Cherreads

Chapter 9 - Capitulo 6: La Pequeña guardiana de los espiritus

>>Atys, Quinto Cielo Menor — Aldea Adaryn<<

Entre suaves nubes perladas que flotaban como algodones sobre campos brillantes, se encontraba la tranquila aldea de Adaryn, uno de los sitios más acogedores del quinto Cielo Menor. Las casas eran pequeñas y redondeadas, construidas con madera celestial y techos cubiertos de hojas que cantaban con el viento.

Allí, en lo alto de una colina bañada por la luz de un sol cálido y azulado, se hallaba una cabaña especial. De su chimenea brotaba un delgado hilo de humo blanco, acompañado por un delicioso aroma dulce que bailaba con el viento.

>>Casa de Moniark<<

—¡Ya casi están listas! —exclamó Moniark, una niña de cabello rosado que brillaba como el amanecer—. ¡Galletas de estrellas, horneadas con polvo de canela lunar!

Con un delantal con forma de alas, Moniark giraba en su pequeña cocina, mientras su amiga y compañera, Luy, una pequeña zorra espiritual de cristal transparente y ojos chispeantes, la observaba sentada sobre la mesa. Su cola etérea se movía con emoción.

—¡Wuuu~! —aulló Luy, dando saltitos sobre el mantel con ansiedad.

—¿Otra vez con hambre, pequeña glotona? —rió Moniark, mientras sacaba la bandeja del horno—. ¡Prometiste que controlarías tu azúcar!

Luy gimoteó con ternura, agachando la cabeza con fingida vergüenza… aunque sus ojos seguían fijos en las galletas.

Moniark suspiró, sonriendo. Con un gesto delicado, le sirvió tres galletas en un platito blanco, junto a un vaso de leche tibia.

—Está bien, pero solo porque hoy es un día especial.

Ambas comieron juntas sobre la alfombra de estrellas flotantes que cubría el suelo de su habitación. Moniark se recostó, contemplando el techo donde pequeñas luces mágicas imitaban constelaciones antiguas.

—Oye, Luy… ¿tú también extrañas a Zodiark?

—¡Wuuuu! —respondió Luy sin pensarlo, moviendo su colita como un remolino.

—Jeje, lo sabía. —Moniark abrazó una de las almohadas con forma de nube—. No sé por qué, pero desde que lo conocí sentí algo… algo profundo.

Se sonrojó un poco al recordarlo.

—Era raro, ¿no? No hablaba mucho, ni sabía mirar a los ojos… pero había algo en él. Como si todo el universo le pesara en la espalda, pero aún así quisiera sonreír.

Luy la observó en silencio, con su pequeña cabeza ladeada.

—Creo que… quiero hacerlo feliz —susurró Moniark, bajando la mirada—. Aunque sea con una simple comida.

—¡Wiii! —Luy aplaudió con sus patitas, llenándose de migas en el hocico.

Moniark soltó una risa tan pura que iluminó toda la habitación.

—¡Jajaja! ¡Estás hecha un desastre!

Le limpió con una servilleta, y luego se levantó de un salto, extendiendo los brazos.

—¡Entonces está decidido! ¡Organizaremos un banquete celestial para cuando vuelva!

—¡Wuuuu~! —gritó Luy, girando en círculos.

—Necesitaremos frutas de luz, pétalos de néctar azul, especias del bosque cantarín… ¡y por supuesto, dulces estrellas de miel! —Moniark comenzó a empacar cosas en una mochila encantada que levitaba cerca.

—¡Luy! Ve por el gran libro mágico, no podemos salir sin él. ¿Y dónde están mis botines de caminata cósmica?

—¡Wuu! —respondió Luy con tono de "en marcha, capitana", mientras corría en círculos.

Mientras la pequeña se preparaba con energía contagiosa, una suave brisa entró por la ventana, moviendo las páginas del libro que yacía sobre el escritorio. En ellas, uno garabatos dibujada con tinta dorada parecía trasmitir alegría con melancolía… era un retrato de ella y Zodiark debajo del Gran arbol de Adar.

Moniark se detuvo un momento, su mirada se volvió suave y cálida.

—Espérame, Zodiark… sé que algún día volverás. Y cuando lo hagas, te estaré esperando con una sonrisa, una mesa llena de comida… y muchas, muchas historias que contar.

>> Quinto Cielo Menor — El Prado de Algodones Celestiales <<

El prado se extendía como un mar blanco y azulado de suaves plumas vegetales, conocido entre los viajeros celestiales como el Prado de Algodones Celestiales. Allí, la vida mágica florecía con una paz aparente: mariposas espirituales danzaban en el aire, pequeñas hadas recolectaban néctar brillante, y minúsculas criaturas de algodón correteaban entre los tallos con risitas.

—Mira, Luy… —dijo Moniark con los ojos brillando de emoción—. ¡Es tan hermoso! Parece una pintura viva.

La pequeña zorra cristalina se acomodó sobre su hombro y soltó un suave:

—¡Wiii~! —acompañado de un pequeño saltito lleno de energía.

Ambas caminaban entre la suave vegetación, recogiendo frutas celestiales y hojas restauradoras para el banquete que preparaban para su amigo Zodiark.

Pero entonces…

La brisa cambió. Se volvió espesa, pesada. El aroma dulce del algodón fue reemplazado por un hedor extraño: hierro, humedad... y ceniza mágica.

Un segundo después, un chillido atravesó el aire.

—¡KYAaaaahhh…! —el grito de una hada, agudo, rasgado, cortado en seco.

—¿Luy, oíste eso?

La zorrita asintió, ya en posición alerta. Sus cristalinos ojos brillaban como zafiros líquidos, y su pelaje comenzaba a emitir una leve aura de agua.

—¡Vamos, rápido! —dijo Moniark, con la voz temblorosa pero decidida.

Corrieron entre los tallos altos y sedosos, hasta que emergieron a un pequeño claro… y lo vieron.

El horror.

Las hadas... estaban por todas partes.

Algunas colgaban inertes de las ramas, sus alas arrancadas y esparcidas como pétalos marchitos. Otras habían sido aplastadas contra los troncos, dejando silenciosas manchas de luz desvanecida. Una, aún viva, intentaba arrastrarse… con el abdomen desgarrado y las manos temblando. Murió antes de emitir un segundo quejido.

Las criaturas de algodón… también yacían. Secas, como si algo les hubiera drenado su esencia. Tenían los ojos vacíos, boquitas congeladas en una expresión de terror puro.

Moniark se quedó sin aire. Apretó su gran libro mágico, el cual reaccionó de inmediato con un zumbido sombrío, sensible al entorno.

—¿Q-qué… qué pasó aquí? —balbuceó.

Luy bajó de su hombro. Temblaba, pero no por miedo. Era otra cosa… un instinto salvaje de protección. El aire se volvió más denso. Una aura sombría impregnaba el lugar, casi como si el mismísimo Cielo estuviera enfermo.

CRACK.

Una rama se rompió. Silencio.

Y luego…Emergieron.

Tres Lobos Celestiales Corruptos, deformados y rugiendo en voz baja como bestias que ya no pertenecían a este plano.

Sus cuerpos brillaban con una niebla oscura y líquida. Sus ojos eran pozos de luz carmesí, antinaturales. Sus costillas expuestas chorreaban una sustancia negra parecida a tinta. Uno de ellos tenía una máscara ósea rota colgando de su hocico.

Lobo Corrupto A: Nivel 12 — emboscador.

Lobo Corrupto B: Nivel 15 — resistente a magia.

Lobo Alfa Corrupto: Nivel 17 — ataque de rugido paralizante.

—Luy… modo defensivo. ¡Preparamos conjuro de invocación! —gritó Moniark, forzándose a no llorar por las hadas.

—¡Wuuuuhhh! —respondió la pequeña zorra, invocando un anillo de agua a su alrededor.

El libro se iluminó. Las páginas comenzaron a girar como impulsadas por una tormenta interna. Moniark recitó:

"Por la melodía de los ríos eternos, invoco al Espíritu Guardián del Agua Pura… ¡Sal, Ondis!"

De entre el aire emergió Ondis, un espíritu femenino compuesto enteramente de agua pura. Sus brazos largos y su voz eran como un manantial… pero su mirada esta vez era tensa, enfocada.

—¡Protección de barrera viva! ¡Luy, flanco izquierdo, presión hídrica! —ordenó.

¡BWOOSH!Luy disparó una lanza de agua directa al Lobo A, arrojándolo contra un árbol. Se escuchó un crujido de huesos.

El Alfa rugió.Un rugido de parálisis.El suelo vibró, los algodones se retorcieron como si tuvieran vida. Moniark cayó de rodillas. Le sangraba la nariz.

—¡N-no… aún no!

"Escudo Celeste de Cristal… ¡Manifiéstate!"

Una barrera surgió como un domo reluciente, pero el rugido dejó una fisura.

—¡Luy, torbellino evasivo! ¡Ondis, contención total al B!

El Lobo B logró cruzar el vórtice… pero fue atrapado por un látigo líquido. Rugía, pero cada movimiento lo hacía sangrar más por sus propias deformidades.

Y entonces, Luy usó su técnica final.

—¡Luy, ahora! ¡Ataque especial, Cola de Oleada Lunar!

Del cielo cayó un pilar de agua azulada, como si la luna llorara. El impacto fue tan brutal que todo el claro se cubrió de espuma mágica.

Los lobos salieron volando y se estrellaron contra los árboles. Uno quedó empalado contra una raíz afilada. Otro se desintegró lentamente, dejando un charco de corrupción.

Silencio.

El campo volvió a respirar. Moniark se dejó caer sobre los algodones celestiales, ahora manchados de ceniza mágica y agua turbia.

Ondis se desvaneció. Luy trotó hacia ella, su pelaje mojado y salpicado de sangre oscura.

—Luy… ¡lo logramos! Exclamo la niña.

La zorrita se lanzó a sus brazos. De entre su pelaje sacó… una galleta.

—¿Aún tenías galletas guardadas? 

—Wiii~ —dijo, compartiéndola con ella.

Ambas rieron, pero sabían la verdad: Esto no era normal. Las hadas no mueren así. Los lobos celestiales no mutan.

Algo se estaba pudriendo en los Cielos Menores.

>>Quinto cielo menor-Bosque de los espiritus<<

El sendero las llevó a un bosque más profundo, donde la luz apenas se filtraba entre las copas de los árboles altos y retorcidos. Una brisa suave recorría el lugar, y los sonidos eran suaves: zumbidos de insectos, aleteo de mariposas de cristal y el canto distante de aves espirituales. Todo parecía en calma… al menos en apariencia.

Moniark respiró profundamente, aliviada de haber salido del peligro anterior.

—Al fin… Uf… —suspiró, dejando caer ligeramente su peso sobre un tronco cubierto de musgo plateado—. Espero poder volver sana y salva con todo lo necesario para el banquete…

—¡Wii! —contestó Luy con su energía habitual, aunque sus orejitas estaban levemente bajas, como si algo en el ambiente le inquietara.

—Oye, tranquila… ya pasó lo peor. Solo fue una pequeña mala racha —dijo Moniark con una sonrisa cálida, intentando tranquilizar tanto a su amiga como a sí misma—. Quizás… quizás el destino solo quería ponernos a prueba.

Pero en el fondo, sabía que había algo que no terminaba de cuadrar. Aquel aire… no era del todo puro. La energía del bosque vibraba de forma extraña. Y lo peor: su reserva mágica aún no se había recuperado por completo tras la batalla contra los lobos celestiales.

Aun así, ambas continuaron su recolección. Moniark llenó su canasto con manzanas celestes y amarillas, arrancó hojas para preparar harina mágica, y recogió flores dulces para postres espirituales.

Todo parecía en orden… hasta que su libro comenzó a latir.

No a brillar. No a emitir calor. A latir.

Como si tuviera un corazón propio.

—¿Eh? ¿Qué demonios…? Luy… el libro se está moviendo…

—¿Wyy? —dijo la zorrita, ladeando la cabeza con curiosidad.

Moniark abrió lentamente el gran libro de los Eones. Las páginas, normalmente inertes, comenzaron a girar por sí solas. Una hoja en blanco se llenó con tinta dorada que brotaba como si el propio universo escribiera en él.

Ella y Luy observaron, con el aliento contenido, mientras un mensaje se revelaba palabra por palabra.

"Un mal está regresando. Una profecía se está cumpliendo..."

—¿Qué...? —susurró Moniark, leyendo en voz alta con un nudo en la garganta—. ¿Qué mal…? ¿Qué profecía?

El libro respondió.

"Una oscuridad que yacía selladaha comenzado a corromper a los espíritusy a las almas del cosmos.

No puedes evitarlo…Solo puedes prepararte."

Sus dedos temblaron al pasar la página. Recordó, de pronto, aquellas palabras antiguas... dichas por la diosa de los espíritus que le entregó este libro cuando era aún más pequeña:

"Pequeña alma guardiana de los espíritus…Tu destino está escrito en estas páginas.Cuando el libro despierte,tu vida cobrará sentido…"

"Tú guiarás a los espíritus perdidos.Serás su faro en la oscuridad.Y cuando el cosmos tiemble…solo tú podrás manifestar su nuevo comienzo."

Mientras esas frases sagradas resonaban en su mente, una lágrima resbaló por la mejilla de Moniark. Las emociones se desbordaron como una represa rota. No eran palabras cualquiera. Eran una carga… y una promesa.

—Así que… este es el porqué de todo —murmuró, apretando el libro contra su pecho—. Debo protegerlo. Comprenderlo. Debo encontrar el modo de… de luchar.

La brisa se detuvo.

El bosque quedó completamente en silencio.

Una melodía etérea, imperceptible para los sentidos normales, comenzó a sonar solo en su alma. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Como si las estrellas se inclinaran sobre ella para recordarle que, desde este momento, su destino ya estaba en marcha.

Pero antes de que la duda la dominara, el libro volvió a escribir:

"No le temas a la oscuridad…"

Moniark abrió los ojos sorprendida.

—¿No temerle…?

"Es parte del cosmos, como la luz.Ambas deben coexistir.El desequilibrio… solo traerá el caos."

Y entonces… las palabras se desvanecieron. Las letras doradas se disiparon en el aire, y el libro volvió a su estado normal. Silencioso. Inmóvil.

Moniark permaneció de pie, con Luy a su lado, procesando el peso de todo lo que acababa de leer.

—Así que este libro… es más que un grimorio… —dijo, con voz temblorosa—. Es una llave. Un mapa. Un corazón latiendo con las verdades del universo…

Miró hacia el cielo oculto tras las ramas. Las nubes flotaban lentas, ajenas a su tormenta interior.

—Debo contarle a Zodiark… —murmuró—. Tal vez él sepa qué hacer. Tal vez pueda ayudarme…

Luego dudó.

—Pero… ¿y si cree que estoy loca? ¿Y si me ignora…?

Luy frotó su cabecita contra su mejilla y emitió un suave:

—Wii…

—¿Tú crees que él me escuchará? —preguntó con una sonrisa frágil.

La zorrita asintió con energía.

—Sí… tienes razón, Luy. Él no es de los que juzgan. Solo… guarda muchas cosas en su corazón. Tal vez esté tan perdido como yo…

Tomó su canasto, abrazó su libro y avanzó lentamente entre los árboles dorados.

Sus pasos eran silenciosos, pero su propósito ya resonaba en el cosmos.

Había oscuridad en el horizonte… pero también una luz naciente.Una luz que emanaba de ella.La futura guía de las almas.

Y así, Moniark dejó atrás el Bosque de los Espíritus… sabiendo que su viaje apenas comenzaba.

Mientras zodiark sigue soñando en busca de la verdad

Otras historias se cuentan..

>>Sexto Cielo menores-Aldea Miriandur<<

El sol de los Cielos Menores brillaba con una tibieza reconfortante sobre la aldea Miriandur, una pequeña comunidad rodeada de colinas y árboles plateados que parecían susurrar secretos antiguos con el viento. En este pacífico rincón celestial, Zodiark caminaba junto a sus mentores, explorando las calles adoquinadas donde tiendas, puestos y niños corriendo daban vida a un día cualquiera. Pero, para él, todo era nuevo… y quizás, inolvidable.

>> Tienda del Anciano Halmer <<

Al entrar en una tienda modesta pero cargada de historia, un aroma a incienso, cuero y madera encantada los envolvió de inmediato. Estanterías rebosantes de pociones de colores, gemas mágicas flotantes y materiales místicos adornaban el lugar.

—¡Ah, bienvenidos, aventureros! —exclamó un ángel anciano tras el mostrador, con una sonrisa tan arrugada como cálida—. ¡Por los cielos menores! ¡Si es Zeus el Relámpago y Yatma la Sabia!

Zeus soltó una carcajada ronca mientras se acercaba.

—¡Halmer, viejo! Pensé que ya estarías en alguna nube jubilado tomando licor de manzana cósmica…

—¡Y yo pensé que ya te habrías vuelto polvo por una explosión mal calculada! —replicó Halmer, soltando una carcajada tan sonora que hizo levitar sin querer una de sus tazas mágicas.

Yatma intervino, con su tono siempre más mesurado:

—Venimos por provisiones, viejas recetas, mapas… y recuerdos.

El anciano miró entonces a Zodiark, quien se mantenía un poco al margen, observando curioso.

—¿Y este pequeño quién es? ¿Otro aprendiz imprudente?

—Este es nuestro rayo de esperanza —respondió Yatma con una sonrisa genuina—. Zodiark, príncipe del cielo… aunque a veces parece más un aprendiz distraído.

—¡Eh! —protestó Zodiark, fingiendo molestia—. ¡Estoy aquí, puedo oír, ¿saben?!

Zeus le dio una palmadita en la cabeza.

—¿Qué haríamos sin tus orejas grandes y corazón noble, pequeño luciérnaga?

Todos rieron. Incluso Halmer, quien buscó detrás del mostrador un antiguo mapa de los Cielos Menores y algunos pergaminos mágicos de invocación básica.

—Llévense esto, está anticuado, pero aún funciona. Y díganle a Alexander que me debe todavía una jarra de hidromiel desde la Guerra del Quinto Albor.

—Lo tendremos en cuenta —dijo Yatma mientras pagaba con unas esferas de luz espiritual.

Mientras los adultos seguían conversando, Zodiark se perdió en sus pensamientos. Su mirada se perdía entre las pócimas flotantes y las luces mágicas de la tienda, pero su mente estaba muy lejos… exactamente en el Quinto Cielo Menor, donde imaginaba a su amiga Moniark recolectando frutas y escribiendo en su gran libro mágico.

"¿Estará bien?", pensó. "¿También sentirá esto raro en el aire…?"

>> Afuera de la Tienda <<

Alexander y Rykamaru ayudaban a unos jóvenes aventureros a reforzar su carruaje flotante, mientras Seraphiel meditaba cerca del lago de cristal, donde las aguas reflejaban las constelaciones incluso de día. La aldea estaba animada, cruzada por mercaderes y viajeros de cielos distantes. Sin embargo, una leve tensión flotaba en el ambiente. Zodiark lo sentía, aunque no supiera ponerlo en palabras.

Como si algo invisible los estuviera observando acechando

Más tarde, todo el grupo se reunió en el centro de la aldea. La despedida fue emotiva: los aldeanos entregaron frutas doradas, cartas de bendiciones y una pequeña caja de madera tallada para Zodiark.

—Para ti, joven estrella —dijo Halmer, entregándole la cajita—. Ábrela cuando el silencio sea más fuerte que las palabras.

Zodiark asintió con respeto. Al poco rato, partieron entre vítores y saludos, con rumbo hacia Atys, el Quinto Cielo Menor.

>> Camino hacia Atys <<

Montados en un carro mágico impulsado por la fuerza de Alexander, iban todos bromeando y charlando. Zodiark miraba el cielo en silencio, con una sonrisa tranquila, como quien guarda un secreto hermoso.

—Espero volver a reencontrarnos, Moniark… —murmuró para sí—. Y que conozcas a esta familia algo… peculiar.

—¡Hey, pequeño luciérnaga! —gritó Zeus desde el frente—. ¡Si te quedas atrás, los demonios vendrán por ti y te convertirán en pastel!

Zodiark alzó una ceja.

—¿Eso debería darme miedo o darme hambre?

Una carcajada general estalló. Yatma le dio un codazo a Zeus.

—No asustes al príncipe. Recuerda que tú llorabas cuando veías sombras bajo la cama.

—¡Eso fue una vez! ¡Y eran tres sombras! ¡Tenían cuchillos! —se defendió Zeus.

—Mentiroso, eran tus botas.

—¡Igual daban miedo!

Seraphiel, que venía meditando, intervino con voz dulce:

—Si se siguen peleando, juro por las estrellas que los caso y les doy tres crías de espíritu.

—¡Ni lo digas! —gritaron ambos a la vez mientras Rykamaru se reía por lo bajo.

Finalmente, Alexander bajó la marcha de su cuerpo titánico y se agachó.

—Vamos, pequeño. Súbete a mis hombros —dijo con su voz grave pero cálida.

Zodiark no dudó en subir. Desde lo alto, sentía el viento en la cara, como una caricia que lo acercaba a su destino.

Y así, entre risas, recuerdos, viejas heridas y nuevos lazos, el grupo se alejó de Miriandur. Detrás quedaba una aldea llena de memorias, y adelante un camino incierto donde la oscuridad ya comenzaba a extender sus raíces.

Pero ellos no tenían miedo. Porque tenían algo más fuerte: una familia, una promesa… y un legado aún por escribir.

More Chapters