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Chapter 61 - El Verdadero Poder de un Adamantita

En las profundidades de la Mina Lunar, más de quince aventureros se enfrentaban a una criatura colosal: un dragón de cuarzo. La bestia se alzaba con más de cinco metros de altura y casi treinta de largo, desde la afilada punta de su hocico hasta el extremo de su cola oscilante. Su cuerpo entero estaba recubierto por cristales blancos que pulsaban con una energía mágica tan densa que el aire parecía vibrar a su alrededor. Aquella armadura mineral formaba una coraza impenetrable, dejando al descubierto únicamente sus patas y el vientre: los pocos puntos débiles que aún podían aprovecharse.

Frente a la bestia, seis guerreros mantenían la línea de batalla. Más atrás, otros aún no se atrevían a unirse al combate. Entre los más destacados se encontraban dos aventureros de rango adamantita: una mujer amazona de musculatura impresionante y un semihumano de la raza pantera con una lanza de filo curvo.

—¡Ataquen sus patas traseras! ¡Su armadura es demasiado resistente! —gritó la amazona, lanzando un mandoble con fuerza sobre el costado del dragón—. ¡El gato y yo lo mantendremos distraído!

Cada golpe de su espada y cada embestida de la lanza retumbaban con un estruendo metálico al chocar contra la coraza de cristales, haciendo saltar chispas como si el fuego intentara nacer entre el mineral. Desde el borde de la sala, Arthur los observaba sin apartar la vista. No eran solo fuertes. Había algo en su postura, en su coordinación… en la forma en que sostenían la línea sin vacilar.Eran líderes.

Sin dudarlo más, Arthur se unió al grupo que atacaba desde la retaguardia. La bestia, furiosa, no se quedó quieta. Un solo coletazo bastó para lanzar por los aires a varios combatientes, mientras otros quedaban tendidos en el suelo, heridos y sin fuerzas para levantarse.

Un guerrero, sangrando por la boca, yacía inmóvil cuando la cola del dragón descendió sobre él como una guadaña.

En el último instante, Arthur se lanzó sobre el hombre, cubriéndolo con su propio cuerpo. El impacto fue devastador: el suelo estalló bajo ellos, lanzando fragmentos de roca como metralla por toda la cueva. Una nube de polvo lo cubrió todo. Cuando finalmente se disipó, no había rastro de ninguno.

A unos metros, entre unas rocas partidas, Arthur emergió arrastrando al hombre inconsciente. Le roció una poción sobre el cuerpo y, al notar que aún respiraba, lo dejó a salvo y corrió de vuelta al combate.

Antes de lanzarse de nuevo al frente, miró de reojo, asegurándose de que el Lich —en su forma de cuervo— no lo hubiera visto.Si lo hacía, toda su fachada de frialdad... se desmoronaría.

—Ese cuervo se fue a buscar el botín del dragón —murmuró para sí—. Dice que estas criaturas son expertas en esconder sus tesoros.

Arthur lanzó un corte cruzado a una de las patas traseras de la bestia. Ya coordinados, los grupos esperaban a que el dragón se enfocara en un lado para atacar por el otro. Aun así, cada golpe de la cola seguía mandando a volar a los más lentos. Era una criatura de cuatro coronas, y la mayoría de los presentes apenas alcanzaban el rango oro o plata. Solo los dos adamantita mantenían el frente.

Arthur usó su habilidad Paso Sombrío para rescatar a varios aventureros más, pero el esfuerzo le pasó factura. Tras el tercer uso casi consecutivo, tosió sangre. Su cuerpo estaba al límite.

Recordó las palabras del Lich:

"Si sigues forzando tu cuerpo y confiando en las pociones, llegará el día en que dejen de hacer efecto".

Aun así, no podía quedarse mirando mientras otros morían. El mundo aún no lo había endurecido tanto.

Los ataques no cesaban. Desde la retaguardia, los magos de apoyo conjuraban hechizos de refuerzo y sanación, manteniendo en pie a los combatientes que aún resistían. Tras varios minutos de asedio constante, una de las patas traseras del dragón comenzó a sangrar. Las grietas recorrieron los cristales como telarañas de luz, hasta que se resquebrajaron con un crujido seco.

Fue la señal.

Una lluvia de habilidades cayó sobre la herida abierta, implacable y sincronizada.

La rodilla derecha del dragón tocó el suelo, haciendo temblar la cueva.

Del otro lado, donde luchaba Arthur, la otra pata también comenzaba a quedar expuesta. Con cada golpe, los últimos fragmentos de cristal volaban en todas direcciones. Al fin, la segunda rodilla cedió y se dobló con un rugido de piedra astillada.

La colosal criatura, por primera vez, quedó vulnerable. Su pecho estaba al descubierto.

La amazona y el hombre pantera dieron un paso al frente. Una oleada de energía maná se concentró en sus cuerpos, envolviéndolos como un aura viva. Las rocas temblaban, el aire vibraba con una frecuencia imposible, y la tierra misma se agrietaba bajo sus pies.

—¡Desgarro del Vacío! —gritó la mujer, su voz cargada de furia y poder.

Una luz negra, densa como un agujero en la realidad, se disparó desde su espada hacia el dragón. Al impactar, atravesó su pecho como un rayo maldito, abriendo una herida de dos metros que reveló hueso reluciente y músculo cristalizado.

—¡Dragón Ascendente! —rugió el hombre pantera.

Detrás de él, una silueta etérea de dragón surgió entre chispas y viento. Rugió con él, como si la técnica misma tuviera conciencia. La lanza descendió con una velocidad brutal y se clavó justo en el centro del pecho de la criatura, haciendo brotar sangre como una fuente.

Y aun así…El dragón no cayó.

Soltó un rugido atronador. La amazona, con mirada firme, gritó:

—¡Todos a la salida! ¡Va a usar su ataque de área! —gritó la amazona, con voz firme.

Era el mismo aliento que había congelado al escuadrón anterior.

Muchos intentaron correr, pero estaban demasiado lejos. Fue entonces cuando el hombre de la academia dio un paso al frente, alzó la voz con determinación y gritó:

—¡Rápido, detrás de mí! ¡Puedo contenerlo!

Sin perder un segundo, el grupo se replegó hacia él. El académico se arrodilló y comenzó a dibujar símbolos arcanos en el suelo con una velocidad frenética. Su maná fluía como un torrente. Siete barreras surgieron a su alrededor, una tras otra, cada una más gruesa que la anterior, cada una de un color distinto, brillando con intensidad mágica.

El dragón clavó sus patas en la tierra. El aire se congeló de inmediato. Luego, con un rugido sordo, liberó su aliento: un haz blanco, puro como la escarcha más antigua, que barrió la cueva como una tormenta glacial.

Las barreras comenzaron a quebrarse, una tras otra. Con cada ruptura, un sonido como de cristal astillado resonaba en el pecho de los presentes. El académico se mantenía en pie, pero su cuerpo ya temblaba. Sangre le corría por la nariz, los oídos, los ojos.

Cuando solo quedaban tres barreras, su cuerpo ya no respondía del todo. Su maná se debilitaba… y el rugido helado del dragón seguía empujando.

Al final, la última barrera crujió… y resistió.Apenas.

Antes de que la bestia pudiera cargar un nuevo ataque, los adamantita se lanzaron una vez más.

—¡Desgarro del Vacío!—¡Dragón Ascendente!

Esta vez, el corazón del dragón quedó completamente expuesto. La lanza del semihumano se hundió con violencia en su centro vital. Un rugido agónico sacudió la cueva antes de que la criatura colapsara. Su cuerpo se desplomó con un estruendo sordo, haciendo temblar el suelo. Una lluvia de sangre cristalina empapó a los aventureros.

Era su victoria.

Arthur se dejó caer, jadeando, con los músculos temblorosos. Miró a los dos adamantita con un respeto renovado. Lo que habían hecho… era de otro nivel.

Entonces, el cuervo apareció entre las sombras. Se acercó con un revoloteo silencioso y le entregó a Arthur un pequeño papel, susurrando algo incomprensible antes de desaparecer de nuevo, como si nunca hubiera estado allí.

Arthur guardó el papel sin decir una palabra, y salió junto al resto del grupo. La criatura fue sellada por la mujer amazona. El botín, como dictaba el gremio, sería repartido después.

Una vez fuera de la cueva, Arthur esperó a estar completamente solo. Sacó el papel y lo pegó a su cuerpo. Su figura se desvaneció, volviéndose translúcida… como un fantasma.

Sigilosamente, regresó al corazón de la mina.

Allí, sobre una roca tallada por la misma batalla, lo esperaba el Lich.

—Joven filósofo —dijo, con su voz retorcida y burlona—, es hora de recoger nuestro botín.¡Ka-ka-ka! —rió como un cuervo poseído.

Fin del capítulo.

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