quizás alguien, en algún lugar, todavía tiene la esperanza de que yo sea adoptado, tratado con amor en una familia, tener padres, tener un lugar al que llamar hogar. Pero eso no es lo que quiero, no creo en esos cuentos de hadas, no existen finales felices para gente como yo. No busco amor y atención.

Ahora, solo busco comida suficiente para vivir hasta la semana siguiente, una meta simple pero difícil. Ropa decente para pasar el invierno sin que me castañeteen los dientes todo el maldito día. Y quizás, solo quizás, uno que otro libro. Después de todo, un libro es un escape silencioso, un viaje que nadie puede quitarte, un refugio en el que puedes desaparecer por horas.

Hoy había conseguido deslizarme fuera de la vista de la matrona, lo cual no fue nada difícil puesto su atención, si es que alguna vez la tuvo, estaba siempre en otro lado, probablemente absorta en el televisor o en el humo gris de sus cigarros baratos. A veces vienen algunas personas a “visitar”, usualmente parejas recién casadas que no pueden o no quieren pasar por la molestia de tener hijos biológicos. Suelen llevarse a los niños más pequeños, los bebes o a los más lindos, aquellos que saben cómo fingir una sonrisa encantadora. Pero hoy no ha venido nadie. La soledad se cernía sobre el patio. Las luces de la calle comenzaron a encenderse, parpadeantes y débiles, como ojos cansados en la oscuridad que se cierne.

Es mi cumpleaños, pero no hay tarta, no hay velas y por supuesto, no hay regalos, ni los esperaba. Nunca he celebrado en mi cumpleaños, pero siempre lo recuerdo, al menos desde que aprendí a ver los números en el certificado que registraba el día en que me encontraron.

De ser posible, me gusta ver a las estrellas y el cómo iluminan nuestro cielo. El cielo es oscuro usualmente, oculto por una manta gruesa de hollín y contaminación lumínica, una combinación que genera una niebla sucia alzándose a la altura de los edificios.

Pero de vez en cuando, si tengo suerte y las luces de la ciudad fallan por un instante, un milagroso apagón, o el cielo se despeja un poco de la mierda a la que solemos llamar ciudad, puedo vislumbrar un pedazo de ese lienzo en el cielo, aquel que a mis ojos parece infinito, como un manto oscuro salpicado de diamantes, tan sencillo, pero a la vez tan bello.

No conozco sus nombres, ni sus significados, no sé de constelaciones ni mitos, pero creo que hay algo, más allá esperándome, creo sinceramente que mi vida podría ser algo más que solo… esto.

Creo que puedo ser más, mucho más.

Buscando un poco de paz y tranquilidad en la creciente oscuridad, fui hacia un almacén abandonado, que se encontraba cerca de los límites del distrito. Era un refugio momentáneo, mi refugio, un lugar donde las voces molestas y estridentes de otros niños no podían alcanzarme, un santuario personal, un lugar donde poder estar solo y, a veces, de tener suerte, ver el cielo a través de las ventanas en el techo. Este era mi lugar seguro.

Pero esta vez, mi instinto, que siempre me había acompañado tanto en peleas para saber cuándo golpear y cuándo correr, como para discernir si un entorno podía ser peligroso o no, mi fiel compañero, falló estrepitosamente.

El aire se volvió pesado, con una carga desconocida que oprimía mi pecho y con un olor ligeramente dulce pero principalmente metálico, como a sangre seca, que me erizó los pelos de la nuca. Un escalofrío me recorrió la espalda.

Debí haber corrido en ese momento, la puerta estaba abierta al menos, si a eso se le podía llamar puerta. Sobre lo que antes era el marco de una puerta se encontraba únicamente una hoja delgada, pero con el suficiente tamaño para cubrir el espacio, hecha de lo que yo creía era metal. Habría sido fácil salir, escurrirme por esa rendija y correr con la esperanza de que esta cosa no me alcanzase.

Pero, si hubiera corrido, sinceramente, no sé qué tan lejos habría llegado, después de todo esa criatura era… ¿Qué era? El pensamiento se atascó en mi garganta.

Fin del POV

De las sombras putrefactas de un almacén que había estado vacío durante años, lleno solamente de polvo y metales oxidados, emergió una figura.

No era humana, eso era claro; su silueta, aunque según se le podía ver era vagamente humanoide, estaba cubierta de mucho más pelo, una maraña densa que lo hacía parecer un animal salvaje, solo que este era demasiado extraño para ser clasificado como uno.

Era una criatura grotesca, una abominación que desafiaba la lógica que Alex había aprendido. Esta poseía un par de ojos bioluminiscentes que brillaban en la penumbra con una luz enfermiza, junto con garras largas y afiladas que raspaban el suelo de cemento con un sonido chirriante, como uñas sobre una pizarra.

Para Alex era demasiado grande, demasiado grande como para una confrontación directa, un pequeño coloso, comparado con su frágil e infantil figura, sin contar con sus garras tan largas como sus palmas y la posible fuerza que podría haber detrás de su extraña estructura ósea.

Para los que conocían los secretos de este mundo, para aquellos que transitaban entre sus velos y diversas comunidades ocultas al mundo común, incluso si solo era parte de ellos, esta criatura podría haber sido clasificada como un peligro menor, una abominación sin raza especifica, aunque pequeña y débil a los ojos de la mayoría.

A comparación de los dragones, monstruos y criaturas mitológicas, este parecía una mera plaga, un peón.

Pero, para un niño de tan solo once años y recién cumplidos nada menos, aquella figura podría llegar a ser algo terrorífico, una criatura salida nada menos que de una pesadilla, un monstruo nacido de los sueños y el miedo infantiles o incluso quizá como salida de una película de terror, pero con la diferencia crucial de que era real, palpable, tenia la respiración pesada y, un aliento, que ante la pobre y dolida nariz de Alex, quien a pesar de estar acostumbrado a ambientes con malos olores, el encontraba asquerosamente horrible, dejándolo preguntándose que tuvo que comer esta criatura para conseguir semejante potencia en su aliento.

En definitiva, algo por lo que los niños normales llorarían, gritarían hasta perder la voz, correrían en un pánico que los cegara de lo que les pasará después o incluso se desmayarían debido al pavor y el colapso de tantas emociones en un instante.

Lo bueno para Alex, o quizás escalofriante para algunos, es que no era el típico niño promedio. Él estuvo en shock unos momentos, pero luego entrecerró los ojos, con sus jóvenes ojos asimilando la amenaza frente a él, registrando cada detalle de la silueta monstruosa que se encontraba frente a él y se puso a pensar rápidamente.

Sus entrañas aún vacías encontraron las fuerzas para retorcerse, pero luego, el instinto de supervivencia del cuerpo de Alex tomó el mando.

La criatura era más grande y por la forma en que se movía, posiblemente mucho más rápida que él, así que correr estaba descartado. Después de todo, desde aquí hasta el próximo edificio había una cuadra completa de camino recto, expuesto, y el no creía poder ser más rápido en línea recta que aquella criatura, más considerando las ancas de la bestia, que parecían hechas para correr, para cazar.

Este era un almacén abandonado, un desolado cuarto vacío cuya única abundancia constaba de polvo y óxido. Y, por lo tanto, no había muchas cosas que le pudieran ser de ayuda.

Solo eran el, la criatura, y el pequeño cuchillo de cocina, que fue robado -o, mejor dicho, “tomado prestado”- de una cocina de cierto orfanato.

Un objeto que, para otros sería común e insignificante.

Y aunque no era muy grande, era del tamaño justo para su mano, con una hoja apenas más grande que una navaja de bolsillo o una pastilla de jabón, era un peso familiar y reconfortante. 

Servía para cortar cosas, asustar otros niños o por lo menos, hacerlos más vigilantes y respetuosos, también se podía usar como destornillador en ciertas ocasiones.

Lo cierto es que este cuchillo lo había acompañado durante un buen tiempo, no muy largo en años, pero si el suficiente tiempo como para haberle encontrado muchos usos posibles para él.

El dilema en el que se encontraba era brutalmente claro: ¿realmente podría hacerle algún daño a esa cosa, a ese horror peludo y con garras, con este cuchillo tan diminuto en comparación?

Alex dudaba mucho de eso, con una familiar pero amarga desesperación. En fin, no siempre se podía ganar; la vida le había enseñado eso de la forma más dura. Mientras sobreviviera a esto, incluso si era por pura suerte o casualidad, ya seria una victoria, una anécdota macabra que quizás podría recordar en algún improbable momento de paz en el futuro.

El monstruo se abalanzó con una velocidad antinatural sobre él, con un gruñido bajo que vibró en el aire. Aunque aún era visible para Alex, la rapidez de su avance era demasiado para que el niño reaccionar.

Las garras del monstruo se encontraban extendidas, brillando a la luz de la luna, como si estuviera dispuesto a terminar con la vida que ni siquiera sabia hasta ahora que le importaba.

El miedo inundo a Alex por un momento, un frío paralizante le heló la sangre. Sus músculos comenzaron a tensarse de forma involuntaria, sus piernas, antes rápidas y hábiles para correr y escapar, se paralizaron por un instante, como ancladas al suelo.

Su mente, que solía estar llena de pensamientos y estrategias, corría a mil por hora, buscando una salida, una debilidad, una oportunidad por más pequeña y efímera que pudiera ser, una mínima esperanza a la que aferrarse, que simplemente no existía en esta situación desesperada.

Sabía que no podía correr, ese instante de pánico, aunque fugaz, marco el final de ese camino. No podía luchar, esa cosa era mucho más rápida y si su suposición era correcta, mucho más fuerte y letal que cualquier cosa que hubiera enfrentado antes.

Solo le quedo encogerse, aferrándose al cuchillo, como si este fuera un último y vano amuleto, y prepararse para el posible impacto fatal, el final inevitable.

More Chapters