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Chapter 21 - Danza mortal en la tormenta púrpura

El Bosque Púrpura recibía su nombre por un extraño fenómeno: unas cuantas veces al mes, la acumulación de energía mágica en las bestias y minerales alcanzaba un punto crítico. Esa energía se evaporaba, ascendiendo como niebla hasta el cielo, formando nubes color púrpura que descargaban rayos del mismo tono. Aquella lluvia mágica carbonizaba todo lo que tocaba.

 

Y ese día… era uno de esos.

 

Dentro de una cueva, un joven ensangrentado se mantenía de pie a duras penas. Una herida profunda en su pecho, marcada por tres garras, dejaba ver incluso un fragmento de hueso expuesto.

 

Frente a él, un lobo gigantesco, cubierto de sangre y jadeante, se negaba a caer. De su ojo izquierdo sobresalía la empuñadura de una daga, de la cual brotaba un hilo constante de sangre.

 

Afuera, los truenos púrpuras retumbaban, iluminando fugazmente la cueva.

 

Ambos se miraron.

 

Sabían que solo uno saldría con vida de ese lugar.

 

Arthur escupió sangre al suelo, respiró con dificultad y tanteó en su bolsa.

 

Debo terminar esto… pensó. Solo me quedan dos bolas de acero. No quería usarlas… Aún tengo más bestias que cazar. Pero no esperaba que este maldito siguiera de pie tras el veneno y la herida en su ojo.

 

Miró su pecho. La sangre fluía a raudales.

 

—Aaaagh… Duele como mil demonios —gruñó, apretando los dientes.

 

Tomó las dos bolas de acero restantes y una daga de repuesto.

 

No puedo matarlo de frente. Si corro hacia él en este estado, abriré más la herida y caeré desangrado. Si me desmayo aquí… terminaré como cadáver o comida para bestias.

 

Sus ojos recorrieron la cueva.

 

Detrás de esos cristales… de ahí salió el escorpión. Si puedo llegar hasta esa pequeña cueva, vendarme y recuperar fuerzas…

 

Suspiró, agotado

 

—Bien… no hay otra opción.

 

Preparó las granadas. En una batalla a muerte, incluso unos segundos de pensamiento definían al vencedor.

 

El lobo, con un último esfuerzo, flexionó sus patas traseras y se lanzó como una flecha.

 

Arthur no desaprovechó la oportunidad.

 

Arrojó una granada directo a la cabeza de la bestia y otra a sus patas. La explosión levantó humo, tierra y fragmentos de roca.

 

Sin perder tiempo, Arthur corrió hacia la pequeña cueva oculta tras los cristales. Era un agujero de no más de un metro de alto y ancho.

 

El lobo, tambaleante y furioso, giró su cabeza, divisó a su presa y se lanzó con un mordisco.

 

Arthur apenas logró rodar dentro de la grieta. Vio, a escasos centímetros, unos colmillos afilados y el aliento fétido de la bestia. El corazón le latía con fuerza.

 

Se internó más en la oscuridad.

 

Debo vendarme rápido. Si el lobo llama a su manada… estoy muerto.

 

El lobo se sentó en la entrada de la cueva, cubierto de heridas y sangre. Era una bestia alfa. Al absorber mana, su cuerpo había evolucionado, volviéndose más resistente y letal. Lamiendo sus heridas, vigilaba el agujero, esperando pacientemente.

 

En el mundo de Lost, apenas se conocía el 20% de su fauna y flora. Las bestias alfa eran una anomalía descubierta recientemente. Se rumoraba que, a medida que absorbían más mana, podían despertar linajes ancestrales, recuerdos de antiguas criaturas e incluso la capacidad de hablar la lengua humana.

 

Veteranos aventureros decían:

 

"Hay que tener mucha suerte… o mala suerte, según se mire, para encontrarse con una bestia alfa".

 

Cazarlas era casi imposible. Eran inteligentes, estratégicas, y nunca soltaban a una presa débil. Una vez marcado, solo había dos caminos: matarla… o morir.

 

El valor de sus cuerpos era incalculable. Armas, armaduras y objetos imbuidos de su maná se consideraban tesoros.

 

Si Arthur supiera que había tenido la suerte —o desgracia— de cruzarse con dos bestias alfa en un mismo día… tal vez habría preferido rendirse y esperar la muerte.

 

La batalla había entrado en una pausa silenciosa. Solo el destino sabía quién saldría vivo de esa cueva teñida de sangre y relámpagos púrpura.

 

Fin del capítulo.

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