Cherreads

Chapter 29 - Segunda Temporada: Entre la Vida y la Muerte.

[Punto de vista: Tercera Persona]

La luz blanca del helicóptero palpitaba como un corazón enfermo sobre la camilla, donde tres asistentes ya sujetaban el cuerpo de Hades con bandas negras cruzadas por el pecho y el abdomen. El cuello fue asegurado con una férula rígida, como si con eso pudieran detener el colapso de un mundo entero.

Recovery Girl subió sin decir palabra, con los labios tensos, la mirada dura, y tomó al vuelo una mascarilla de oxígeno para fijarla al rostro quebrado del chico, apenas sostenido en su lugar por parches de piel inflamada y hueso desnudo.

—Gracias, Todoroki —dijo apenas, sin emoción al muchacho que aún estaba de pie, mirando como su compañero estaba siendo preparado para el viaje.

No había tiempo para elogios. Sólo hechos. La joven se quedó quieta un segundo, todavía helada, como si quisiera decir algo más. Pero... no pudo.

Su garganta estaba seca, su lengua era un nudo y su boca se negaba a abrir. Ella bajó la mirada, en un intento de encontrar las palabras que se ahogaba, pero cuando lo hizo...

Vió sus manos manchadas de sangre fresca que no era suya. El sentimiento húmedo y pegajoso provocó que cerrase los ojos y se diera media vuelta, volviendo con el resto de sus compañeros.

Recovery Girl, por su parte, ya tenía un par de lágrimas colgando de los ojos, pero no eran para llorar. Eran por la presión, el esfuerzo. El horror contenido al ver a un adolescente en ese estado.

—Tijeras, ahora —ordenó al primer enfermero, que ya encendía la grabadora. El aparato fue entregado sin palabras, y empezó a emitir el ruido blanco de fondo mientras el helicóptero despegaba.

Uno de los paramédicos rasgó la ropa con precisión, exponiendo un torso magullado, brazos devastados, y un rostro que apenas parecía humano. Recovery Girl ajustó su asiento, puso un estetoscopio sobre su pecho y respiró hondo. Un leve click encendió la grabadora en sus manos.

—Informe médico de emergencia. Paciente Hades. Adolescente, masculino, aproximadamente 1.80 de altura. Estado: crítico e inestable. Traslado vía aérea a unidad especializada. Observadora: Recovery Girl. —Su voz era una línea recta, fina, frágil. Como una aguja que pinchaba en cada palabra.

Miró a su ayudante con un gesto seco. Él asintió y empezó a anotar en una libreta, letra firme, profesional, aunque el temblor en su muñeca lo traicionaba.

—Cabeza y rostro. Presenta sangrado por lagrimales y fosas nasales, compatible con hipertensión intracraneal. Pupilas desiguales, ojos inyectados. Posible alteración neurológica severa. Mandíbula con necrosis tisular en zona derecha e inferior. Hay exposición ósea y signos tempranos de infección. El olor es... —hizo una pausa, tragando saliva— nauseabundo. Si no estuviera en shock o bajo alguna alteración sensorial, el dolor sería intolerable. Anotar: sospecha de quirk ofensivo de tipo corrosivo.

Los paramédicos murmuraban entre sí, pasándose gasas, bolsas de suero, asegurando líneas de fluidos intravenosos en el brazo menos dañado.

—Tórax. Hematomas múltiples, desde estómago a clavículas. Costado izquierdo con inflamación. Palpación sugiere microfracturas costales. Respiración superficial, irregular. Ruidos pulmonares débiles. Posible contusión y aspiración de vapor tóxico.

—¿El oxígeno está listo? —preguntó de reojo.

—Listo, doctora. Saturación en 78.

—Sube la presión del flujo.

Y sin perder ritmo, continúo, mientras palpaba el abdomen.

—Abdomen y región lumbar. Abdomen blando, pero con tensión lateral. Sospecha de trauma en vísceras sólidas: bazo o riñones. Dolor agudo en región sacra, sospecha de fisura en coxis. A revisar con imagen.

Con movimientos secos, limpió con alcohol el brazo derecho. Los dedos no reaccionaron al tacto.

—Extremidades superiores. Brazo derecho en estado crítico. Quemaduras de tercer grado, necrosis visible, sin respuesta táctil. Fracturas múltiples en antebrazo y muñeca. Hombro parcialmente dislocado. Inutilizable —respiró profundamente, su voz se quebró y sus manos temblaron—. Alto riesgo de amputación si no se actúa rápido.

El enfermero la miró con terror, pero ella no lo detuvo. No había consuelo posible en la cabina. Solo decisiones.

—Brazo izquierdo: desgarros musculares, hematomas intensos. Casi sin fuerza de agarre visible.

Se desplazó a los pies del chico, y retiró lo que quedaba del zapato izquierdo. Un gemido bajo escapó de la garganta de Hades, entrecortado por la máscara de oxígeno.

—Extremidades inferiores. Pie izquierdo parcialmente aplastado. Falanges dobladas, calor localizado, fractura y hemorragia interna muy probable. Fémur con microfracturas activadas por quirk de soporte o impacto cinético. Temblor en pierna derecha: sospecha de fatiga muscular o daño nervioso.

El helicóptero vibró al ganar altitud. Recovery Girl se inclinó de nuevo, evaluando signos vitales.

—Estado general. Piel pálida, sudoración fría. Pulso irregular. Presión baja. Signos de shock hipovolémico moderado. Consciencia intermitente. Todo el cuerpo muestra desgaste extremo por activación de un quirk regenerativo que consume su propia resistencia. —Sus palabras se pausaron, apretando los ojos con una de sus manos—. Este niño se está drenando por dentro para mantenerse entre nosotros.

Silencio.

Todos miraban al cuerpo pálido, desgarrado, con el rostro cubierto de sangre y hueso expuesto. Nadie sabía si seguía consciente o no.

Recovery Girl bajó la cabeza, y apretó su agarre en el estetoscopio.

—Voy a necesitar intubación si la saturación no sube. Quiero líquidos intravenosos ya. Monitoréenlo por si entra en paro —levantó la cabeza, sus ojos ardiendo en decisión—. Preparad analgesia sistémica con vigilancia respiratoria. En el hospital requerirá transfusión, cirugía reconstructiva mandibular, desbridamiento de quemaduras bajo sedación, y evaluación neurológica completa.

—Doctora... ¿cree que lo logre? —preguntó el joven asistente, sin poder evitarlo.

Ella lo miró con ojos tristes, y por un segundo no fue una heroína, sino una abuela viendo morir a un nieto al que apenas conocía.

—No lo sé —dijo, bajando la voz a apenas un susurro.

Y ese "no lo sé" fue más devastador que cualquier otra cosa que pudo haber dicho.

Aferró su bastón con fuerza, la imagen malhumorada de Hades se mostraba en su mente, como una burla a su estado actual.

Con cada segundo que pasaba, con cada latido que se perdía, las hélices rugían más fuerte, como si reflejaran la urgencia creciente en los ojos de los médicos. La anciana, cansada mientras revisaba las pulsaciones, murmuró para sí misma.

—Pero lo intentaremos. Maldita sea si no lo intentamos...

....

[Mientras tanto...]

El sonido de las sirenas se extendía como un eco persistente, rebotando contra las paredes rotas del centro de entrenamiento. El olor a pólvora, sudor y sangre aún flotaba en el aire, y una neblina espesa de polvo seguía suspendida sobre los escombros.

Varios estudiantes estaban reunidos cerca de la entrada principal, cubiertos con mantas térmicas y atendidos por drones médicos que iban de uno en uno con parsimonia clínica. Las luces de emergencia parpadeaban como si quisieran negar que la noche estaba llegado.

A un costado, Todoroki caminaba lentamente, su figura firme pero el paso irregular. La sangre en su uniforme no era suya, pero el peso detrás de ella, le hacía pensar que era suya.

Bajó la mirada, y cerró los puños, su respiración se volvió pesada.

Hades había sangrado tanto... y aún así seguía peleando, negándose a caer, negando su propio fin. Ella exhaló lentamente, sintiendo como un ardor profundo se intensificaba en su abdomen.

Al llegar con el grupo, varios compañeros la miraron fijamente, sus bocas abriéndose una por una, preocupadas y ansiosas por la verdad.

—¿Lo van a salvar...? —preguntó Momo, con la voz temblorosa, mientras observaba el helicóptero desaparecer en el cielo.

Tenía las manos manchadas, no de sangre, sino de frustración. Frustración por no haber hecho más, por no haber sido lo suficientemente rápida, lo suficientemente útil.

Jirou estaba junto a ella, con un auricular moviéndose ansioso por su cabello y la otra mano apoyada en el hombro de su amiga.

—Hizo todo eso por... por nosotros... y apenas lo conocemos —murmuró, aún atónita.

Toru, invisible como siempre, apenas podía hablar. Su voz quebrándose por la inacción.

—¿Por qué no me dejaron ir...? Él, él... ¡Lucho solo y miren donde está ahora! —sollozó, de rodillas, incapaz de controlar el llanto.

Tokoyami bajó la cabeza solemnemente, cruzando los brazos con respeto.

—El valor no es la ausencia del miedo. Es actuar a pesar de él. Todos ellos lo demostraron... Hades, Aizawa-sensei, Akemi, Bakugo... incluso Kirishima —agregó, su mirada fijada en el suelo.

Sero apretó los dientes, mirando hacia donde se habían llevado a Hades.

—Ese tipo... dio todo. Todo. No dijo nada, ni pidió nada. Solo fue. Joder...

Shoji miraba sus propias manos, temblorosas.

—Pude haber hecho algo. Tenía fuerza... tenía alcance. Pero me quedé quieto... tuve miedo —Su respiración se volvió agitada, apretando los puños con impotencia.

Sato lo escuchó y asintió en silencio, cabizbajo.

—Yo también... tenía miedo. No lo dije, pero... me paralizó. No quiero que vuelva a pasar. Nunca más.

Koda, con los labios temblando, movió los dedos con torpeza, como queriendo llamar a sus animales.

Pero está vez, ninguno vino.

Kaminari, con la cabeza baja, tenía un poco de sangre saliéndole de la nariz, secada a medias.

—Sobrecargué mi Quirk. Me quedé frito. No vi nada. Y cuando volví... todo ya estaba hecho. Qué inútil soy, joder...

Ojiro, de pie pero con la cola tensa, parecía molerse por dentro, su voz quedó sellada en su garganta, ahogándose en su propia impotencia.

Uraraka abrazaba sus propios brazos, temblando.

—Akemi... Bakugo... Todoroki... Kirishima y... Hades... ellos se lanzaron sin pensar. Yo también quería hacerlo, pero... no podía moverme —hizo una pausa, arrodillándose, sosteniendo su propio aliento—. ¿De qué sirve querer ser héroe si no puedes ni avanzar?

Iida, con los lentes empañados y expresión de impotencia, apretó los puños con fuerza.

—Tardé demasiado. Si hubiera sido más rápido, si hubiera llegado a los profesores antes... Tal vez nada de esto habría pasado.

Tsuyu, con la mirada perdida, recordó aquella imagen: la mano de Shigaraki rozando la cara de Hades, sus dedos retorcidos, el rostro derritiéndose como arcilla bajo el poder maldito.

—Intenté saltar... pero fui muy lenta... Demasiada lenta por el miedo... —dijo, en un tono que se apagaba con cada frase—. No lo merecía. Nadie merece eso...

Mina, con la cabeza baja, sus piernas temblorosas, murmuraba:

—Vi su cara. Vi cómo la mano de ese monstruo... Y no hice nada. Ni siquiera grité. Me quedé quieta. ¡Lo vi deshacerse! —empezó a llorar, y no se molestó en ocultarlo.

Aoyama, normalmente altivo, estaba con la mirada húmeda, mirando al cielo estrellado.

—Brillan más que yo, incluso cuando están rotos. Son héroes... todos ellos. Y yo... solo corrí. Me escondí. —Se giró, cubriéndose el rostro con el brazo—. Quisiera tener el valor de una sombra como él...

El grupo guardó silencio por un momento.

No era un silencio vacío. Era el peso de lo que habían visto. Lo que no habían podido detener. Lo que otros cargaban ahora por ellos.

Desde la distancia, All Might cayó de rodillas entre los escombros. Vapor saliendo de su cuerpo como una olla a presión.

Cementoss, siempre atento levantó muros a su alrededor para protegerlo, mientras el Nomu, completamente inmóvil, comenzaba a regenerarse con lentitud, pero sin propósito. Como una marioneta que perdió a su dueño.

El símbolo de la paz había llegado, el habia ganado. Pero todos sabían que algo dentro de él —y dentro de todos ellos— había cambiado.

Y en el aire, como una campanada dolorosa, aún se oían las sirenas.

....

[Hospital General de Musutafu]

Las luces fluorescentes parpadeaban con un zumbido casi burlón. En la sala de descanso, un televisor que colgado en alto escupía imágenes temblorosas, llenas de ruido sordo, farándula y notas amarillistas.

La noticia del ataque a la U.A. estaba en todos los canales. Las transmisiones eran acompañadas de videos filtrados por la propia Liga de Villanos, mostrando cada rincón del desastre.

En el suelo, con el uniforme arrugado y las manos sucias de cloro, Inko no pestañeaba.

Tenía la boca entreabierta, como si acabara de gritar pero el sonido se hubiera quedado atrapado en su garganta. Sus ojos, hinchados por un llanto que no terminaba de nacer, seguían fijos en una secuencia repetida: un cuerpo —casi sin forma— siendo arrastrado hacia un helicóptero.

Y entonces, la pantalla se volvió negra.

—¡Preparen el quirófano 2! —la voz cortó el aire como una cuchilla quirúrgica—. Trauma múltiple. Perforación torácica. ¡Daños internos no determinados! ¡Helicóptero en aproximación!

El doctor, jefe de cirugía de urgencias, caminaba a zancadas por el pasillo, con su bata flotando detrás como una bandera de guerra. Varias enfermeras lo seguían, empujando camillas, monitores, mascarillas.

Inko no se movió. Tardó dos segundos en entender que no era la televisión lo que se había apagado. Era el mundo el que había girado.

—¡Código rojo! ¡Cuatro minutos! ¡Que el equipo esté listo o no tendremos nada que salvar!

Inko se levantó, pero sus piernas se doblaron por un instante. Se sostuvo contra la pared. Sintió la sangre pulsar en sus oídos.

—No puede ser. No. No él... —pensó, mientras trataba de dar el primer paso.

Inhaló profundamente, y con esfuerzo dio un paso. Otro. Y otro más, hasta quedar frente al doctor justo cuando él recibía una carpeta de informes y la abría sin dejar de caminar.

—Doctor Ishikawa —dijo, la voz rota por dentro.

Él levantó la vista. Parpadeó un par de veces y la reconoció enseguida.

—Midoriya. No estás en turn—.

—Déjeme entrar al quirófano con ustedes —lo interrumpió.

El hombre frunció el ceño.

—¿Disculpa?

—Puedo mantener su cuerpo suspendido si su columna está comprometida. Puedo estabilizar los instrumentos con mi Quirk si hay contaminación. Puedo evitar presión sobre órganos lacerados mientras ustedes trabajan. —La voz de Inko se volvía más firme con cada palabra, aunque sus manos temblaban—. Por favor. Déjeme ayudar.

Él la miró de arriba abajo. Le bastó un vistazo para ver los ojos rojos, los tobillos inestables, la tensión en los dedos. No era una mujer en estado óptimo. No en absoluto.

—Estás alterada. Has estado llorando. No estás preparada. Puedo asignarte a observación desde sal—.

—¡Lo conozco! —soltó ella. Y todo se congeló.

Varios asistentes giraron la cabeza. Incluso el ruido de las ruedas de la camilla pareció detenerse.

—Ese chico... el que va a llegar... se llama Hades. Es el que estaba siendo cargado. Yo... necesito estar ahí. Necesito ayudarlo.

El doctor Ishikawa entrecerró los ojos. No dijo nada al principio. Exhaló lentamente. La carpeta crujió bajo sus dedos.

—¿Es tu hijo o algo así?

Inko tragó saliva.

—No. Pero... es mi responsabilidad. Por favor, déjeme asistir.

Hubo un largo silencio. Ishikawa evaluó el temblor en sus labios, la postura apenas sostenida por voluntad, y el brillo distinto en la mirada. No era lástima. No era compasión. Era una furia callada contra su propio miedo.

—Si entras, no te quiero ni un segundo dudando —dijo, seco, sin quitarle los ojos de encima—. Ni un temblor. Ni un error. ¿Entendido?

—Sí... —susurró. Luego más fuerte—: Entendido.

—Prepárenla —ordenó a las enfermeras—. Y si veo que te rompes allá adentro, Midoriya, te saco a la fuerza. Y te suspendo por seis meses.

Inko asintió. Ya no había espacio para lágrimas.

El quirófano esperaba. Y con él, la vida de un niño ensangrentado, flotando entre la muerte.

....

El sonido del rotor era un rugido constante que sacudía los huesos. Aun así, Recovery Girl, empapada en sudor, no parpadeaba mientras sujetaba la laringoscopia y deslizó el tubo endotraqueal con la precisión temblorosa de alguien que sabe que un segundo mal puede costar una vida.

—¡Saturación a 83, ritmo irregular! ¡Bradicardia marcada! —gritó la enfermera desde la consola portátil.

Recovery Girl apretó los dientes. Sus manos, manchadas de sangre, guiaron el tubo traqueal hasta su lugar. Con un rápido movimiento, lo fijó con una banda al rostro ensangrentado de Hades.

—¡Ambú! ¡Conéctalo ya!

Un asistente le entregó el dispositivo. Recovery Girl comenzó a oxigenarlo manualmente, contando mentalmente los intervalos. El pecho del chico subía apenas.

Entonces el monitor pitó. Línea recta por un segundo.

—¡No! ¡Adrenalina, un miligramo!—exclamó sin dejar de bombear.

El pitido fue perpetuo, cada segundo parecían horas. El cuerpo de Hades comenzaba a enfriarse, pero...

Pip

El corazón reinició su flujo. El pitido volvió a su patrón errático pero presente.

A través del parabrisas, apareció el helipuerto del Hospital General de Musutafu. La "H" blanca sobre el concreto —el helisuperficie primaria de trauma— era el único orden dentro del caos.

—¡Aterricen ya! ¡Preparen para transferencia inmediata! —ordenó Recovery Girl por el comunicador interno—. Camilla nivel 1, soporte completo. ¡Prepárense para sedación y aislamiento inmediato de quemaduras!

El helicóptero descendió y aterrizado sobre la plataforma de evacuación aérea, la helisuperficie, iluminada por las luces de emergencia del hospital.

Las puertas se abrieron con violencia, y el ruido del rotor se mezcló con las voces de tres enfermeros con camilla en posición. Recovery Girl descendió de inmediato, sujetando aún la válvula de bolsa-respirador que mantenía oxigenado al niño en estado crítico.

—¡Conecten al oxígeno, vía venosa ya iniciada! ¡Monitor cardíaco en cuanto entremos al ascensor! —ordenó, sin soltar el contacto visual del rostro destrozado del paciente.

Mientras lo transferían a la camilla, un residente traumatólogo ya uniformado con bata estéril se unió apresuradamente al descenso.

—¿Qué tenemos? —preguntó al ver los signos vitales fluctuando en el monitor portátil.

Recovery Girl, sudando, le lanzó una mirada rápida mientras apretaba el ambú con fuerza medida.

—Colapso sistémico por uso excesivo de quirk regenerativo. Está en shock hipovolémico, presión sostenida en 82 sobre 50, saturación cayendo a 89 cuando lo dejamos sin ventilación.

El ascensor comenzó a bajar. El residente consultó su tablet, y ella siguió sin frenar.

—Sangrado leve por lagrimales y fosas nasales. Pupilas ligeramente desiguales, ojos hiperémicos. Posible hipertensión intracraneal inducida por hiperactividad neurológica. La presbicia que ya tenía podría haberse exacerbado... pero eso es lo de menos ahora.

—¿Mandíbula?

—Necrosis tisular extensa en el maxilar derecho. Hueso expuesto, músculo parcialmente degradado, olor pútrido ya presente: infección temprana iniciada. Posiblemente inducido por contacto directo con algún quirk corrosivo. Dolor que normalmente sería incapacitante, pero el paciente no reacciona. Está en disociación o shock neurogénico.

—¿Tórax? —volvió a preguntar, mirando como lentamente el pecho se inflaba por la respiración asistida.

—Equimosis visible desde epigastrio hasta clavículas. Zona intercostal izquierda con hipersensibilidad: sospecha de microfracturas. Ruidos pulmonares irregulares, ventilación superficial. Posible contusión pulmonar.

—¿Abdomen?

—Dolor generalizado, aunque abdomen blando. Pero hay tensión en ambos flancos: podría haber afectación en vísceras sólidas. Sin imagen no lo confirmo, pero palpo signos compatibles con trauma en bazo o riñón izquierdo. Sacro hiperreactivo al tacto: probable fisura en el coxis o inflamación ósea localizada.

—¿Extremidades? —preguntó, sin poder ver directamente el brazo derecho.

—Brazo derecho... crítico. Piel ennegrecida, sin respuesta sensitiva, quemaduras de tercer grado, signos claros de necrosis. Fracturas múltiples en cúbito y radio. Hombro parcialmente dislocado. Funcionalidad total perdida. Riesgo de amputación alto.

—¿El izquierdo? —continuó, exhalando con profundidad.

—Hematomas, sensibilidad alta, desgarros musculares en zona braquial. Movilidad limitada, agarre casi nulo.

—¿Piernas?

—Temblor involuntario persistente en la derecha. No responde a estímulo doloroso leve, puede ser fatiga muscular o daño neurológico de bajo grado. Izquierda: signos de aplastamiento del pie, falanges deformes, probable fractura con hemorragia interna. Fémur muestra señales de microfracturas, probablemente inducidas por sobrecarga física al usar su quirk.

El residente apretó la mandíbula. La camilla salió del ascensor como una flecha hacia Trauma 2, ya preparado con instrumental, bolsas de sangre y un equipo quirúrgico parcialmente vestido.

—¿Estado actual?

—Consciencia intermitente. Pulso irregular. Piel pálida, sudor frío. Está cediendo rápido. Lo mantuve con fluidos IV en vuelo, pero necesita una transfusión urgente. Debemos entubar y pasar a cirugía maxilofacial en cuanto estabilice. Prioridad uno: control de vía aérea, control de infección mandibular, monitoreo neurológico, y preparar quirófano para desbridamiento en brazo derecho.

El monitor emitió un pitido largo. Recovery Girl no dudó. Aplicó presión sobre el pecho mientras gritaba:

—¡Código azul! ¡Carga el desfibrilador, ahora! ¡Y prepárate para amputación si no hay flujo en los próximos diez minutos!

La camilla desapareció por las puertas batientes mientras las órdenes llenaban el pasillo, mezcladas con el zumbido frío de la vida tambaleándose en los bordes de la muerte.

[Mientras tanto]

El frío de la tarde comenzaba a calar más allá de los trajes rasgados y sucios de los estudiantes. No era un frío físico, no solo eso... era el de la incertidumbre, el del vacío que quedaba tras sobrevivir a algo que aún no podían comprender del todo.

Aoyama estaba sentado en un rincón de la explanada improvisada frente a la USJ, temblando. Sus ropas estaban empapadas, llenas de barro y cenizas, con restos de humo aún adheridos al perfume que siempre llevaba consigo.

Se abrazaba a sí mismo, sus labios apretados, su mirada vacía, como si su reflejo interno temblara más que su cuerpo.

—Tuve miedo... —musitó para nadie en particular.

Mina, con el rostro pálido y las manos cubiertas por guantes manchados de sangre seca, no dejaba de morderse el labio inferior.

Aún podía sentir el peso de su decisión: no intervenir, no lanzarse al rescate de Hades. No por desinterés, sino por ese miedo seco y paralizante que te obliga a quedarte quieto. Ella sabía que no habrían hecho la diferencia... solo más daño.

Pero eso... no aliviaba la culpa.

Entonces, los pasos pesados de Vlad King se acercaron. Su rostro era una máscara de agotamiento y contención. Caminaba con los hombros tensos, como si cada palabra que tenía que decir pesara una tonelada.

—Aizawa-sensei, Thirteen, y los que están inconscientes... —tragó saliva antes de continuar—. Bakugo, Kirishima, Midoriya Akemi... han sido trasladados al Hospital General de Musutafu. Están en observación, estables... pero inconscientes.

Mina levantó la cabeza de golpe.

—¿Y Hades? —preguntó con voz cortante, más angustiada que inquisitiva. Sus pupilas brillaban como si esperara la respuesta que no quería escuchar.

Vlad King cerró brevemente los ojos.

El recuerdo lo golpeó de inmediato. La imagen del cuerpo de ese chico —desfigurado, sin color, con la mandíbula destruida— sostenido con un cuidado inquietante por Todoroki mientras era entregado al equipo médico, aún palpitaba en su mente.

—También... fue llevado al mismo hospital —respondió con voz baja pero firme—. Lo estan esperando en la azotea para recibirlo en helicóptero.

Hubo un silencio seco. Nadie se movió. Nadie respiró con normalidad.

Iida, con el rostro lleno de sudor y las gafas colgando torpemente de una patilla, fue el primero en romper la tensión.

—¿Podemos ir a visitarlos?

—A algunos, quizás sí —respondió levantando la cabeza—. Pero... no a Hades. Es casi seguro que ya lo están interviniendo quirúrgicamente. Su estado era muy delicado. —Miró el suelo por un segundo—. No puedo prometerles nada.

—¿Podemos... quedarnos ahí? —preguntó Tsuyu, parpadeando con pesadez—. Para saber si... si sobrevive.

Vlad suspiró, rascándose la nuca. Su mirada recorrió los rostros tensos de esos chicos... niños, realmente. Lo que habían vivido no lo debía vivir nadie a esa edad. Y ahora estaban ahí, esperando noticias como si fueran parientes angustiados.

—Pueden quedarse. Pero deben saber que... la cirugía podría durar hasta mañana.

Iida, con el peso de la verdad y de la culpa , alzó la voz de nuevo.

—Entonces... debemos organizarnos. Un grupo irá al hospital ahora a visitar a quienes puedan... el resto podrá esperar aquí y turnarse más tarde. Podemos llevar flores, redactar un informe rápido para los padres y—

—Disculpen.

Una voz interrumpió su discurso. Era firme, grave, de adulto con demasiadas horas sin dormir.

Un hombre de estatura media, rostro serio y abrigo largo color caqui se acercó con paso seguro. Bajo uno de sus brazos, una carpeta gruesa. En la otra mano, una placa.

—Soy el detective Naomasa Tsukauchi, de la División de Crímenes Especiales —dijo mostrando su identificación—. Antes de que se vayan a cualquier parte... necesito hacerles algunas preguntas.

El silencio volvió a caer, más denso que antes.

[Sala de operaciones principal – Hospital general de musutafu]

El pitido monótono del sistema de presión positiva marcó el inicio del protocolo de cirugía. El zumbido del sistema de filtrado HEPA activado en los conductos resonó como una sentencia, envolviendo la sala de operaciones en un silencio clínico, absoluto.

Inko estaba allí. De pie, con el rostro cubierto por una mascarilla quirúrgica, los ojos rojos y vidriosos clavados en la puerta de acero estéril. Su mente giraba en círculos: cada golpe, cada grito, cada imagen de ese cuerpo arrastrado como un saco de carne muerta se repetía una y otra vez, devorando la compostura que tanto había fingido dominar.

Sus guantes quirúrgicos crujieron bajo la presión de sus puños cerrados. Una náusea seca le subió por la garganta justo cuando la luz de alerta cambió a verde.

—Respira profundo —dijo una voz firme a su lado.

La mano del doctor Ishikawa —jefe de cirugía general del hospital— se posó en su hombro.

—En esta sala no quiero titubeos, enfermera Midoriya. Aquí no somos madres, ni tías, ni humanos. Somos doctores. ¿Está claro?

Ella no respondió con palabras. Cerró los ojos, su sentido del olfato se agudizó. Y por un momento, pudo sentir el yodo, cloro y miedo suspendido en el aire. Un golpe seco en la puerta de acero le atravesó los tímpanos.

Cuando la puerta se deslizó hacia un lado, y vio lo que trajeron... el mundo dejó de tener sonido.

El cuerpo de Hades —no, su Hades— estaba inmóvil sobre una camilla de soporte especial. Dos sistemas de oxigenación mecánica trabajaban conectados al respirador torácico; uno portátil, y otro conectado a una batería de reserva. Tenía collarín cervical reforzado, cables por doquier, un vendaje sobre la tráquea para evitar fuga de sangre, y placas provisionales en ambos costados.

Su piel... no era piel. En varias zonas, especialmente la mandíbula, cuello, tórax y flancos, lo que quedaba era tejido carbonizado, zonas grises y violáceas, con áreas de necrosis por contacto térmico o ácido.

La boca estaba cubierta por la máscara, pero el contorno óseo de la mandíbula inferior ya era visible. Parte del cartílago nasal había sido derretido. No era un rostro. Era una ruina.

—Zona estéril, zona estéril. ¡Llevadlo a descontaminación! —ordenó una de las enfermeras, mientras Recovery Girl, se quitaba su abrigo quirúrgico fuera de la sala y lo entregaba con cuidado, avanzando con pasos cortos hacia la zona de manos estériles.

—Enfermera Midoriya —comenzó Ishikawa, sin levantar la voz—. Con su Quirk. Trasládelo a la camilla tres.

Inko no se movió.

Su cuerpo temblaba. El corazón golpeaba en su garganta, mientras su mente daba vueltas.

—No puedo... no así... no puedo tocarlo, no así...

Y entonces, sin previo aviso, alzó la mano y se dio una bofetada.

El sonido de la piel contra la piel resonó como un látigo dentro de la sala estéril. Las enfermeras voltearon. Ishikawa no se inmutó. Solo la miró.

Con una exhalación entrecortada, Inko levantó las manos temblorosas. Un suave brillo verde envolvió el cuerpo maltrecho del chico.

El traslado fue quirúrgico. Casi milimétrico.

Flotó en suspensión y fue depositado sobre la nueva camilla quirúrgica como una reliquia sagrada. En cuanto estuvo asegurado, las enfermeras comenzaron el procedimiento de preparación preoperatoria.

—Cuerpo estabilizado. Ritmo cardiaco presente pero irregular —comentó una enfermera, anotando los resultados—. SatO₂ al 89%. Presión 78/46, hipotenso. Mantener volumen con solución Ringer lactato.

—Temperatura corporal 34.7°C. Hipotermia secundaria —agregó una segunda enfermera—. Activar sistema de calor activo bajo manta quirúrgica.

Las enfermeras comenzaron la retirada de los vendajes iniciales colocados por los paramédicos. Todo era sangre seca, tejido muerto, y una armadura de músculos desgarrados.

—Retiro de vendajes completos. No contacto con zonas viables. Infiltración de yodo povidona al 10% en zonas accesibles. Área mandibular no viable. Probable resección.

—Cámara laparoscópica lista. Trauma torácico izquierdo. Hematoma masivo en intercostales. Posible hemotórax cerrado. Fractura de clavícula, confirmada por imagen previa.

Ishikawa se acercó a la mesa de instrumental. Recovery Girl ya estaba en zona estéril. El residente de traumatología, y un segundo doctor, aún no había llegado.

—Enfermera Midoriya, necesitamos definir el orden de abordaje. —Su voz era seca—. Fractura de mandíbula, tráquea, neumotórax, posible hemorragia interna, daño neurológico. ¿Cuál es la prioridad?

Inko, respirando con dificultad, revisó los datos proyectados en el panel. Cerró los ojos un momento, y los volvió a abrir, más segura está vez.

—Primero estabilicemos la caja torácica. Si no corregimos el colapso pulmonar, no sobrevivirá la intervención.

—Correcto —concluyó Ishikawa sin dudar—. El residente se encargará del cuello y columna cervical. Nosotros abriremos primero. El Doctor Hayami llega en menos de cinco minutos.

Una enfermera, volvía desde un habitación contigua con un par de bolsas de sangre.

—AB negativo... Tan raro como su maldito cuerpo —murmuró, para si misma, mirando con horror y gran curiosidad las rarezas del muchacho.

—Tendrá suerte si esa sangre le sirve —agregó otra—. Con esas mutaciones internas, quién sabe cómo reaccione.

—¿Qué pasa con su Quirk? —preguntó Ishikawa.

—No tenemos datos precisos. La ficha está encriptada. Solo sabemos que consume resistencia. No mana, no energía vital, resistencia pura.

—Entonces si lo abrimos en más de dos zonas a la vez, podría entrar en colapso multiorgánico por fatiga biológica. ¡Necesito los análisis completos ya!

Una de las asistentes trajo la tabla digital.

—Electrolitos anormales, CK elevada, lactato fuera de rango. Se confirma miopatía por trauma. Hay riesgo de fallo renal.

—¿Lo volvieron a sedar? —preguntó Recovery Girl.

—Sí. Ketamina en dosis reducida. Morfina al 40%, monitoreo activo. No responde, pero suponemos que aún puede oírnos.

Inko tragó saliva. Sabía lo que eso podría significar: aún podía sentir. Aunque no lo recordara luego.

El doctor Ishikawa tomó el bisturí. Inko alzó las manos una vez más, mientras las luces descendían sobre el cuerpo del mortal caído.

—Vamos a comenzar.

El equipo de reanimación se movía con precisión entrenada, cada movimiento cronometrado entre la alarma constante de los monitores y el leve jadeo del respirador artificial.

El tubo orotraqueal, previamente insertado, era asegurado con cinta hipoalergénica y fijado con una horquilla plástica a las mejillas derretidas de Hades.

Uno de los enfermeros, con una voz neutra y medida, recitó:

—Tubo de 7.5, posición verificada a 21 cm. Capnografía confirmada. Buena excursión torácica bilateral.

A un lado, un segundo técnico conectaba con agilidad los sensores del monitor ECG a los puntos clave del torso del muchacho: cables blancos y rojos adheridos a parches con gel conductor, pegados sobre la piel quemada con extrema delicadeza. Las derivaciones precordiales daban lectura: ritmo sinusal irregular, frecuencia en 131 lpm.

—Presión arterial invasiva, arteria radial canalizada —informó otra enfermera mientras ajustaba el transductor.

Un catéter arterial era fijado con sutura al antebrazo izquierdo, y conectado al monitor.

—Presión actual: 82/50. Onda dicrota débil, perfusión marginal.

El pulsioxímetro ya marcaba: SpO₂: 89%, bajando a 86% si se interrumpe la ventilación. El clip en el dedo anular temblaba con cada espasmo involuntario.

A su derecha, la jefa de enfermería activaba el protocolo:

—Code MTP activado. Grupo O negativo, Rh negativo, cruce en curso. Plasma fresco en camino. Empiecen con la primera bolsa.

Dos enfermeras ya habían canalizado la vena subclavia derecha con un catéter central. El tubo flexible transportaba una solución salina a presión, mientras se conectaba la bolsa de sangre al segundo lumen.

—Transfusión iniciada. Flujo máximo.

Las enfermeras ya trabajaban como engranajes perfectamente engrasados. Una sujetaba con firmeza la vía mientras la otra abría las bolsas del code MTP, colgando las primeras unidades de sangre O negativo sobre el soporte portátil. La aguja calibre 16 entró con un chasquido seco en la vena del antebrazo no dañado; el plasma empezaba a correr. Otro enfermero revisaba la bomba de infusión mientras el pulsioxímetro silbaba de forma errática al ajustarse en un dedo ennegrecido.

—¡Saturación 89, frecuencia 138, presión bajando: 78 sobre 45!

—¡Conéctalo al invasivo ya! —ordenó otra voz—. ¡Quiero trazado en tres derivaciones y línea arterial en 30 segundos!

En la esquina, Inko, con los guantes aún húmedos de antiséptico, sujetaba con fuerza un compresor manual, ventilando a su paciente entre cada maniobra del equipo. El monitor escupía pitidos irregulares. El brazo derecho del chico yacía extendido, inerte, como si ya no perteneciera a su cuerpo.

Recovery Girl no esperó a que alguien le hiciera preguntas. Caminó firme hasta el cirujano principal, que ya abría el tórax con una incisión urgente en el cuarto espacio intercostal. Su voz fue clara, cortante, sin adornos:

—Colapso sistémico por quirk. Paro cardíaco en vuelo, respondimos con un miligramo de adrenalina IV. Saturación cayendo sin ventilación. Necrosis mandibular con exposición ósea, brazo derecho no viable. Torax inestable. Abdomen blando pero signos de trauma visceral. Pupilas asimétricas, sangrado nasal, hipertensión intracraneal probable. Shock mixto: hipovolémico y neurogénico. Riesgo de amputación: alto.

El cirujano no respondió. Ya había abierto el tórax y sus manos se sumergían en el campo sangrante, guiadas por una precisión de máquina.

—¡Clamp! ¡Dámelo ya!

A su lado, otro médico aplicaba presión sobre la cavidad torácica con gasas gruesas mientras ajustaban el separador. El pulmón izquierdo colapsado se mostraba oscuro, hundido, latiendo débil como un pez moribundo.

El quirófano hervía de actividad. Nadie se detenía a respirar. Nadie podía permitirse pensar. Todos ya sabían qué estaba en juego.

....

[Mientras tanto...]

La oscuridad aún abrazaba su mente como un sudario húmedo. Todo se sentía lejos, como si estuviera sumergida bajo el agua. Pero entonces, una voz... una voz grave y persistente rompió el silencio.

—...Akemi.

—Akemi.

—¡Akemi, carajo!

El tono era gruñón, impaciente, y por un instante su corazón se encogió.

—Es... ¿Hades...? —pensó para sí misma.

Su conciencia peleó por salir del letargo, aferrándose al nombre como si ese sonido pudiera hacerle volver. Intentó abrir los ojos, pero solo ganó un zumbido en las sienes.

Rápidamente, la voz cambió. Ya no era Hades. Era más áspera, más familiar.

—¡Despierta ya, idiota marimacho!

Cuando al fin sus párpados pesados se alzaron, lo primero que vio fue el yeso blanco envolviendo sus antebrazos, fijados con férulas de inmovilización hasta el codo. Una venda gruesa cruzaba su frente, ajustada con cinta médica que le generaba una comezón molesta en la sien. El esparadrapo le tiraba la piel.

Parpadeó. Volvió a escuchar su nombre. Esta vez más claro.

Giró lentamente la cabeza, y entonces lo vio: Bakugo, vendado hasta el cuello como una momia improvisada.

Ambos brazos enyesados, una pierna levantada con una tracción leve sobre la cama. Pero su rostro... su rostro estaba vivo, y brilló apenas al verla despertar.

Akemi sintió el calor expandirse en su pecho, lento, reconfortante.

—Hola, Kacchan —dijo, su voz raspada—. Pareces una momia con tanta venda.

El chico chasqueó la lengua, luego sacó la lengua como un niño cansado de fingir que no le importa.

—Tú estás igual, Deku —respondió con voz seca.

Akemi sonrió con suavidad. Un leve rubor se le escapó en las mejillas.

—Entonces estamos usando disfraces a juego. ¿Quién diría que Kacchan me copiaría el disfraz para ser mi pareja de Halloween?

Bakugo se sonrojó de inmediato, como si las palabras le hubieran golpeado el estómago, y abrió la boca para responder con un gruñido cargado de excusas que nunca llegaría a pronunciar.

—Hey, chicos... —la voz llegó desde la tercera cama, cargada de humor y con un dejo de fastidio juguetón—. No deberían coquetear tan directo cuando hay otra persona en la habitación, ¿no creen?

Kirishima se incorporaba con torpeza, medio envuelto en gasas, el torso cruzado por vendas elásticas. Tenía la cara hinchada, pero sus ojos brillaban con la misma energía de siempre.

Bakugo y Akemi se congelaron. El rubor se intensificó.

Bakugo chasqueó la lengua, mirando al techo. Akemi, por su parte soltó una pequeña risa, justo antes de que una tos le cortara el aire.

Pero por un instante, el silencio no dolía. Por un instante, estaban juntos.

Y eso bastaba.

....

Pasó un largo segundo de silencio. El tipo de silencio incómodo en el que uno no sabe si reír o mirar al techo y fingir que nada importa.

Entonces, Kirishima soltó un resoplido, ronco y media risa dolorosa. Rompiendo el hielo con su típica franqueza:

—Maldita sea... esa cosa sí que nos pateó el trasero.

Bakugo soltó un gruñido de fastidio, aunque sin rabia.

—Tch... Se anticipaba a mis explosiones. Como si supiera cuándo iba a dispararlas antes que yo.

Akemi dejó escapar una risa nasal. Se acomodó contra la almohada, como si eso pudiera aliviar el peso del yeso.

—Quizás tenía un Quirk de predicción. O quizás Kacchan ya se volvió predecible —dijo, con una sonrisa ladeada.

—¡Cállate, nerd! —respondió Bakugo, pero su voz estaba más cansada que agresiva. Y definitivamente no la miraba a los ojos, porque si lo hacía, sabría que estaba sonriendo.

Kirishima se unió a la risa, con un gesto exagerado de dolor al intentarlo.

—Dios, me duele hasta reír... —Se pasó una mano temblorosa por la frente vendada—. Yo intenté cubrirlos, ¿saben? Quise ser el tanque del equipo, el muro... recibir todo el daño como Hades... pero... fallé.

—No fallaste —dijo Akemi de inmediato, más suave, más seria—. Aguantaste más que todos, además recuerda como fue derrotado Hades.

—Sí, bueno... me reventó como a una lata vacía —bromeó Kirishima con una media sonrisa—. Pero al menos lo intenté.

—¿Y quién no? —Bakugo soltó el comentario sin pensar, como quitándole importancia, aunque por dentro todos sabían que era su forma de decir "hiciste bien".

El ambiente se llenó de una brisa tranquila. Las sábanas crujían apenas con sus movimientos, las máquinas pitaban con sus ritmos constantes, y entre los parches de dolor y vendas, había espacio para respirar.

Akemi cerró los ojos un momento.

—Por lo menos... All Might llegó a tiempo —murmuró.

Los tres guardaron silencio un segundo. No uno incómodo, sino uno que tenía peso.

Un silencio que sabía a gratitud. A descanso.

—Sí —asintió Kirishima—. Nunca había estado tan feliz en saberlo.

—Ese viejo bastardo... aún tiene potencia —agregó Bakugo con un deje de respeto mal disimulado.

Akemi rió de nuevo, ronca.

—¿Escuchaste cómo gritó? "¡Yo estoy aquí!"... hasta me dieron ganas de llorar —bromeó, sin tener la menor idea.

—Lloraste —respondió Bakugo sin pensarlo, con una sonrisa, siguiéndole el juego—. Yo te vi. Te vi toda llorosa.

—¡Mentira! —protestó ella—. Me entró polvo en los ojos.

—En ambos ojos.

—¡Había mucho polvo!

Rieron. Los tres. Aunque dolía. Aunque sus cuerpos protestaban con cada carcajada.

Porque por primera vez desde que el caos comenzó, podían reír sin miedo.

Akemi miró a Bakugo de reojo.

—Aunque debo admitir... me gustó ver lo preocupado que estabas por mí. Casi fue lindo.

Bakugo giró la cara, rojo hasta las orejas.

—¡Estaba preocupado por ninguno, estúpida!

—Claro... claro. "Ninguno" —respondió, haciendo comillas en el aire con los dedos vendados y una sonrisa más suave de la que se atrevía a sostener por mucho tiempo.

Kirishima suspiró teatralmente.

—¿Van a besarse o qué? Porque si lo hacen, voy a pedir otra habitación.

Los tres estallaron en carcajadas, cada uno luchando contra sus propios vendajes para no moverse demasiado.

Fue entonces que se escuchó un golpecito en la puerta.

—¿Puedo pasar? —La voz de Iida, firme como siempre, pero cargada de alivio.

—¡Hey! —Kirishima se enderezó apenas—. ¡El escuadrón de visitas llegó!

El chirrido de la puerta al abrirse rompió la risa moribunda en la sala.

Iida fue el primero en entrar, sus pasos firmes, su espalda recta, pero los hombros... pesaban. Tras él, uno a uno comenzaron a aparecer los demás: Aoyama con sus brillos opacados, Ochako abrazando un suéter con fuerza, Ojiro con las vendas todavía manchadas alrededor de su cola, Kaminari arrastrando los pies, Koda mirando al suelo, Sato apretando los dientes, Shoji en completo silencio, Jiro con los audífonos desconectados colgando flojamente, Sero intentando esbozar una sonrisa... y Tokoyami, quien parecía envuelto en su propia sombra.

No dijeron nada al principio. El grupo entró como si el ambiente estuviese hecho de cristal.

—Ya fuimos a ver a Aizawa-sensei... y a la profesora 13 —dijo Iida finalmente, con voz seca pero controlada.

Ochako caminó en silencio hacia Akemi, y sin pedir permiso, la abrazó por el costado, con cuidado de no presionar las vendas.

—Tonta... —murmuró, tragándose un nudo que no dijo si era tristeza o alivio.

Akemi le devolvió el gesto, suave, casi maternal.

—Oye... me alegra que estés bien.

—A mí también me alegra verte... aunque estés hecha trizas —Ochako sonrió, aunque no llegó a sus ojos.

—Eh, ¿qué hay de mí? —bufó Kirishima con media sonrisa—. ¡Estoy completamente triturado también! ¿Dónde está mi abrazo?

Kaminari alzó la mano desde el fondo.

—¿Quieres que vaya yo? —bromeó.

—¡No, gracias!

Hubo algunas risas, apagadas pero sinceras. La tensión seguía allí, como una manta demasiado gruesa sobre todos. Una incomodidad que no terminaba de aflojarse. Como si estuvieran esperando que algo pasara.

—Al menos All Might llegó justo a tiempo, ¿no? —comentó Kirishima con la voz un poco más fuerte, buscando tal vez una nota de alivio, de seguridad—. Si hubiera tardado un poco más...

Pero no hubo respuesta.

Los presentes agacharon la cabeza, algunos tensaron los labios. Otros miraron hacia la ventana, esquivando cualquier contacto visual.

El aire se congeló.

Tokoyami fue quien lo dijo. Con su voz profunda, cortante, como una cuchilla envuelta en niebla.

—All Might llegó tarde.

Akemi, Bakugo y Kirishima se miraron, las cejas apenas alzadas. El silencio había mutado. Se volvió pesado, denso.

—¿Qué demonios dices? —gruñó Bakugo, incorporándose apenas con un quejido—. All Might nunca llega tarde.

Iida bajó la cabeza. Respiró profundo antes de hablar.

—Fue... Hades. Él fue el único que resistió después de que ustedes cayeron. Mantuvo al Nomu lejos de los pisos superiores y de ustedes... Solo. All Might llegó después de que... lo diera todo y más.

Un parpadeo confundido de Bakugo fue acompañado por Akemi que apenas apretó los labios. Kirishima por su parte susurró, incrédulo.

—¿Solo?

—Eso es imposible —murmuró Bakugo, mirando a la nada—. Ese idiota fue derrotado como un insecto. Dos veces. ¡Todos lo vimos! El... —inhaló, sintiendo algo de dolor en sus brazos—. No era nada a los ojos del Nomu.

Shoji alzó una de sus manos enormes.

—Tú no lo viste... esta vez.

Las palabras flotaron en el aire. Luego cayeron. Y cuando cayeron, el mundo pareció tambalearse un poco.

Jiro, que estaba cerca del pequeño televisor del cuarto, frunció el ceño.

Se agachó con esfuerzo, buscó el control remoto y comenzó a cambiar canales.

—Tiene que estar... aquí... —murmuró.

Un zapping rápido. Unos segundos de anuncios. Una voz de fondo.

Y entonces apareció.

Transmisión especial.

La pantalla mostraba una grabación temblorosa, tomada desde los insectos con cámara. Una toma aérea de la zona de desastre.

Hades.

Arrastrando los pies, envuelto en sangre. Su katana colgaba apenas de su mano izquierda. Su cuerpo parecía hecho de barro seco, resquebrajado, roto.

A un costado de él, Todoroki estaba inmóvil, aún en el suelo dónde el monstruo lo había lanzado.

El Nomu avanzaba hacia él, con paso medido, buscando una reacción.

Y Hades... poniéndose de pie una vez más, demostrando la reacción que esperaba el demonio.

Los estudiantes no dijeron nada. Nadie respiraba demasiado fuerte, con temor a opacar el sonido del televisor.

En la pantalla, Hades era arrojado contra una pared de concreto. Luego otra. Luego una más.

Pero se levantaba.

Una y otra vez.

Sangraba por los ojos, por los dedos de hueso que cubrían su rostro, por los ambos brazos que se reforzaban a si mismos con más hueso que se entrelazaban como un abrazo de la propia muerte.

Cada vez que caía, el sonido metálico de su espada retumbaba.

Y aún así... la alzaba, cortaba, esquivaba.

Con cada imagen, las expresiones en la habitación se endurecían. El respeto crecía en silencio.

En la pantalla, Hades se detuvo por un segundo. Estaba congelado, su cuerpo pareció morir, colapsar sobre sí mismo como si recordase todo el daño que había recibido.

Pero...

Lentamente levantó su otro brazo, sujetando el mango con ambas manos. La hoja de la katana destrozada brilló como una estrella moribunda mientras se volvía polvo desde la punta.

Y entonces...

Gritó al cielo, le gritó al Nomu, le gritó al propio mundo que lo estaba viendo con voz rota, casi descarnada.

Gritó su existencia. Su propio nombre. Anunció su presencia.

Y con su último aliento... cortó al Nomu en dos desde el hombro izquierdo, luego de que la bestia tratase de contener la hoja.

Un tajo descomunal, brutal, lleno de desesperación atravesó su carne azabache y cortó hasta su abdomen.

El cuerpo enemigo se desplomó apenas, cayendo de rodillas... junto a él antes de que All Might llegue.

—Este ha Sido el fragmento que logramos recuperar del directo que organizó la ahora llamada "Liga de Villanos —comenzó un reportero, ajustando sus hojas de apuntes—. Sigan miran—

La imagen se cortó. Jiro cambio de canal.

Ahora había dos presentadores. Una mujer joven, con expresión preocupada, y un hombre canoso con un traje gris.

—...un joven increíble —decía la mujer—. Sin duda un prospecto a héroe fenomenal.

—Tal vez —respondió el hombre, cruzando los brazos—. Pero con heridas así... dudo que su cuerpo le permita florecer como uno, o sobrevivir la no—

El silencio se propagó en la sala cuando Jiro apagó el televisor.

Y entonces... Akemi bajó la cabeza. Sus labios se apretaron, evitando que una sonrisa destrozara sus facciones.

Sus pensamientos giraban en un solo tema. En una sola pieza y en un solo sacrificio.

—Jugada magistral... —pensó, mientras llevaba una mano a sus labios, casi no podía contener la sonrisa—. Sacrificio de la reina.

El zumbido de la televisión llenaba el cuarto, pero no opacaba el nudo que acababa de formarse en todos.

El silencio no se fue. Solo cambió de forma. La televisión ahora estaba apagada, como si incluso ella se hubiera rendido ante la gravedad de lo que acababan de ver. Aún quedaba la imagen de Hades con su brazo en alto, cubierto de sangre, respirando por pura voluntad antes de desplomarse. El eco de su nombre aún resonaba en la mente de todos.

Akemi fue la primera en romper el hechizo.

—¿Dónde está...? —Su voz era suave, pero tenía filo, no podía jugar la carta de la indiferencia en este momento.

Su pregunta fue clara, no dijo su nombre. No hacía falta. La ausencia era una sombra que pesaba en la habitación.

Solo estaban tres en camilla. No cinco. Faltaban dos. Y uno de ellos, el más improbable, el más molesto, era el que todos estaban evitando mencionar.

Iida, cabizbajo, dio un paso al frente. Su uniforme aún tenía rastros de tierra y seca en los bordes.

—Está en el séptimo piso —dijo con un tono grave, como quien recita una sentencia—. En la sala de urgencias. Está... en medio de una cirugía. El resto del grupo está esperando afuera. Tsuyu, Todoroki... y... los demás.

El peso de la verdad cayó como plomo en el pecho de todos. Ninguno habló. La respiración se volvió más lenta. Las miradas bajaron. El sudor en las manos. Los dedos crispados.

Akemi se mantuvo inmóvil.

—Una pieza útil —pensó—. Nada más.

Decenas de escenas se repetían en su cabeza: empezó con el supermercado, el humo, las explosiones.

Hades a su lado, gritándole que mantenga el control.

La piscina, cuando lo presionó suavemente con una sonrisa, empujándolo con palabras dulces, casi besándolo.

Cuando se levantó solo por primera vez, luego de la rehabilitación con la espalda recta, su rostro tan feliz... y orgulloso de sí mismo.

Era su plan desde el inicio. Todo estaba planeado.

No hubo espacio para el azar ni para la compasión. Hades no era un aliado, no era un amigo, y mucho menos alguien a quien amar.

Era una pieza. Una reina de sacrificio. Alguien que podía moverse a través del tablero, causar caos, abrir grietas en las defensas enemigas, y luego caer. Porque así se construyen las victorias.

Con cadáveres útiles. Con voluntades prestadas. Con marionetas que creen que tienen elección. Desde aquella primera noche en la sala común, cuando compartió con él el secreto que no había confiado a nadie más, cuando le dijo que venía del futuro, que todo estaba condenado y que los días felices eran solo un espejismo... desde ese momento ya lo había decidido.

Él era perfecto. Frágil, solitario, un simple vagabundo sin techo inestable mentalmente. Una base quebradiza sobre la cual podía construir lo que quisiera.

Fue tan fácil. Demasiado fácil.

Recordaba cómo corrieron juntos por el parque aquella mañana, cuando el cielo gris los cubría y un tráiler levantó una nube de barro. Ella lo empujó hacia el lado del camino y usó su cuerpo como escudo.

Él se rió. Ella sonrió. Pero por dentro, todo era cálculo. Si podía acostumbrarlo a la cercanía, a la confianza, podría llevarlo hasta donde necesitara. Y funcionó. Porque él la miraba como si realmente creyera en ella, como si verla fuera suficiente para moverse.

Recordaba el caos del supermercado, cuando el ataque terrorista inició y todos gritaban, corrían, sangraban.

Ella no se movía. Ella sabía lo que vendría, sabía que su TEPT la atacaría. Pero fue él quien, en su fragilidad, en su ingenua bravura, la miró a los ojos y le exigió que hiciera algo. Que salvara a alguien. Que no se quedara quieta.

En ese instante, por una fracción de segundo, Akemi dudó. Y lo odió por eso. Porque la hizo temblar. Porque la empujó fuera de su guion. Porque por primera vez alguien puso en riesgo el control que tanto le costaba mantener...

Después de eso, lo cuidó. Lo vistió en la enfermería. Le llevaba comida, historias por contar y secretos del futuro. Porque necesitaba que él se sintiera querido. Necesitaba que la viera como su única constante, como su salvadora.

Mientras más la necesitara, más podía usarlo.

Lo acompañó en su rehabilitación, hora tras hora. Y cada vez que él gemía de dolor, cada vez que caía al suelo intentando caminar, ella estaba ahí para levantarlo. No por bondad. No por cariño.

Sino porque él debía aprender que levantarse dolía, pero que siempre tendría una razón para hacerlo si ella estaba delante. Le enseñó a depender de ella. A buscarla con la mirada. A seguirla incluso cuando no entendía el camino.

Lo entrenó como a un perro fiel. Y funcionó.

Recordaba la piscina. El reflejo de las suaves luces en el agua, los gritos de otros chicos, el olor a cloro.

Él, temblando aún, luchando por nadar sin asistencia. Ella, flotando en a su costado, con una sonrisa que no era suya. Se inclinó. Él levantó la cabeza. Sus labios estuvieron a centímetros.

Podía haberlo besado. Lo sabía. Pero se contuvo. No por ética, ni por respeto, sino porque sabía que eso sellaría el vínculo.

Que si lo hacía suyo, sería más fácil sacrificarlo cuando llegara el momento. Porque eso era. Una preparación. Un camino hacia el matadero. No había lugar para el amor. No con él.

Y aun así, cuando él por fin caminó sin bastón, cuando dio esos primeros pasos y se giró hacia ella buscando aprobación, Akemi sintió algo extraño. No orgullo. No alegría. Algo más oscuro.

Algo que dolía. Algo que no podía nombrar. ¿Arrepentimiento, quizá?

No. Era solo debilidad. Eso se dijo. Nada más.

Después le ofreció un techo bajo su cabeza, ropa para vestir y una cena caliente. El muchacho solo estaba bailando y empezando a amar su palma.

Cuando lo arrastró por la ciudad en el primer día de clases para no llegar tarde, cuando él se quejaba de sus pies, del calor, del ruido, y ella reía como si todo fuera parte de una rutina compartida... fingía.

Todo era falso. Porque ella sabía que, una vez en la USJ, él sería su carta. La pieza que lanzaría contra la bestia. Y si moría, no importaría. Sus planes no se construyeron con él en mente. Él no era parte del futuro que quería salvar.

Pero... entonces vino esa noche. Esa maldita noche. Cuando ella se quebró.

Cuando cayó al suelo en la oscuridad de la sala, rota por la certeza de lo que pasaría. Cuando las memorias del futuro la devoraron.

Y él, sin saber nada, sin entender nada, solo se acercó y la abrazó. La sostuvo con esa fuerza blanda, temblorosa, pero real.

Y ella lloró. No por él. Sino por lo que estaba dejando atrás. Por el precio que tendría que pagar. Al día siguiente, le dio un beso en la mejilla. Uno torpe, cálido, lleno de gratitud.

Ella se lo permitió. Porque pensó que así debía hacerlo. Que lo necesitaba. Que era su recompensa por estar a su lado.

Qué idiota.

Qué estúpido.

Qué humano.

Y ahora estaba roto. Una pieza inútil. Una reina que cayó antes de capturar al rey enemigo.

Y por eso no debía sentir nada. Porque fue su decisión. Porque así lo planeó. Porque él nunca fue indispensable.

Si moría, todo seguiría su curso. El futuro no cambiaría. Ella había considerado todo sin tenerlo en cuenta. Su presencia fue un accidente afortunado. Un sacrificio eficiente. Nada más.

Pero entonces, ¿por qué dolía?

¿Por qué esos recuerdos, construidos para manipularlo, ahora la lastimaban a ella?

Casi se enamoró. No lo negaba. Casi.

Pero no. Ese sentimiento nunca nació. No podía hacerlo.

Porque su corazón, lo poco que quedaba de él, ya estaba marcado por otras personas.

Por Bakugo. Por Ochako. Solo ellos dos.

Y por nadie más.

No debía molestarse. No debía sentir.

Porque ella no era una niña.

Era la salvadora del futuro. Y las salvadoras... no lloran por piezas rotas.

—¿Hay noticias? —La voz ronca de Kirishima quebró el momento de silencio que se habia formado. Sonaba más a súplica que a pregunta.

Iida negó con la cabeza. Lenta, pesadamente. Sus hombros se vencieron, y por un instante pareció más viejo, como si ese uniforme de héroe le pesara siglos.

—El procedimiento sigue en curso... —tragó saliva, y le costó seguir—. El enfermero que salió hace una hora dijo que... probablemente no sobreviva. Que... su corazón no aguantaría.

Un estremecimiento recorrió a todos. Bakugo apretó la sábana. Kirishima desvió la vista. Jiro hundió el rostro entre los brazos. Solo Akemi no parpadeó.

Pero su cuerpo tembló. Una vibración apenas perceptible en sus piernas. En sus manos cerradas. No de miedo. No de tristeza. Algo más primitivo.

—¿Es culpa?

No.

—¿Es frustración?

Tal vez.

La puerta se abrió con un chirrido casi inaudible. Nadie la notó hasta que una figura apenas visible, flotando como un fantasma, entró sin ruido. Unos guantes flotaban cerca de su cintura.

—¿Hagakure? —preguntó Kaminari, con un hilo de esperanza. Todos alzaron la mirada como un resorte. La esperanza duele más que la verdad.

La chica invisible dudó un segundo. Luego habló, apenas un susurro:

—Se... se escuchó un gran alboroto ahí dentro...

—¿Qué? ¿Qué pasó? —exclamó Kirishima, incorporándose como pudo.

—Su corazón... —Hagakure tragó saliva, y por primera vez su voz tembló de verdad—. Se detuvo. En medio de la operación.

Un silencio glacial se apoderó de la sala.

Bakugo soltó un "tch" por lo bajo.

Jiro dejó caer el control remoto.

Koda bajó la cabeza.

Ochako apretó más el abrazo sobre Akemi, como si eso pudiera impedir que todo se desmoronara.

—Están intentando reanimarlo... —continuó Hagakure—. Tsuyu y Todoroki quisieron entrar... pero un enfermero los detuvo. No podrán pasar. La operación... la operación podría durar hasta diez horas más...

[Quirófano]

El pitido largo llenaba la sala.

Inmóvil, suspendido en el aire por una fuerza invisible, Hades parecía un cadáver colgando de hilos delgados. La telequinesis de Inko era precisa, pero tensa.

Sostenía su cuerpo a escasos centímetros de la mesa quirúrgica, sin permitir que ningún contacto directo agravara los tejidos internos ya comprometidos. Los monitores marcaban una línea plana. Un silencio espeso dominaba el quirófano, solo roto por la respiración agitada del equipo médico.

Recovery Girl tenía las manos empapadas de sudor, y su frente brillaba bajo las luces frías del quirófano. Ya había usado demasiado de su Quirk. Demasiado rápido. Demasiado profundo. Y aún así, no bastaba.

De pronto, un pitido distinto interrumpió la línea plana. Un pulso. Bajo. Irregular. Pero real.

—¡Tenemos actividad! —gritó uno de los residentes.

El doctor Ishikawa, cirujano jefe, soltó un suspiro cargado de tensión. Se acercó con paso firme, mirando al chico con ojos entrenados. Los campos quirúrgicos ya estaban abiertos.

La telequinesis soltó el cuerpo justo sobre la camilla acolchada. La máquina de ventilación comenzó a empujar aire con presión positiva. Las constantes eran débiles, pero sostenidas.

—El pulmón derecho está comprometido —murmuró, mientras inspeccionaba los resultados del escáner portátil—. Presenta contusiones pulmonares graves, y el vaso está sangrando internamente. El intestino delgado tiene hematomas profundos por trauma cerrado. Se están oscureciendo... necrosis por isquemia secundaria a contusión severa. Necesitamos una laparotomía exploratoria inmediata y drenar el hemotórax derecho. Al menos un litro de sangre en la cavidad.

Los asistentes ya estaban abriendo el lado derecho del tórax. El sonido húmedo del succionador extrajo la sangre acumulada.

Recovery Girl presionó sus labios en una línea firme. Cada segundo que intentaba sanar órganos tan dañados era una ruleta. El Quirk curaba lo que el cuerpo podía reparar. Pero no milagros.

No si el tejido estaba muerto.

—Pulmón parcialmente colapsado, saturación bajando —gritó la anestesista—. Cincuenta y seis por ciento. No estabiliza.

—Colocad un tubo torácico, ¡rápido! —ordenó Ishikawa.

El tubo se deslizó entre las costillas y permitió que el aire saliera. Hades tembló. Su cuerpo reaccionó con un espasmo leve. Los signos vitales subieron un punto. Solo uno.

Pero había más. Mucho más.

—¿Qué hay del brazo? —preguntó uno de los cirujanos ortopédicos, mirando las radiografías—. Esto está hecho trizas.

El antebrazo derecho estaba ennegrecido, múltiples fracturas conminutas a lo largo del cúbito y radio.

Dislocaciones múltiples en el codo, muñeca y metacarpianos. Las quemaduras de tercer grado cubrían gran parte del dorso de la mano, con exposición ósea parcial. El flujo sanguíneo era escaso. Los capilares estaban colapsando. El tejido comenzaba a morir.

—Vamos a tener que hacer una angiografía por tomografía computarizada (CTA) —dijo el ortopedista—. Necesitamos verificar la perfusión en la arteria braquial y colaterales. Si hay necrosis muscular o falta de irrigación, no se podrá salvar. La decisión será si realizamos una fasciotomía inmediata para intentar salvarlo... o si preparamos una amputación transradial.

Un silencio seco recorrió la sala.

—No —interrumpió Recovery Girl con un hilo de voz. Se giró, la mirada clavada en el brazo destrozado—. No se va a amputar. Haré lo imposible. Ese chico... no puede perder su futuro. No puede.

Ishikawa frunció el ceño. No dijo nada. Sabía que ella estaba al límite. Su cuerpo viejo no resistía usar su Quirk más de unos minutos continuos, y ya había pasado mucho más que eso. Pero el brillo en sus ojos no era el de una abuela amable. Era el de una doctora curtida.

—Prepárenlo para traslado inmediato a la sala híbrida —ordenó entonces—. Laparotomía en curso, drenaje torácico funcionando. El sistema digestivo responderá bien si actuamos rápido. Pero si el brazo está perdido, lo sabremos en cuanto tengamos las imágenes. Mientras tanto... necesito que neuro revise esto.

El quirófano bajó un grado. Frío. Absoluto.

La sangre salía lentamente de sus fosas nasales. Había rastros en los conductos lagrimales. Sangre en los ojos. Indicadores clásicos de hemorragia intracraneal secundaria a hiperestimulación sensorial. Los efectos podían ser devastadores. Alguien colocó la orden urgente.

—Preparad una tomografía computarizada (TC) de cráneo sin contraste, urgente. Y que estén listos para una resonancia magnética funcional si encontramos daño cortical. Hay que descartar una encefalopatía traumática aguda.

Recovery Girl apretó los puños. Ya había perdido a demasiados niños. No perdería otro. No hoy.

Uno de los asistentes susurró algo que no todos escucharon:

—¿Cómo sigue vivo?

Y nadie respondió.

Porque nadie sabía.

—¡Empiecen el traslado! —ordenó finalmente el doctor Ishikawa con voz áspera, los nudillos blancos de tanto apretar el instrumental quirúrgico. La tensión en su rostro dejaba claro que lo peor aún no había pasado—. ¡Quiero un anestesista al frente, un enfermero circulante en retaguardia, alguien de mi equipo quirúrgico y, si es posible, Recovery Girl contigo, Inko! Sigue manteniéndolo suspendido. No podemos arriesgarnos a complicaciones posturales ni presión en las heridas internas. Está colapsando por dentro.

Recovery Girl asintió sin decir una palabra, su rostro arrugado brillando de sudor, con una gravedad poco común incluso en alguien con su experiencia. Inko, en silencio, elevó con suavidad el cuerpo inerte de Hades en el aire.

Su quirk, delicado pero firme, lo sostenía como si de una marioneta desarticulada se tratase, manteniéndolo recto, sin más apoyo que su voluntad y desesperación. La sangre, espesa y oscura, seguía resbalando en hilos grotescos desde las grietas rotas de su brazo derecho, goteando al suelo con un tic, tic, tic lúgubre que marcaba cada segundo como si fuera el último.

Al abrirse las puertas de la sala, la imagen los golpeó como una bofetada.

Momo fue la primera en reaccionar. Se levantó de golpe del banco, su silla cayendo hacia atrás con un golpe hueco que nadie notó. Su respiración se quebró al instante, como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones.

Las palabras que quiso decir se ahogaron en su garganta, atrapadas tras un muro de espanto y negación. Su mirada temblorosa se fijó en el cuerpo suspendido de Hades... no, no en Hades, porque aquello no podía ser él. Ese no era el arrogante adolescente que se autoproclamaba dios de palabras afiladas y pasos firmes.

Era un niño, roto, drenado de toda voluntad, apenas un cascarón con la sombra de la muerte colgando de cada extremidad.

A su lado, Mina apretó los puños con fuerza, el labio inferior temblándole antes de que una lágrima cayera sin permiso. Una sola, salada, de esas que nacen de la culpa más cruda.

Ella había dicho que no interfirieran. Que si lo hacían, serían solo un estorbo. Que él podía con eso. Tenía que poder. Pero ahora lo veía ahí, más cerca del ataúd que de una cama, y su garganta se cerró en un sollozo mudo que nunca terminó de salir.

Se llevó una mano al pecho, sintiendo cómo su corazón se encogía, se arrugaba, incapaz de sostener el peso de lo que había hecho.

Tsuyu se quedó inmóvil, sus labios entreabiertos.

Por primera vez en mucho tiempo, no tenía palabras, ni siquiera una observación objetiva que romper el silencio. Sus ojos, normalmente tranquilos, se abrieron desmesuradamente al ver el reguero de sangre que goteaba y dejaba una línea macabra por el suelo.

Junto a ella, Todoroki no dijo nada. El color abandonó su rostro como el calor de un cuerpo ya sin alma. Sus ojos, fríos como el invierno que alguna vez la marcó, siguieron la procesión en silencio, clavados en el rostro de Hades.

Y ese rostro... ese maldito rostro.

La cabeza de Hades colgaba entre una luz verde, el cabello revuelto, su piel más pálida que nunca, la mandíbula agrietada y mostrando su hueso, los ojos entrecerrados, pero abiertos lo justo para mostrar la nada que había en ellos.

No había ira, ni desafío, ni dolor. Solo vacío. Vacío absoluto. El mismo que se ve en cadáveres que aún no saben que murieron.

Aún respiraba, sí. Pero apenas. Cada pulso era una moneda lanzada al abismo.

El silencio fue total, hasta que Momo dio un paso adelante, la voz rasgándole las cuerdas vocales contra su instinto de no preguntar.

—Recovery Girl... ¿Él... va a...?

—No hay tiempo para pausas —la interrumpió Recovery Girl sin detenerse, sin mirarla siquiera—. Cada segundo cuenta.

Y siguió andando.

El cuerpo de Hades pasó como un mal presagio, guiado flotando por el pasillo, dejando tras de sí una línea de sangre que parecía dividir el mundo en dos: antes y después de esto.

Y en las mentes de quienes lo vieron, esa imagen quedó tatuada. No como un mártir. No como un héroe. Sino como lo que era en ese instante.

Un niño. Un niño que se creía un dios.

Un dios que tal vez, esa noche, moriría.

....

El ambiente en la sala híbrida era distinto. Más amplio, más luminoso... pero más frío.

El aire tenía un zumbido clínico constante, ese leve siseo de las máquinas que vigilaban cada respiración, cada descarga, cada oscilación del electrocardiograma. No había ventanas ni relojes. El tiempo se medía en latidos. En si el corazón de Hades seguía latiendo... o no.

—Estamos estabilizados por ahora —anunció el anestesista con voz grave, pero tensa—. Mantengo noradrenalina y dobutamina para sostener presión. Pero está muuy al límite.

—Vamos por el brazo derecho —dijo Ishikawa, quitándose los guantes empapados de sangre y poniéndose otros nuevos.

Se acercó mientras en la pantalla 3D del arco en C se proyectaba el escaneo de los huesos: cúbito, radio, metacarpos... todos fracturados en múltiples segmentos, desplazados, como si un martillo lo hubiese machacado sin piedad. La piel estaba necrosada. Las quemaduras eran profundas.

—Evaluación de viabilidad vascular —indicó el residente quirúrgico, posicionando un doppler portátil—. No hay flujo radial ni cubital. El colapso arterial es completo. La necrosis supera el 60% del tejido. Hay riesgo de sepsis.

—¿Está muerto el brazo? —preguntó una enfermera, sin alzar mucho la voz.

—Todavía no —dijo Ishikawa, endureciendo el rostro—. Pero está en la cuerda floja. Si la circulación no mejora tras la fasciotomía y revascularización... lo perderá.

—Voy a hacerlo todo... —murmuró Recovery Girl, presionando sus manos sobre el brazo sin tocarlo directamente—. Voy a forzar mi Quirk al límite si es necesario. No dejaré que ese chico pierda su futuro por esto. ¡Preparen microcirugía vascular! Vamos a darle una última oportunidad.

Mientras ella comenzaba el intento de estimular regeneración de tejido nervioso y vascular, Ishikawa dio la siguiente orden:

—Vamos al abdomen. Evaluación de bazo.

Con una incisión ya abierta y separadores en posición, se realizó una rápida laparotomía exploratoria.

El bazo seguía sangrando de forma intermitente. El tejido estaba amoratado, con hematomas subcapsulares que presionaban internamente, señal de ruptura de bazo tipo II.

—No se ha roto por completo, pero está comprometido. Si no coagula, se irá.

—Podemos intentar embolización selectiva con guía angiográfica —dijo uno de los especialistas de la sala híbrida—. Podemos preservar el órgano.

Ishikawa asintió.

—Haganlo. No estamos sacando más de lo necesario. Este chico ya ha perdido suficiente.

El procedimiento comenzó mientras otro equipo pasaba a examinar el pulmón derecho, también comprometido.

Había contusiones pulmonares visibles, las imágenes mostraban parches oscuros: hematomas pulmonares causados por impactos contundentes. No requerían lobectomía, pero sí ventilación asistida y control hemodinámico constante.

Pero...

PIP... PIP... PIP.

PIP... PIP.

PIP...

—¡Presión bajando!

El pitido monótono del monitor volvió a llenar la sala.

—¡Bradicardia severa! ¡Está colapsando otra vez!

—¡Adrenalina, 1mg! ¡Preparando masaje cardíaco interno!

Ishikawa, sin dudar, metió ambas manos en la cavidad torácica y comenzó a comprimir el corazón desnudo entre sus palmas enguantadas. La sensación en sus manos era como apretar una fruta blanda, frágil, sin saber si se reventaría.

—¡Vamos...! ¡No mueras ahora...!

El corazón volvió a latir con un espasmo convulso. El monitor reinició su danza de picos verdes, inestable pero presente.

—¡Tenemos pulso!

Un suspiro colectivo llenó la sala. Recovery Girl temblaba, exhausta, gotas resbalando por su mentón.

—Bien... ahora las piernas —dijo Ishikawa, sin dejarse llevar por la victoria parcial.

En las imágenes óseas, los fémures estaban agrietados, pero alineados.

El derecho tenía una fractura en espiral. Ambas tibias con microfracturas múltiples, pero sin desplazamiento severo. Había callos óseos previos que demostraban que esa no era la primera vez que se rompía las piernas.

El tejido muscular tenía zonas de inflamación, pero no necrosis.

—Fracturas múltiples en miembros inferiores. Pero no están tan mal como el brazo. Vamos a estabilizar con clavos endomedulares en el fémur derecho y placas en las tibias.

—¿Nervio ciático?

—Conservado. Milagrosamente.

Mientras el equipo ortopédico trabajaba, el equipo de neurología ya preparaba el siguiente paso: evaluación cerebral.

Los sangrados en nariz y ojos eran señal de hipertensión intracraneal transitoria o microhemorragias por sobrecarga sensorial. No había lesiones visibles en el TAC inicial, pero aún debían hacer un electroencefalograma, resonancia funcional y potenciales evocados sensoriales y auditivos para ver si hubo daño cognitivo o funcional.

—No sabremos qué tan grave fue hasta que despierte —dijo uno de los neurólogos—. Si es que despierta...

Ishikawa se apoyó contra la mesa quirúrgica, sus ojos sin parpadear, la frente empapada.

—Lo operamos. Lo estabilizamos. Lo remendamos. Pero lo que pase después... ya no está en nuestras manos.

[Tres horas después]

La luz blanca del quirófano ardía sobre las batas empapadas de sudor, el aire era espeso, cargado con el hedor metálico de la sangre y el eco de un monitor cardíaco que amenazaba con detenerse a cada instante.

El cuerpo de Hades yacía suspendido en el aire, sostenido por la telequinesis de Inko Midoriya, quien temblaba de agotamiento y tensión, sus labios sellados en un rezo que no conocía dios.

Su rostro, empapado en lágrimas silenciosas, no apartaba la mirada de aquel niño al que sostenía con todo lo que tenía.

Recovery Girl aplicaba otra carga de su quirk al tórax abierto, cerrando pequeñas hemorragias, regenerando zonas mínimas en los pulmones. El vaso había sido intervenido con una ligadura temporal tras evacuar el sangrado.

El pulmón derecho seguía mostrando contusiones visibles —grandes zonas negruzcas, hematomas que palpitaban al ritmo de la sangre bombeada artificialmente—. Las piernas, aunque maltrechas y con múltiples fracturas, se estaban estabilizando mediante enclavado intramedular y osteosíntesis.

Pero entonces...

—¡No hay pulso distal en el brazo derecho! —gritó uno de los cirujanos, inspeccionando con ultrasonido la arteria braquial.

—¡El flujo se está comprometiendo! —añadió otra doctora, evaluando los índices de perfusión con rapidez.

Recovery Girl frunció el ceño.

Acababan de realizar una fasciotomía para aliviar la presión por el síndrome compartimental, y la revascularización con un injerto había fallado. El tejido negruzco en el brazo comenzaba a extenderse, como si la muerte misma lo devorara desde dentro. El hedor repugnante de la muerte comenzaba a escapar de la herida.

—¡La extremidad está muriendo! —gritó el asistente de vascular.

—¡Prepárense para amputación proximal del brazo derecho! ¡Ahora! —ordenó el Dr. Ishikawa, arrojando la pinza quirúrgica con furia al carro de instrumental.

Un silencio congeló la sala.

Recovery Girl levantó la mirada, su rostro arrugado por la tensión.

—¡Esperen! Aún hay una opción —dijo con voz firme, quebrada, pero decidida—. El B-Resonance Stimulator. Fue archivado... pero puede inducir la regeneración. Forzarla.

—¿Estás loca por la vejez? —bufó Ishikawa—. ¿Quieres inyectar una droga con efectos secundarios sin archivar derivado del Trigger a un niño en este estado? —hizo una pausa, calmando su arrebato emocional—. Su corazón no va a resistir. Podría regenerar el brazo, sí... pero también despertar. Su cerebro no está listo. ¡Su cuerpo no está listo!

—Lo sé —interrumpió Recovery Girl, cruzando la línea invisible entre la razón médica y la fe desesperada—. Pero también sé que, si le cortamos ese brazo, jamás volverá a pelear o disfrutar su vida. No a ese nivel. No como él necesita. Lo perderemos. Lo perderemos del todo.

—¡Puede morir!

—¡Y también puede vivir! —replicó ella, alzando la voz por primera vez—. Asumo toda la responsabilidad. Yo, y la U.A.

El silencio recayó otra vez. Sólo el pitido débil del monitor cardíaco sonaba. Ishikawa la miró por unos segundos eternos. Luego asintió con brusquedad, como si acabara de firmar su sentencia.

—¡Enfermera! ¡Busque el "B-Resonance Stimulator"! Está en la cámara farmacológica clase C, compartimiento 03. ¡Código de emergencia quirúrgica 76-R! ¡Corra!

Mientras la enfermera desaparecía por las puertas automáticas, el equipo neurológico continuaba revisando el estado cerebral de Hades.

Electroencefalogramas mostraban actividad errática, disminuida, señales dispersas por daño traumático. Un escáner rápido revelaba microhemorragias, y edema en el lóbulo occipital. Sus ojos, abiertos levemente por la relajación post-traumática, mostraban un deterioro más sutil.

—Está desarrollando miopía —concluyó un residente, revisando las respuestas pupilares—. El estrés celular del Quirk lo está envejeciendo por dentro. Y si esto sigue... es probable que se agrave.

—La presión intracraneal sube —avisó uno de los neurocirujanos.

Y en ese momento, la enfermera regresó con una pequeña caja metálica sellada con códigos biométricos.

La abrió con manos temblorosas y sacó una cápsula del tamaño de una uña.

Dentro, un líquido rojo-ámbar burbujeaba como si estuviera vivo.

Recovery Girl la tomó con sumo cuidado y extrajo el contenido en una jeringa hipodérmica especial, reforzada para bioestimulantes de alto nivel.

—Inko, mantén el cuerpo lo más estable posible. Esto... —respiró profundamente, endureciendo su pulso tembloroso—. Esto va directo al corazón.

La jeringa se hundió en el miocardio expuesto, justo entre los pliegues que aún latían con esfuerzo. Y apretó el émbolo.

El mundo pareció detenerse.

Por un instante, el corazón dejó de latir.

Y entonces...

¡BA-THUMP!

Hades abrió los ojos de golpe, con una violencia antinatural. Su iris se expandió y contrajo como si hubiese visto el sol de frente. Un grito mudo emergió de su garganta mientras el brazo ennegrecido brillaba con una intensidad espectral, bañándose en un fulgor verdoso, cargado de energía mal contenida.

Sus dedos se arquearon. El hueso crujió. La piel palpitó. El color regresaba al brazo como si el tiempo se invirtiera.

Y entonces...

Una luz más brillante comenzó a emanar de todo su cuerpo.

[Por otra parte...]

La luz blanca del techo zumbaba levemente, fija e impasible, como si el tiempo no se hubiese detenido para nadie más que para ellos. La sala olía a antiséptico y polvo viejo. Las sombras de la noche afuera se proyectaban en la ventana empañada.

Aizawa estaba sentado en su camilla llena de almohadas suaves, la mirada hundida en sus propias vendas, el cabello suelto y húmedo aún por la sangre que no era toda suya. El silencio lo rodeaba como un abrigo roto. Frente a él, All Might, en su forma huesuda, parecía más viejo de lo habitual. Las arrugas en su frente estaban marcadas, no por el tiempo, sino por algo más pesado: culpa.

Y más allá, 13, acostada boca abajo sobre una camilla elevada, y su espalda completamente vendada. Un brazo colgaba del borde, el otro inmovilizado. Las piernas también estaban sujetas entre suaves almohadas. Apenas podía moverse.

—Llegué tarde —susurró All Might, rompiendo el silencio como si se culpara de un crimen imperdonable—. Otra vez... llegué tarde.

—Yo no pude ni siquiera acercarme a ese bastardo de los portales —dijo 13, con voz amortiguada por la postura y los calmantes—. Me inutilizó antes de entender qué estaba ocurriendo.

—Y yo... —Aizawa cerró los ojos—. Vi cómo ese chico... se rompía las piernas para pelear solo. Y aún así siguió. Mientras yo solo podía detener un par de quirks y ser arrastrado como un saco.

El aire se volvió espeso, pegajoso. El dolor era compartido, cada uno diferente, pero todos igual de inútiles frente a la realidad.

—No debería ser él el que esté ahí —murmuró All Might, con los ojos bajos—. Debería haber sido yo. Soy el símbolo de la paz. Él... él solo es un niño.

—Un niño que está sangrando en una sala de operaciones —añadió 13 con voz grave, sin la energía de siempre—. Y que aun así... lideró como nadie más. Nunca lo vi dudar. Fue frío. Razonable. Inexperto, sí... pero con un fuego que no se enseña.

All Might asintió con una sonrisa rota.

—Akemi decía que era un tsundere insoportable —rió apenas, sin humor—. Pero... un buen chico que se preocupa por los demás.

—No lo endulcen —interrumpió Aizawa, sin alzar la voz—. Es un mocoso problemático, con traumas más grandes que su cuerpo, con cero respeto por la autoridad. Es terco, malhablado y lleno de conflictos internos... —hizo una pausa, respirando profundamente—. Pero tiene algo. Algo que mantiene a los demás juntos. Como si su propia rabia los hiciera querer seguir adelante.

Cerró los ojos, tomando aire antes de continuar.

—Es como Akemi —añadió, casi con pesar.

Fue entonces que las puertas se abrieron con un chirrido lento, revelando la figura pequeña y elegante de Nezu, sentado sobre los hombros de Vlad King, quien lo cargaba como un trono de guerra. El pasillo detrás de ellos seguía en penumbra. Pero la figura del director, siempre sonriente, traía algo más que su tono usual: traía una densidad.

—¡Qué reunión tan melancólica! —dijo con una risita aguda, pero sus ojos eran filos como bisturíes—. Tan raro ver a los pilares de la U.A. sumidos en tanta... desesperanza.

Vlad King bajó la cabeza, pero Nezu mantuvo la suya en alto.

—¿Qué haces aquí, Nezu? —preguntó Aizawa, levantando levemente la mirada.

—Vine a ver a un chico especial —respondió el pequeño director, cruzando las patas—. Uno muy, muy especial. Tan especial... que probablemente me encargue de entrenarlo personalmente.

La sala se quedó muda. Incluso All Might se tensó ante esa afirmación.

—¿Estás hablando de... Hades? —preguntó con incredulidad.

—Oh, sí. El mismo. El problemático de Aizawa.

El mencionado bufó por lo bajo, mientras apartaba la mirada.

—Ese mocos—

Sus palabras fueron abruptamente interrumpidas cuando los gritos estallaron como un disparo. Una camilla chocó contra una pared. Instrumentos quirúrgicos rodaban por el suelo.

Enfermeros corrían desbocados hacia el ascensor, algunos tropezaban, otros apenas alcanzaban a ponerse guantes.

—¡Qué está pasando! —rugió Vlad King, interponiéndose con el brazo firme frente a uno de ellos. Nezu, aún montado sobre sus hombros, se inclinó hacia adelante, sus orejas erguidas por la curiosidad.

El enfermero sudaba a chorros.

—¡El paciente crítico...! ¡Le administraron una dosis experimental...! ¡Pero no está funcionando como esperábamos... está conciente y perdiendo el control!

El pasillo se congeló. Aizawa se incorporó como si una garra le hubiese jalado del cuello. 13 solo pudo murmurar entre dientes el nombre del muchacho.

Incluso Nezu, por un segundo, pareció titubear. Un destello de preocupación lo atravesó.

All Might se puso de pie tan rápido que su silla metálica cayó al suelo con un golpe hueco.

—¿Fue Hades...? —preguntó, temiendo la respuesta.

No hubo réplica.

Solo una mirada.

All Might salió corriendo, aún en su forma demacrada, la bata ondeando detrás de él, con Vlad siguiéndolo a toda velocidad, los pasos atronando por los corredores. Nezu permaneció en silencio sobre sus hombros, su expresión opaca.

[Quirófano...]

Un pitido constante marcaba el ritmo cardíaco. Las luces del quirófano parpadeaban de forma errática.

Hades abrió los ojos.

Pero no eran los mismos.

No había claridad, ni conciencia. Solo un mar de confusión borrosa, de ecos, de gritos lejanos. Su cabeza dolía como si estuviera siendo golpeado con un martillo invisible. Bajó la mirada... y vio su propio tórax abierto.

El hueso costal expuesto. Músculo latiendo. Fluido vital bombeando.

—¿Dónde... estoy...? —murmuró, apenas audible.

Voces. Voces desconocidas. Rostros que no conocía. Una mujer mayor. Una figura con coletas. Instrumentos quirúrgicos brillando bajo la luz estéril. ¿Amigos...? ¿Enemigos?

La piel de su mano izquierda vibró.

Un orbe pálido, de un resplandor tenue y antinatural, comenzó a nacer en su palma. El suelo del quirófano a su costado comenzó a resquebrajarse como porcelana agrietada. Un cráneo emergió.

Su hueso era distinto. Un par de cuernos decoraban su frente como si fuera un demonio emergiendo del propio infierno por su llamado.

—¡Qué demonios es eso! —gritó uno de los médicos.

—¡Está invocando algo! ¡Conténganlo!

—¡Los monitores están parpadeando, perdemos la señal!

Sus ojos comenzaron a sangrar de nuevo. Un hilo de carmesí brotaba de cada párpado. Respiraba de forma errática. El pitido del monitor comenzó a acelerarse.

—¡Hades, escúchame! ¡Soy yo, Inko! ¡Estás a salvo, por favor, cálmate! —gritó ella, usando su telequinesis para mantenerlo pegado a la mesa, pero la presión que debía apaciguar ahora era un forcejeo contra un dios dormido.

El aura del niño era distinta. No era Haruto. No era Hades.

Era algo más.

Algo que despertaba de lo profundo del hueso.

—¡Ishikawa, activa el código negro! ¡Más enfermeros, ya! —gritó una de las doctoras.

El resplandor aumentaba, pero también lo hacía el caos dentro del cuerpo del chico.

Las ondas de regeneración habían comenzado a mutar sin control. El brazo se había regenerado, sí... pero algo iba mal. Las placas de calcio comenzaron a formarse donde no debían. Huesos nuevos surgían sobre carne y órganos. La sangre se espesaba, volviéndose casi cristalina. No era curación. Era mutación.

—¡No está estabilizando! ¡Se está autorrechazando! ¡La regeneración se volvió tóxica!

Justo cuando los bisturíes flotaron por la fuerza psíquica desbordada de Inko, dos puertas retumbaron al abrirse.

—¡Qué está pasando aquí! —bramó Vlad King al entrar, seguido de All Might que apenas podía respirar.

Al otro lado del cristal, las chicas —Mina, Tsuyu, Momo, Todoroki— se levantaron sobresaltadas. El griterío, los flashes de luz, el choque de bandejas, todo formaba una sinfonía del desastre.

En el quirófano, decenas de enfermeros comenzaron a entrar, listos para contener al muchacho.

Pero entonces...

Todo se calmó.

Recovery Girl entró como una sombra entre la tormenta, seguida de dos anestesiólogas que traían una dosis inusualmente grande de Propofol.

—No hay otra opción —murmuró, con la voz grave, inusitada en ella—. Si no lo dormimos ahora, se destruirá desde dentro.

La aguja se clavó. La sustancia fluyó. El orbe se apagó. El esqueleto con cuernos se deshizo como polvo viejo.

El resplandor de la regeneración comenzó a menguar. Los monitores estabilizaron...

[Quirófano - 01:40. A.M.]

Pero su corazón volvió a fallar.

Un pitido seco. Monótono. Cruel.

La línea recta se dibujó en la pantalla.

Y el resplandor de la regeneración desapareció por completo.

—¡Paro cardíaco! —gritó uno de los anestesiólogos.

El pitido seco y constante rasgaba el aire como un lamento metálico.

—¡Adrenalina, un miligramo, directo al corazón! —ordenó la jefa quirúrgica.

CONTINUARÁ.

 

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