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Chapter 5 - capítulo 2.2: el entrenamiento de Max

Respiraciones agitadas, el crujir de las hojas secas de otoño y las fuertes pisadas resonaban mientras un niño de cabello castaño corría tras otro de cabello negro. Las gotas de sudor recorrían la frente de ambos.

—¡Vamos, a correr… a bajar esas panzas! ¡Más rápido! —exigía Max mientras sacudía una vara en el aire.

—¡Pero si ni siquiera tenemos panzas! —reclamó Gouten, con el cabello negro sacudiéndose al ritmo del trote—. ¡Dijiste que nuestra genética estaba hecha para pelear!

—¡Exacto! Entonces, ¿por qué tenemos que dar 50 vueltas alrededor del dojo del señor Baldur? —cuestionó Oliver, igual de cansado que Gouten.

—Eso es mentira. No son 50 vueltas, yo dije 500… —corrigió Max con una sonrisa maliciosa—. ¡Ahora dejen de quejarse y corran! ¡Inhalen por la nariz y exhalen por la boca! ¡Y no se detengan!

—¡Si se detienen… hay vara!

Desde una silla cercana, Baldur observaba con los brazos cruzados y una ceja levantada.

—¿No crees que esto es demasiado, Max? Apenas pasaron dos días desde que aceptaron entrenar contigo…

—Para nada… —respondió Max sin apartar la vista de los chicos—. Así entrené yo en el planeta Terra. Nos hacían correr 50 km por día para mejorar la resistencia. Nuestro cuerpo debía estar preparado para soportar batallas que duraran días si era necesario…

—Hm… ya veo… háblame de tu mundo, Max —le pidió amablemente Baldur, aunque su mirada juzgaba con atención el entrenamiento de Oliver y Gouten—. ¿Por qué recibiste entrenamiento militar desde tan joven?

—Es una tradición de los Senkaynes… es nuestra forma de agradecer la hospitalidad de los Terranos en su propio planeta —explicó Max, mientras observaba cómo Gouten y Oliver alcanzaban la vuelta número 38.

—No entiendo… ¿Terra no es tu planeta de origen?

—Sí, lo es… pero no el de los Senkaynes. Hace cientos de años, nuestra raza estaba en guerra contra otra, llamada Los Celestiales… A causa de esa guerra, nuestro planeta fue destruido. Pero por suerte, el rey de nuestro mundo tenía fuertes lazos con el rey de Terra de aquella época… antes de que nuestro planeta se extinguiera, toda nuestra gente migró a Terra. Como muestra de agradecimiento, aceptamos formar parte de la armada Terrana.

—Eso no me explica por qué eras militar desde tan joven… Llegaste aquí a los 9 años y ya sabías pelear con habilidad —insistió Baldur.

—Los Senkaynes entrenamos desde los cinco años para convertirnos en guerreros formidables. Debíamos ser fuertes… para proteger a la gente que impidió que nos extinguiéramos —respondió Max con serenidad, pero también con un dejo de orgullo.

—Suena como un acto noble… pero también suena deshumanizante para los niños —opinó Baldur, frunciendo el ceño.

—Le aclaro que no somos humanos… —aclaró Max con firmeza—. Aunque desde su punto de vista puede parecer así, la reina del planeta Terra, Kalisha, sugería abandonar esa tradición. Argumentaba que ya no existía un Senkayn o Terrano puro en el planeta… pero no queríamos dejar atrás nuestra manera de mostrar gratitud. Obviamente, hay excepciones. No todas las familias enviaban a sus hijos a ser soldados al servicio de los Terranos…

—¿Entonces eres un híbrido entre Senkayn y Terrano? —preguntó Baldur con cierto asombro.

—Por supuesto —respondió Max con calma—. Descuide, señor Baldur, solo voy a usar los métodos con los que me entrenaron a mí… Serán muchachos fuertes, rígidos… incluso disciplinados.

—Debo confesar que me dan miedo los métodos que vayas a usar, Max… —murmuró Baldur, visiblemente preocupado.

—Descuide, señor. No será nada… de otro mundo —bromeó Max con una sonrisa.

Pero Baldur se levantó de su asiento sin decir una palabra más y se marchó hacia el interior de la casa. Max lo observó con una expresión seria, su sonrisa ya desvanecida.

—Algo me dice que voy a tener problemas con el señor Baldur…―piensa Max, sintiendo la briza fría del otoño.

—Maldita sea… ¿cuántas vueltas vamos? —exhaló Gouten, agotado mientras trotaba.

—Como unas… 62 vueltas… —le respondió Oliver, también jadeando.

—¿¡En serio tienen que ser 500 vueltas!? —se quejó Gouten, tropezando y cayendo al suelo—. Mis piernas ya no quieren moverse…

—¡Gouten! —le advirtió Oliver, comenzando a correr más rápido.

—¿Qué pasa? —preguntó Gouten, confundido.

Pero al instante, ¡PAM!, sintió un golpe seco en el trasero.

—¡AY! —gritó, dando un salto y saliendo disparado como una bala, corriendo igual de rápido que Oliver.

—¡Yo dije que habría vara! ¡El que avisa no traiciona! —gritó Max agitando su vara con una mueca de molesto.

Seis horas habían transcurrido. Oliver y Gouten finalmente lograron completar la última vuelta…

Ambos muchachos estaban exhaustos, con las manos apoyadas en las rodillas mientras sus pechos se inflaban y desinflaban por la respiración agitada.

—¿Así se siente la muerte...? —preguntó Oliver, sin aliento.

—Ni mis sesiones en el baño son tan intensas… —agregó Gouten, intentando recuperar el aliento.

—Me duelen las piernas... y el trasero...

—Si mis pulmones hablaran, me estarían suplicando piedad…

—¡Ese desgraciado de Max… pega muy fuerte! —se quejó Gouten, logrando pararse con dificultad.

—¿Dijiste algo? —preguntó Max, acercándose mientras golpeaba su palma derecha con la vara.

—N-no, no dije nada… —se corrigió Gouten rápidamente—. Todo está en orden…

—Excelente —sonrió Max—. Como corrieron durante seis horas… ahora sostendrán su peso durante otras seis horas.

—¡¿QUÉ?! —gritaron los muchachos al unísono, mientras sus cuerpos temblaban por el agotamiento.

—Max… si te he hecho algo… ¡perdóname! —le suplicó Gouten.

—No sean exagerados… mañana estarán como nuevos… —respondió Max con calma.

—Acuéstense boca abajo, apoyen los codos en el suelo y resistan… Cuando yo lo diga, brincarán con los brazos y harán flexiones; cuando lo repita, volverán a apoyar los codos… —les explicó Max, con una sonrisa confiada.

—Pero… —susurró Oliver, mientras sus piernas temblaban de puro agotamiento.

—Ahora… —ordenó Max.

Otras seis horas pasaron. El atardecer pintaba el cielo con su hermoso color naranja, mientras el frío otoñal se hacía más intenso. La puerta principal de la casa de Baldur se abrió, y Max entró, arrastrando a sus dos alumnos por el cuello de sus camperas.

El entrenamiento había sido tan brutal que ni siquiera podían mover las piernas…

—Son unos exagerados… este entrenamiento fue súper ligero. Ni que los hubiera puesto a arrancar árboles o levantar rocas… —se quejó Max con tono despreocupado.

—Fue demasiado para ser una primera vez… —pensó Oliver, con la mirada perdida en la lámpara del techo.

—Están desechos… —comentó con preocupación Baldur—. ¿Están bien?

—Hoy parece que no… pero mañana estarán como nuevos… —respondió Max con calma.

—Max… ¿por qué este fue el primer entrenamiento? —preguntó con dolor Gouten, con la mejilla pegada al suelo.

—Deben explotar la genética de un Senkayn… exigir al cuerpo y luego hacerlo reposar provoca una rápida adaptación al entorno. Nos hace evolucionar… —explicó Max.

—No logro entender… —confesó Oliver.

—El cuerpo dice: "oh, por alguna razón este niño necesita correr 50 km y sostener su peso durante 6 horas, ¡vaya! Voy a tener que adaptarme", y "pum", el mismo cuerpo se hace más fuerte para sobrevivir a la próxima sesión…

—Claro… se adapta a 50 km, pero no a 12 cucharadas de azúcar en el té. Me odio a mí mismo… —suspiró Gouten.

—Cuando crezcas, vas a tener diabetes… —le comentó Oliver, adolorido.

—¿Qué es diabetes? —preguntó Gouten, confundido.

—Creo que las ganas frecuentes de ir al baño… —

—Eso es diarrea, idiota… —interrumpió Max con fastidio—. Dejen de quejarse y vayan a bañarse.

—Vayan… cuando terminen, vuelvan para cenar… —les pidió amablemente Baldur.

Oliver y Gouten se dirigieron al baño con un paso lento y las piernas temblorosas. Cuando desaparecieron de la sala, Baldur giró hacia Max con una mirada de desaprobación.

—Sigo pensando que el entrenamiento fue una exageración… ni siquiera les permitiste una pausa para tomar un descanso o tener una merienda. ¿Qué es lo que quieres lograr, Max?

—Ellos querían ser igual de fuertes que yo, señor Baldur… solo les concedo el deseo… —dijo Max con calma.

—¿Esa es tu excusa para explotar sus cuerpos de esa manera? —preguntó Baldur con seriedad—. ¿Crees que sus cuerpos son de goma? Podrías tomarte el entrenamiento con calma, pero esto parece apresurado, Max… escúchame una cosa: el entorno afecta al desempeño…

—Yo sé lo que hago, Baldur… no te metas en lo que no entiendes… —replicó Max, con voz firme.

—¿Qué pasará cuando causes un daño irreparable a tu hermano o primo? ¿Cómo lo compensarás? —insistió Baldur.

—No me hables en ese tono… —ordenó Max, cerrando el puño con firmeza.

—¿En serio te comportarás así, muchacho? —preguntó Baldur, decepcionado—. Estás yendo por mal camino, Max… tú solo estás construyendo tu ruina…

—¿Tú qué sabes lo que significa perderlo todo tan joven? —respondió Max, con una mirada intensa que reflejaba su furia interna.

Baldur se quedó en silencio por un momento.

—¿Tú sabes lo que significa destruir lo que ya tenías por un simple anhelo? —le preguntó Baldur, dejando a Max en silencio, confundiéndolo.

—Da igual… —respondió Max bruscamente, desviando la cabeza y marchándose de la sala.

Baldur solo se quedó de pie, echando un suspiro tenso.

Esa noche, la cena se sentía incómoda. Una sensación extraña provocaba que Oliver y Gouten se miraran confundidos, con miedo de hablar, ya que Max parecía molesto por alguna razón y Baldur simplemente estaba callado, con la mirada fija en su plato.

El arroz y la carne de esa noche no tenían un sabor delicioso como de costumbre.

―No tengo hambre… ―pronunció Max, levantándose de la mesa con rudeza y saliendo de la casa. Caminó directo hacia la caseta donde estaba su cuarto.

<< La casa principal solo tiene una habitación matrimonial, por lo que Oliver y Gouten habitan una de las casetas con forma de caparazón de tortuga, y Max tiene otra solo para él. >>

― ¿Qué fue lo que pasó, señor Baldur? ―preguntó curioso Oliver.

―No pasó nada, Oliver… ―le respondió el hombre.

Baldur esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos, pero hizo lo posible para que los chicos no notaran su preocupación.

―Terminen de comer y vayan a la cama. Dejen que esos cuerpos descansen… ¿sí?

―Sí, señor Baldur… ―respondieron ambos muchachos.

 

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