Cherreads

Chapter 22 - romper la racha

Una enorme explosión sacudió la esquina, haciendo colapsar el local bajo una lluvia de escombros. A través del humo y el polvo, Max emergió de un salto, cargando a una mujer, un niño, y un hombre adulto colgado de su espalda.

Apenas aterrizó sobre el asfalto, dejó a los tres sanos y salvos, y sin perder tiempo les ordenó:

—¡Aléjense de aquí, ya!

Sus ojos se movieron rápido, escaneando el área. El pánico era general. Civiles corrían entre gritos. Humo, cristales, sirenas lejanas.

—El desgraciado se me escapó… huyó fuera de las manzanas evacuadas… —murmuró con rabia, apretando los dientes.

No pasaron más de cinco segundos cuando varios patrulleros aparecieron, frenando de golpe. Oficiales armados descendieron de los vehículos y rodearon a Max.

El joven dio un paso atrás por reflejo, alzando una mano hacia su rostro, tentado a cubrirlo…

"¿Salto y escapo?" pregunto un oficial boqui abierto.

Un automóvil impactó a Max en el aire, arrastrándolo hacia el suelo. Sin embargo, el joven giró sobre sí mismo, cayendo de pie con firmeza. Retuvo el vehículo con ambos brazos y lo dejó suavemente en el suelo, como si cargara una caja frágil.

—Han pasado doce minutos… y mi cuerpo no ha dejado de arder… —murmuró Gorgo entre dientes, con gotas de sudor deslizándose por su frente. Observaba a Max desde lejos, oculto tras un muro a medio derrumbar—. Y pensar que lo tenía contra las cuerdas…

Max giró la cabeza con calma, clavando la mirada en dirección a Gorgo, a pesar de que estaba bien escondido.

<< Tras su momento de lucidez y el Zenkay alcanzado, Max logró expandir el rango de su técnica "Radar" a unos doce metros, detectando a Gorgo por la forma robusta que adquiría su Ki. >>

—Mierda… —exhaló Gorgo, con el pulso acelerado, al ver cómo Max comenzaba a correr directo hacia él.

En segundos, Max evadió el muro, enroscó su brazo alrededor del cuello del grandulón y, con un salto explosivo, lo arrastró hasta la azotea de los edificios.

Gorgo reaccionó rápido, impactando con su codo el pecho de Max, obligándolo a retroceder con el empuje.

Ambos permanecieron de pie, firmes, cara a cara.

Max se sostuvo el pecho con una mano, sintiendo el golpe vibrar por su caja torácica. Gorgo, por su parte, mantenía su palma sobre el cuello, resentido por la presión previa. Las miradas de ambos se enfrentaban como si fueran espadas cruzadas.

El plan de Gorgo se había estancado en su tercera etapa. La frustración lo carcomía. Max no solo seguía vivo… parecía imposible de vencer.

—Esto me resulta muy frustrante… —confesó Gorgo, apretando la mandíbula—. Eres demasiado persistente… Todo esto debió ser sencillo. Así lo había planeado yo.

—Me gustaría decir lo mismo —respondió Max con frialdad—, pero en lugar de frustrante… ha sido molesto. Yo vine a pelear, no a perseguir fantasmas.

Entonces, Max extendió la mano y señaló una carretera que se perdía en la lejanía.

—¿Vas a seguir huyendo? Esa ruta te saca de Kioto. Lárgate, si eso es lo que quieres. Te doy esta única oportunidad…

―no voy a tolerar está falta de respeto ― gruñe Gorgo, clavando sus dedos en la superficie del techo, arrancando un pedazo, pero es recibido por el puño de Max, justo en medio del estómago, obligándolo a soltar el trozo de techo. Esto permite a Max tomarlo en el aire, dar un giro y golpear al grandulón con él.

De entre los trozos voladores, el puño de Gorgo surge, golpeando a Max en medio de la cara y provocando que choque con los aires acondicionados.

No tarda en levantarse, pero al dar un paso adelante, se tambalea ligeramente. Los ojos de Max se abren sorpresivos, se dejo golpear en la cara accidentalmente.

La cabeza le pesaba ―mierda… soy un imbécil… ― dice Max, con la mirada nublosa.

Aun así, levanta los puños, listo para seguir peleando. A pesar de estar mareado, no planeaba retroceder.

Gorgo sonrió ante su nueva ventaja, un cuchillo con mango de hueso se clava cerca de su pie, evitando que avance.

―vo' so' el confianzudo que hospitalizo a mi abuelo…. ― dice una voz desconocida ― te voy a tener que capar pa' que esa confianza se curé…

Ambos giraron la cabeza hacia la izquierda, alertados por un sonido repentino.

Un joven vestido con boina, camisa blanca, pañuelo rojo al cuello y bombacha de campo, aterrizó en la azotea con un salto limpio y confiado.

—¿Leonel...? —preguntó Max, sin creer del todo lo que veía.

—Te dije que te debía un favor, ¿no? —respondió Leonel Kawaki, con una sonrisa desbordante, mientras se rascaba la frente con un dedo, como si acabara de llegar a una fiesta y no a una batalla.

—¿¡Qué haces aqui!? ¡Lárgate! ¡Esto es muy peligroso! —gritó Max, tambaleando sobre sus pies.

—¿Pero vos sos pelotudo o te haces? —replicó Leonel con una mueca de desconcierto—. ¿No viste que acabo de saltar dos pisos como si nada?

Max parpadeó, confundido.

—¿Qué significa… pelotudo?

Sin previo aviso, Gorgo estiró el brazo buscando tomar el cuchillo en el suelo.

Pero Leonel reaccionó al instante: le pateó el antebrazo con precisión, impidiéndole alcanzarlo, y en el mismo movimiento recogió el cuchillo, dando un salto hacia atrás justo a tiempo para esquivar el manotazo brutal del grandulón.

—¿Peleamo' juntos… o peleo yo solo? —pregunta Leonel, empuñando su cuchillo con una sonrisa confiada.

—¿qué sabes hacer? —responde Max, levantando los puños, tambaleante.

—¿Yo?... —Leonel se toma un segundo para pensarlo—. Yo tengo un cuchillo.

Levanta el arma con naturalidad, como si fuera más que suficiente.

Max lo observa, jadeando, el pulso agitado.

—Me cuesta pensar… pero es muy oportuno recibir ayuda ahora mismo —piensa, desviando la mirada a Gorgo, que ya adoptaba una posición defensiva.

El cuchillo comenzó a bailar en la mano de Leonel, girando como una extensión de su brazo. Su sonrisa era tan amplia como peligrosa.

Gorgo tragó saliva.

—Un momento… ¿abuelo?... ¿este mocoso será el nieto del viejo loco del machete?... —murmuró, retrocediendo apenas.

No tuvo tiempo para pensar más. Max apareció de golpe con un puñetazo directo, obligando a Gorgo a echar la cabeza hacia atrás para esquivarlo.

Apenas se incorporaba, una hoja brilló peligrosamente cerca de su rostro. Se agachó justo a tiempo para evitar el tajo del cuchillo.

Pero no pudo esquivar la patada recta de Max, que lo impactó en el pecho, obligándolo a dar varios pasos atrás hasta quedar al borde de la azotea.

El puño de Max brilló dorado un instante antes del impacto. El golpe envió a Gorgo volando, estrellándose con violencia contra el asfalto.

Aún aturdido, el grandulón rodó a un lado, esquivando por poco la estocada descendente de Leonel. Con un gruñido, clavó los dedos en la calle y arrancó una tira de asfalto, haciendo tropezar al gaucho.

La brecha se abrió, y Gorgo alzó el puño para terminarlo.

Pero Max cayó justo en medio, recibiendo el brutal golpe sin vacilar. El impacto lo hizo crujir, pero su presencia protegió a Leonel.

El gaucho reaccionó al instante saltando al frente. Su cuchillo corte el brazo de Gorgo, provocando que el coloso retrocediera con un grito.

—No importa lo que haga... —masculló Gorgo, retrocediendo mientras esquivaba más tajos—. Siempre termino perdiendo... siempre.

Sus pensamientos viajaron seis años atrás, cuando se enfrentó a Richarzon en aquel combate de boxeo. Atravesaba una racha de catorce derrotas consecutivas, anhelando recuperar el respeto perdido y ayudar a su amigo. Pero esa victoria solo lo hundió aún más. Frunció el ceño, cerró el puño y comenzó a repasar todas sus derrotas recientes: la paliza de Max, las intimidaciones del viejo del machete, la fractura de Richarzon.

Desató un golpe contra el suelo, abriendo una grieta que desequilibró a Leonel.

Decidido a romper la racha, Gorgo se plantó firme en el ring, lanzando un golpe que Leonel esquivó tirándose de espaldas hacia atrás.

—¿Acabas de pedirle a Gorgo… que se vuelva un monstruo? —preguntó Richarzon, recostado en la camilla, mirando su rodilla enyesada.

—Sí… —respondió Do'cientos, con voz firme.

El sonido de una risa ahogada interrumpió el silencio. Do'cientos frunció el ceño.

—¿Qué es lo gracioso?

—Gorgo no podrá ser un monstruo, aunque se lo pidas… —replicó Richarzon, divertido—. Se meterá en el personaje, matará sin cuestionarlo… pero para ser un verdadero monstruo, tiene que disfrutarlo. Tiene que desear matar. ¡Y eso nunca va a pasar!

—Eso ya lo veremos… —replicó Do'cientos, cruzando los brazos—. Ya mató a un dojo entero de jóvenes, solo porque se lo pedí. Mi monstruo se está creando solo.

—Señor… tu manipulación nunca será eterna —le advirtió Richarzon, con seriedad—. Gorgo seguirá en el personaje por un tiempo, convenciéndose a sí mismo de que lo que hace está bien… pero se hartará. Su arrepentimiento volverá. Si querías un monstruo, debiste lavarle el cerebro cuando le inyectaste el suero.

—Eso habría sido estúpido. Y tú no me lo habrías permitido…

—Exacto —afirmó Richarzon, cerrando los ojos con calma—. Habría atravesado esa vitrina que nos separaba… y habría molido a golpes a cualquiera que se interpusiera.

―que seguridad me das como empleado mío… ― le critica Do'cientos

―soy un amor de persona ― bromea Richar ―usted mismo debería conocer a quien contrata… Gorgo hizo todos sus trabajos con éxito y sin chistar, pero nunca pareció cómodo haciendo esos trabajos… en algún momento, dudara y se lo cuestionara, pero no retrocederá…

Leonel dio una voltereta en el suelo, esquivando por centímetros el puñetazo que impactó con una fuerza brutal, agrietando el asfalto como si fuera roca volcánica. Rápidamente se impulsó hacia atrás, colocándose en posición para lanzar su cuchillo, pero un fragmento de pavimento volador lo obligó a interceptarlo en el aire con un tajo limpio.

Mientras tanto, Max conectó dos potentes golpes en el abdomen de Gorgo, obligándolo a retroceder un par de pasos. El joven se apartó a tiempo para esquivar el contragolpe, y volvió a tomar distancia.

Gorgo se cubrió el rostro con ambos puños y empezó a avanzar lentamente, meciéndose de lado a lado como un boxeador callejero, su mirada clavada en Max.

― ¿que está…? ― se pregunto Max, a medida que retrocedía evitando estar cerca de Gorgo.

Leonel estaba por atacar, pero un estruendo eléctrico resuena a la lejanía como una tormenta que en lugar de agua eran relámpagos caer, sorprendiéndolo, ya que parecía reconocerlo.

― ¿Baldur perdió? ― se pregunto al ver la pared eléctrica aproximarse con todo hacia los 3.

― ¡NORDOR! ― grito aliviado Gorgo.

Leonel se apresuro en intentar apuñalar a Gorgo, pero la silueta del velocista se pone en frente de él cargando una pistola, apuntando directamente a su frente, solo se escucho el disparo y seguido se vio la caída del gaucho en el suelo, mientras que Max intentaba bloquear y esquivar los golpes continuos que Gorgo lanzaba con los balanceos de izquierda a derecha.

—¡Volví! —gritó Nordor, irrumpiendo con una sonrisa torcida y el cuerpo cubierto de moretones, heridas que aún ardían por su enfrentamiento anterior con Max.

Sin dar margen, lanzó un relámpago que el joven guerrero apenas alcanzó a recibir de frente. La descarga lo atravesó como una lanza de fuego.

—Mierda... —exhaló Max, tambaleando con dificultad—. Esto... está pasando muy rápido… y todavía no me recupero del mareo…

Una ráfaga de golpes lo azotó sin piedad. Un puñetazo en la cara, seguido de otro relámpago que le quemó la espalda, lo hicieron retroceder. Con lo último de su energía, Max respondió con un golpe directo al rostro de Gorgo, y lanzó una esfera de Ki en dirección a Nordor.

Pero Gorgo ni se inmutó.

<< Aquella sensación de ardor que soportó durante 12 minutos y 31 segundos llegó finalmente a su fin. Gorgo había alcanzado su nueva adaptación a la fuerza. Su cuerpo se reajustó al poder de Max. >>

<< Max Songoku, brillante soldado, portador del Zenkay que había elevado su poder más allá de sus límites… cometió un error. Su momento de lucidez, aquel instante brillante, lo desvió del plan ganador: derrotar de un solo golpe. >>

La esfera fue evadida con facilidad por Nordor, quien respondió con otra descarga relampagueante. El impacto hizo que Max cayera de espaldas al suelo, bañado en heridas, jadeando con los ojos entrecerrados.

Con el cuerpo tambaleante y las fuerzas mermadas, Max rodó por el suelo en el último segundo, esquivando un pisotón brutal de Gorgo que quebró el pavimento donde antes yacía. Estiró su mano hacia el frente y, con un gesto rápido hacia atrás, reclamó el control de su esfera de energía. Esta regresó como un cometa desatado, impactando con fuerza en la espalda de Gorgo, que fue arrojado hacia adelante con un gruñido seco.

—¡No me van a ganar! —bramó Max con furia, sus pupilas tornándose de un rojo carmesí vibrante, ardientes de rabia y resistencia.

Pero en ese instante, Nordor apareció a su espalda con una velocidad endiablada. Envolvió su brazo alrededor del cuello de Max, lo inmovilizó por un segundo y, con la otra mano, le clavó una jeringa directamente en el cuello, vaciando su contenido en cuestión de segundos.

― ¡Gah! —gruñó Max, arrancándose el dispositivo de un tirón.

Con un rugido cargado de rabia, estampó a Nordor contra un muro cercano. Sin darle tregua, Max extendió ambos brazos y lanzó una ráfaga de ataques de energía en un frenesí que iluminó el lugar con estallidos constantes. Las ondas de choque estremecieron los edificios cercanos. Nordor cayó de rodillas, cubriéndose, apenas consciente.

Se sujeto el lado de la inyección, no se sentía raro, no sentía ningún dolor o amenaza.

―no se que fue eso… pero me preocupa… ― menciona en voz baja.

Gorgo se acerca a Nordor y le ayuda a levantarse, pero este ya no podía, su llegada solo seria momentánea, y logro su cometido.

― ¿qué le inyectaste? ― le pregunta Gorgo.

―antes de llagar aquí… saquee una farmacia, y agarre muchos frascos de midazolam… le inyecte aproximadamente 30 miligramos… ― le responde con dificultad. ―es inmune a las balas, y si le vamos ganando, le pica la locura… si lo dormimos lentamente, perderá… es más. Ya perdió…

―30 miligramos es una dosis letal… morirá… ―susurra Gorgo viendo como Nordor se desvanece nuevamente.

—¡Puta madre… me dolió! —exclamó Leonel, arrancándose la bala de la frente con una mueca, dejando al descubierto que no tenía ni una herida.

Gorgo giró la cabeza lentamente, observando al gaucho con ojos abiertos y una gota de sudor frío bajando por su sien. Esa escena no tenía lógica: Leonel seguía de pie, y Max, ahora con los ojos teñidos de un rojo carmesí, parecía una bestia fuera de control. Todo eso lo devolvía a Gorgo a su posición de desventaja… otra vez.

En ese instante, Leonel notó algo en el suelo: una jeringa. La levantó, la observó con detalle, y frunció el ceño al leer la etiqueta.

—Cajeta… —murmuró.

—¿Che, a vos te clavaron esto? —le preguntó, serio por primera vez en toda la pelea.

—Sí… ¿por qué? ¿Qué es? —respondió Max, aún con la respiración agitada.

—Un sedante, viejo. Midazolam. Vas a caer… dormido. O muerto, no sé cuánto te metieron —le explicó Leonel, con el rostro endurecido.

El cuerpo de Max se tensó de inmediato. Los ojos rojos se abrieron un poco más, y por primera vez en todo el combate… tuvo miedo.

—Ya me está pesando el cuerpo… mierda… ¿qué hago? —pensó Max, mientras sus ojos recuperaban el color natural.

La respiración se le volvió errática. Se sentía como un estúpido. En parte… se lo merecía. Pero, ¿morir? No. No podía aceptar que todo terminara así.

A lo lejos, Gorgo se irguió con firmeza, dispuesto a resistir. Sabía que si aguantaba apenas diez minutos más, el sedante haría el trabajo por él.

—¿Cómo es que no estás muerto? —le preguntó Gorgo al gaucho, sin bajar la guardia.

—Las balas no afectan a personas como nosotro' —explicó Leonel, ajustándose el sombrero—. Cuando vos agarras algo, terminás cubriéndolo con tu energía sin querer. Eso sí nos lastima. Lo mismo pasa con una pistola. Pero con la bala no… si no la envolvés con tu energía, o no buscás una forma más rebuscada pa' que atraviese nuestra piel… te va a costar…

Dicho eso, miró a Max y le guiñó el ojo. El mensaje fue claro como el cielo antes de la tormenta.

El filo del cuchillo resplandeció en un fulgor amarillo intenso. Gorgo apenas tuvo tiempo de reaccionar, saltando para evadir un tajo energético que partió la pared en dos como si fuera papel.

Al aterrizar, Gorgo levantó la vista… justo a tiempo para ver cómo Leonel y Max huían a toda velocidad.

― ¡ya me cansé! ― grito Leonel mientras corría ― ¿¡porque no hiciste eso antes?!

― le pregunta Max, sintiendo la pesades en sus piernas.

― hace poco que domino el ki, mis reservas son bajísimas, no lo hice antes porque si me canso, ¡cague fuego! ― le responde

― ¿Cuál es el Plan? ¡en cualquier momento ya no me podré mover!

―llegar a una farmacia y preguntarle a un farmacéutico como bloquear el efecto del sedante…

Gorgo los seguía por detrás, pero no lograba alcanzarlos. La diferencia de velocidad jugaba a favor de la improvisada dupla.

Al llegar a la primera farmacia, Leonel embistió la puerta con el hombro, haciéndola crujir contra la pared, y se dirigió directo al mostrador.

—¡¡Necesito ayuda, ahora!! —gritó al farmacéutico, quien se sobresaltó.

Al girarse hacia la entrada, vio a Max desplomarse contra el suelo, al borde de perder la conciencia.

—¡Apúrese, viejo, se me muere!

El farmacéutico, temblando, fue hasta el fondo y trajo un frasco etiquetado: Flumazenil. Tomó una jeringa y le aplicó 10 miligramos en la vena del brazo.

<< El sedante había trabajado en el cuerpo de Max durante demasiado tiempo. Aunque la dosis de Flumazenil fue la correcta para contrarrestar gran parte del Midazolam, llegó tarde para mantenerlo despierto. >>

Lo inevitable sucedió. Max cayó en un sueño profundo, sin convulsiones, pero completamente inmóvil. Su respiración era tan suave que apenas levantaba el pecho, y su pulso, imperceptible.

—Aléjese de él —ordenó Leonel al farmacéutico, dando un paso al frente con la mirada encendida viendo como Gorgo llegaba.

—Son unos hijos de puta… —escupió Leonel, con una mirada ardiente, el cuchillo empuñado con fuerza.

Gorgo bajó la mirada, y por un instante se quedó contemplando el cuerpo inmóvil de Max. Observó con detenimiento, buscando un leve movimiento, un indicio de respiración. Nada. La expresión de Leonel, firme como una lápida, solo confirmaba lo que temía.

Para Gorgo, Max finalmente había muerto.

Por fin, la tercera etapa del plan se había cumplido.

Había caído en el engaño.

Leonel se tensó, listo para pelear… pero el grandulón simplemente dio un salto colosal y se alejó del lugar, perdiéndose entre las sombras de la ciudad.

A lo lejos, se oían las sirenas de la policía. Leonel no sabía si sentirse ignorado o agradecido. Tal vez un poco de ambas.

Gorgo ya tenía en mente su siguiente paso:

<< ❹: Dirigirse al Dojo Agua y asesinar a Baldur Brauner. Solo entonces daría fin a esta tediosa misión. >>

<< El problema… es que Baldur no estuvo en su dojo todo este tiempo. En su lugar están… >>

—oye, Oliver… ya me agarró hambre… ¿vamos a casa a ver qué cocinó el maestro Baldur? —pregunta Gouten, frotándose la panza.

—Yo tengo sed… no es mala idea —responde su primo con tranquilidad.

—¡Pues andando! —dice Gouten, caminando rumbo al hogar

 

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