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Chapter 72 - Sombras y Estrategias

Aiko despertó lentamente, la sensación de parálisis muscular desapareciendo, dejando un dolor sordo y residual en su cabeza. Sus extremidades estaban adormecidas, y notó que sus muñecas estaban sujetas a la silla con gruesas correas de cuero. La habitación no era la misma sala de interrogatorios. Era un cuarto pequeño, de concreto desnudo, sin ventanas, el ambiente más frío y silencioso.

Frente a ella, sentado con la misma calma exasperante, estaba el agente Rubosky. El hombre mantenía una postura relajada, con un cigarro en una mano y una expresión imperturbable en su rostro. La única luz, una bombilla blanca y cruda colgando del techo, iluminaba la habitación, acentuando las sombras bajo los pómulos de Rubosky.

—Buenos días, princesa —dijo con un tono tranquilo, pero cargado de intención—. Dormiste bastante.

Aiko ladeó la cabeza, su mente ya funcionando a toda velocidad, ignorando la incomodidad de las correas.

—Podrías haberme despertado con un desayuno, al menos —murmuró con un deje de sarcasmo.

Rubosky esbozó una leve sonrisa, el humo del cigarro escapando lentamente de su boca mientras lo dejaba en un cenicero metálico.

—Tal vez si cooperas, lo considere. La recompensa podría ser el contacto con el mundo exterior.

Aiko suspiró. Sabía que el FSB ya había agotado las amenazas físicas después de las 'pruebas' del presidente Volk. Ahora venía el juego psicológico.

—Quieres saber sobre Ryuusei —afirmó.

—Así es —confirmó Rubosky, encendiendo otro cigarro con calma, el clic del mechero resonando en la pequeña sala—. Cuéntame, ¿qué clase de persona es en realidad? ¿Cómo es cuando no está matando gente o causando problemas? ¿Existe una versión civil de este terrorista?

Aiko se reclinó en la silla, moviendo sus manos atadas sutilmente.

—Ryuusei es... complicado —dijo tras un momento de silencio—. No es un héroe, eso seguro. Pero tampoco es un monstruo que mata sin razón. Puede ser cruel y despiadado si lo necesita, pero tiene un código propio. No deja que nadie lo controle y nunca abandona a los suyos.

Rubosky la observó con atención. Cada palabra era analizada con precisión de cirujano.

—Interesante —murmuró—. ¿Dirías que es un psicópata? La indiferencia que mostró ante tu "muerte" sugiere una falta de empatía fundamental.

Aiko frunció el ceño.

—Tiene momentos en los que parece no sentir nada. No le teme a la muerte, ni a la violencia. Pero no lo hace por placer, sino porque lo ve como una necesidad. Es una herramienta de supervivencia. Es como respirar para él. No es placer, es eficiencia.

Rubosky dejó escapar un leve suspiro y se inclinó ligeramente hacia adelante sobre la mesa.

—Ya veo. He tratado con tipos como él antes.

Aiko sintió un escalofrío en la espalda. Rudimentarios Físicos, como el mismo Rubosky (un agente del FSB), eran comunes. Pero Ryuusei estaba en un nivel diferente.

—No creo que hayas conocido a alguien como Ryuusei —susurró, su voz cargada de advertencia.

Rubosky esbozó una sonrisa ligera, como si la idea de ser desafiado le resultara entretenida.

—Oh, claro que sí. Soldados rotos. Mercenarios que olvidaron cómo vivir sin matar. Personas que creen que nadie puede controlarlas… pero siempre hay una manera. Siempre hay un precio y una debilidad.

Aiko sintió una tensión recorrer su espalda. Ella sabía que la debilidad de Ryuusei no era la codicia, sino la lealtad y una obsesión personal que solo ella conocía.

Rubosky cruzó los brazos sobre la mesa, buscando su punto débil.

—Y dime, pequeña, ¿por qué lo sigues? ¿Es miedo? ¿Admiración? ¿O simplemente no tienes a dónde ir?

Aiko lo miró fijamente.

—Porque me salvó. Y porque, de todas las personas que he conocido, él es el único que realmente comprende lo que significa morir y seguir adelante. Sabe lo que es estar más allá del límite.

Rubosky levantó una ceja, ese comentario sobre el límite lo intrigó.

—Mmm. Curiosa elección de palabras para una niña de doce años.

Aiko cerró los ojos un momento, frustrada. Había revelado demasiado de forma inadvertida. Rápidamente, se recuperó.

—Quiero decir que Ryuusei ha pasado por muchas cosas. Entiende el dolor y lo usa para seguir adelante. No es un niño de papá.

Rubosky asintió lentamente, luego se puso de pie y ajustó su abrigo.

—Supongo que eso es suficiente por ahora. Aunque siento que solo me has dado la versión censurada de la historia.

Aiko sonrió, satisfecha.

—Tal vez. O tal vez es todo lo que necesitas saber.

Rubosky se dirigió a la puerta. Antes de salir, se giró.

—Dime una última cosa. ¿Crees que Ryuusei sería capaz de traicionarte si le conviene?

Aiko lo miró fijamente. No había duda en su respuesta, ni siquiera una fracción de segundo de titubeo.

—Jamás.

Rubosky la observó en silencio por unos segundos más. Luego, sin decir nada, salió de la habitación.

Rubosky avanzó por los pasillos oscuros de la prisión subterránea del Kremlin, sus botas resonando contra el concreto con un ritmo metódico. Había tratado con psicópatas, pero la regeneración de la niña y el dolor que sentía el chico eran variables que no encajaban en sus perfiles.

Llegó a la celda de Ryuusei. Deslizó la tarjeta de seguridad en el panel de control y la pesada puerta de acero se deslizó con un sonido mecánico y profundo. Dentro, sentado en el suelo con la espalda apoyada contra la pared, estaba Ryuusei. No parecía inquieto ni derrotado. Tenía los ojos cerrados, su respiración era pausada, como si estuviera meditando o recuperándose de las heridas de la escopeta.

Rubosky sonrió con ironía, apoyándose en el marco de la puerta.

—Ryuusei —dijo con tono casual—. Hay algo que me tiene intrigado.

El joven abrió un ojo, mirándolo con expresión impasible, pero no dijo nada, esperando.

Rubosky entró en la celda y cruzó los brazos.

—Dimitri me dijo que tus habilidades de combate y esas armas... técnicamente, podrías haberte ido de aquí hace rato, incluso después de las 'pruebas' de Volk. Entonces dime… ¿por qué sigues aquí? —Ladeó la cabeza—. ¿Por qué aceptaste ayudarme en cuanto mencioné a Sergei Volkhov?

El silencio en la celda se hizo más denso. Ryuusei no respondió de inmediato, pero su postura cambió sutilmente. Lo había tocado en el punto clave.

—¿Tienes algún interés personal en él? ¿Es un viejo enemigo? —presionó el agente—. ¿O simplemente te gusta la caza?

Ryuusei dejó escapar una leve risa, seca y fría.

—Eres inteligente, Rubosky. Demasiado para tu propio bien. —Se incorporó con calma, caminó hasta la mesa metálica del centro y se sentó sobre ella—. Pero hay cosas que es mejor no decir en voz alta.

Rubosky sostuvo la mirada sin inmutarse.

—He interrogado a muchos como tú. Mercenarios, asesinos, soldados que creen que están por encima del mundo. Todos piensan que son diferentes. Pero al final, siempre buscan lo mismo: poder, venganza, o una libertad que sienten que les fue robada.

El joven permaneció en silencio por un momento.

—Volkhov es alguien a quien NECESITO encontrar. Si ayudarles a atraparlo me acerca a mi objetivo… entonces trabajaremos juntos. —La mirada de Ryuusei se volvió mortalmente seria—. Pero no te equivoques, Rubosky. Yo nunca juego limpio.

El agente sonrió con suficiencia.

—Tampoco nosotros.

Se giró hacia los guardias y dio un leve gesto con la cabeza. La puerta se abrió de nuevo. Antes de salir, miró una última vez a Ryuusei, sabiendo que acababa de liberar a un depredador.

—Descansa. Pronto tendrás trabajo que hacer. La base de operaciones de Volkhov está en los Montes Urales. El tren sale al amanecer.

El eco de sus pasos se perdió en el pasillo. La cacería acababa de comenzar.

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