🜏 CapĂtulo 2 – El Ciclo Inicia con Sangre
Narrador: Varek
"La memoria es un animal salvaje.
No muerde cuando quieres… sino cuando empiezas a sentir."
Aisha aĂşn sostenĂa a la pequeña cuando el santuario se apagĂł.
Yo no debĂa mirarla más de un segundo…
pero lo hice.
Porque esa niña —esa luz nueva— abrió una grieta en mà que creà sellada hace décadas.
SentĂ un tirĂłn ardiente en la palma donde el Ouroboros duerme.
Un pulso.
Una advertencia.
El ciclo avanzaba.
Y como siempre, cuando el ciclo se mueve…
la sangre habla primero.
El impacto me quebrĂł una parte que siempre mantuve sellado.
Entonces regresĂł el recuerdo que he guardado como herida:
La sangre de mi madre olĂa a estrellas quemadas.
Lo supe en el primer grito: ese que se desgarró en su garganta mientras el fuego devoraba las paredes del viejo refugio que llamábamos hogar.
—Varek… ven… —susurró.
Yo tenĂa apenas diez años, pero ya comprendĂa lo que significaban esas palabras: muerte, herencia…elecciĂłn.
Me tomĂł la mano con la poca fuerza que le quedaba. Sus uñas estaban sucias, sus labios partidos. No tenĂa más tiempo, pero me dejĂł algo mejor que el tiempo:
un mandato y un destino.
—Protege a tus hermanos… cueste lo que cueste. Y usa tu sangre.
Su cuerpo cayĂł entre las raĂces del roble sagrado.
El mundo se quedĂł sin ruido.
Las runas bajo su piel comenzaron a brillar, revelando memorias talladas en piedra viva.
Las voces antiguas se abrieron paso entre su carne.
Algo en mĂ se rompiĂł para siempre.
Mi niñez murió junto a ella.
Detrás, mi padre observaba: Velmior Rahz. Hermoso como un dios maldito, inmĂłvil, sin lágrimas.VacĂo como su infierno.Solo esperaba el momento en que podrĂa finalmente reclamarnos.
Nunca la amĂł, solo la usĂł.
Mi madre me habĂa enseñado que amar es proteger sin causar dolor.
Y que, si ese dĂa llegaba, debĂa hacer el Ritual de los Dones.
AsĂ que lo hice.
"El Ritual de los Dones."
Y yo lo harĂa.
Corté mi palma con la Daga del Destino.
Mi sangre cayĂł sobre las runas.
La tierra despertĂł.
El aire se quebrĂł.
Mis hermanos observaron:
Sanathiel, el intermedio, la calma antes del rugido.
Sariel, el más pequeño, el silencio que a veces da miedo.
Tomé la mano de Sanathiel primero.
Su piel temblĂł bajo mi tacto.
—Tu alma está unida a la luna —dije.
Le di el medallĂłn lunar que fue de nuestro padre.
El dominio sobre los Nevri.
El don de la bestia.
Sus ojos se encendieron en oro.
CreciĂł un colmillo.
Una promesa.
Una advertencia.
Luego me volvĂ hacia Sariel.
Cuando el eco de Velmior rozĂł su sombra, cadenas negras surgieron de su piel.
No lo lastimaban.
Lo abrazaban.
—Tú llevas dentro la oscuridad —murmuré—. Te doy el Don de las Sombras.
Sus ojos se vaciaron.
Negros por completo.
Como si algo dentro de él muriera… para dejar espacio a algo más.
Entonces la daga hablĂł dentro de mĂ.
 —Para ti, el primogénito… Varek.
El don: la inmortalidad.
Mi cuerpo no se quebrarĂa.
Mi alma, sĂ.
El tatuaje del Ouroboros ardiĂł en mi brazo:
un lobo blanco devorándose a sà mismo, fuego y hueso entrelazados. Mis ojos se volvieron violetas.
Mamá decĂa que el amor es lo Ăşltimo que se pierde… incluso en los monstruos.
—Solo uno recibirá la bendición completa —susurró Velmior.
Entonces lo entendĂ.
QuerĂa un cuerpo.
Un huésped.
Una vasija.
QuerĂa uno de nosotros.
ActivĂ© el cĂrculo de protecciĂłn con las palmas ensangrentadas.
La tierra respondiĂł.
Velmior avanzĂł.
Su forma humana se quebrĂł.
Las llamas lo devoraron.
—¡Eres mĂo, Varek! —rugiĂł.
—Nunca más —respondĂ.
El roble abriĂł sus raĂces.
El abismo lo tragĂł.
Su grito estremeciĂł el bosque entero.
—No avanzarás más, padre —susurré—. No contigo.
El demonio fue sepultado.
Pero algo del ciclo se torciĂł ese dĂa.
Huimos.
El bosque nos escondiĂł.
Llegamos a un pueblo perdido entre montañas: Refugio.
Un chico me enseñó a escribir, a leer, a cocinar.
A ser niño otra vez.
Por un tiempo…
CreĂ que la maldiciĂłn habĂa dormido.
Hasta la noche en que Sariel sonriĂł.
Sanathiel dormĂa en mi regazo. CantĂ© la misma canciĂłn que mamá murmuraba entre dientes.
Sariel observaba desde la sombra, con una dulzura que me helĂł.
Al amanecer, mi amigo desapareciĂł.
Lo encontré en el ático:
Sin ojos.
Sin manos.
Un charco de sangre.
—¿Por qué? —pregunté.
Sariel sonrió con cariño.
Con cariño.
—Te gustaban sus manos… y su risa. Asà que te las guardé.
La vela cayĂł.
El fuego naciĂł.
Sombras verdes devoraron la casa.
Sariel encadenĂł a Sanathiel con sombras vivas.
—Perdóname —Exprese—. Quiero liberarte.
Clave la daga para instintivamente sobre el menor y sobre él.
Pero Sanathiel no muriĂł.
⟡
DespertĂ© entre cenizas. El cuerpo de Sariel se evaporaba en humo. Yo deseĂ© morir, pero la daga me lo negĂł,Â
De entre la oscuridad surgiĂł Luciano Kerens.
FrĂo.
Elegante.
Pálido como una luna apagada.
—Eres inmortal —dijo—. Y tu hermano… el que duerme bajo el árbol… aún vive.
Miré a Sanathiel, tembloroso, puro, roto.
—¿Crees que contigo vivirá bien? —preguntó Kerens.
—Lo matará —susurré.
—Entonces escóndelo. Bórralo. Protégelo. Yo lo vigilaré desde las sombras.
—Solo si puedo verlo —respondĂ.
Kerens sonriĂł.
No era amabilidad.
Era un pacto.
—Asà comenzará el segundo ciclo.
Esa noche sostuve a Sanathiel por Ăşltima vez.
Le canté.
Lo envolvĂ.
EscribĂ una carta… que nunca entregarĂa.
Al amanecer lo dejé en Esperanza del Ciervo.
Y desaparecĂ.
Desde la colina juré:
—No importa cuántos siglos pasen.
Ni cuántas veces me olvides… No me odies.
Te protegeré. Siempre.
Pero algo, bajo las cenizas, seguĂa vivo.
Luciano dijo:
—A veces los héroes no salvan el mundo. Solo lo retrasan un poco.
Y bajo las ruinas del refugio, donde Sariel ardió…
algo oscuro seguĂa latiendo.
Como un corazĂłn que no aprendiĂł a morir.
