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Chapter 58 - ¡Ayuda!

La oscuridad envolvía la mente de Ryuusei. No había luz, no había esperanza. Solo el eco de sus pensamientos retumbando en el vacío. Fuera, en el campo de batalla de Shibuya, su cuerpo, o lo que quedaba de él, yacía pulverizado en el cráter, un montón de carne humeante sin cabeza ni torso.

"¿Para qué seguir?"

Su reconstrucción, esa maldición que lo condenaba a no morir, intentaba recomponerlo, pero cada célula que se rehacía lo hacía con un dolor que no era solo físico, sino existencial. Era como si su propia existencia supiera que él ya no quería seguir en este plano, pero la anomalía en su ser lo forzaba a existir.

"Cada herida… cada maldita reconstrucción… es solo más sufrimiento."

En el abismo de su mente, los rostros de sus padres aparecieron, fríos, distantes. No había amor en sus miradas, solo vacío. Sus hermanas… tampoco lo recordaban. No era más que un espectro en la historia de sus vidas. Un fantasma olvidado.

"Entonces, ¿qué sentido tiene? ¿Por qué sigo aquí?"

El sonido de la batalla llegaba desde la distancia. Gritos, explosiones, el choque del acero. Pero nada de eso importaba. Ryuusei estaba atrapado en un abismo sin salida. Su alma se desmoronaba, mucho antes que su cuerpo.

"Déjenme… desaparecer."

Y así, en ese abismo de desesperación, donde la muerte se presentaba como la única liberación, Ryuusei esperó… pero la maldición de su existencia no le daría ese descanso tan ansiado. La oscuridad comenzó a fracturarse, revelando una escena ilusoria de su hogar.

Delante de él, su madre estaba de espaldas, lavando platos. Su padre leía el periódico. Todo parecía terriblemente normal.

—Hijo, ¿por qué tienes esa cara? —La voz de su madre sonaba suave, pero distante, como un eco de otro universo.

Ryuusei intentó responder, pero las palabras se atoraron en su garganta. Sus manos temblaban. Algo dentro de él le gritaba que esta paz era una farsa.

—Papá, mamá…

—Oh, así que sigues llamándonos así —su padre bajó el periódico, mostrando un rostro inexpresivo y vacío—. Qué extraño. No recuerdo haber tenido un hijo.

El corazón de Ryuusei se detuvo.

—¿Qué…?

—¿Por qué nos llamas así? —su madre sonrió, pero sus ojos estaban muertos—. No tenemos un hijo.

La habitación se volvió gélida. La comida en la mesa se pudrió en segundos, las paredes se agrietaron y el cielo visible por la ventana se tornó negro.

—No… No es cierto. ¡Soy su hijo!

—¿De verdad? —Su padre cruzó los brazos—. Si fueras nuestro hijo, ¿no crees que recordaríamos tu rostro?

Ryuusei retrocedió, sus manos temblaban incontrolablemente.

—No… No puede ser…

—Pero no te preocupes —su madre se acercó, su voz llena de dulzura falsa—. Aunque no te recordemos… puedes quedarte aquí.

Intentó tocarle el rostro, pero su piel se desmoronó en polvo. Su madre y su padre se desvanecieron ante sus ojos como si nunca hubieran existido.

Ryuusei cayó de rodillas, sus uñas clavándose en el suelo podrido.

—Esto es una mentira… Esto es una maldita mentira…

Pero, en el fondo de su alma, sabía que esa era su verdad: un hijo que sus padres nunca recordaron. Un cuerpo que nunca moría, pero tampoco vivía. Atrapado en un ciclo de dolor interminable.

—Solo… quiero desaparecer…

En ese instante, en la lejanía de su subconsciente, una voz susurró su nombre. Una voz que no era de sus padres, sino de alguien más. Alguien que aún lo recordaba.

Sus pensamientos eran un remolino de desesperación, y su entorno cambió de nuevo. Ahora estaba en el pasillo de su antigua casa. El aire era pesado, cargado con un hedor metálico y dulzón. La puerta entreabierta del cuarto de sus hermanas dejaba ver un resplandor tenue y un goteo constante.

Con el corazón latiendo descontroladamente, empujó la puerta.

La habitación estaba sumida en sombras, pero los rastros de sangre brillaban con un tono carmesí enfermizo. El suelo estaba cubierto de charcos oscuros, y las paredes adornadas con salpicaduras. En el centro, sus dos hermanas, con los ojos pálidos y vacíos, lo miraban.

—Ryuusei… —sus labios muertos se movieron con una voz quebrada—. Nos dejaste solas… Nos olvidaste, ¿verdad?

—¡No! ¡Yo nunca…!

—Nos prometiste protegernos… pero míranos ahora…

Ryuusei sintió una presión insoportable en su pecho. Quería gritar, quería huir, pero sus piernas estaban clavadas al suelo.

Una de ellas levantó una mano. Sus uñas ennegrecidas se estiraron hacia él.

—Ven con nosotras, hermano…

—Regresa a casa…

Sus voces eran dulces, melancólicas, pero llenas de algo más: la carga de su fracaso.

Cuando bajó la mirada, sintió algo húmedo en sus manos. Estaban cubiertas de sangre. Y en el suelo, entre los cuerpos, yacían sus martillos del caos manchados de sangre. La peor de las culpas lo golpeó: ¿Él había hecho esto?

Ryuusei sintió que algo dentro de él se quebraba. Su visión se volvió borrosa y, de repente, todo cambió.

Ahora estaba en un espacio vacío, un limbo gris, frente a él mismo a los seis años.

El niño lo miraba con una sonrisa inocente, sosteniendo un dibujo de una familia feliz.

—Oye, Ryuusei —su voz sonó suave, pero rota—. ¿Recuerdas esto? La familia que juraste proteger. Dijiste que te harías fuerte, que nunca nos dejarías… Entonces, dime… ¿dónde están ahora?

Ryuusei sintió que el aire se le escapaba. El niño ladeó la cabeza.

—Papá y mamá no te recuerdan. Tus hermanas… bueno, ya las viste, ¿no? Y tú… tú ni siquiera quieres vivir.

—Tú… —Ryuusei apretó los dientes—. ¿Quién eres realmente?

—Soy tú. ¿No me reconoces? —sonrió—. Soy el Ryuusei que creía en los sueños, el que pensaba que la vida siempre podía mejorar.

Ryuusei sintió un peso en el pecho, como si mil agujas se clavaran en su corazón.

—Entonces… —susurró—. ¿Por qué estás aquí?

El niño dio un paso adelante.

—Para hacerte una pregunta. Si pudieras regresar en el tiempo… ¿volverías a nacer?

El mundo se volvió silencioso.

—Dime la verdad, hermano. No quieres vivir, ¿verdad? No tienes a nadie. No tienes un hogar. No tienes propósito.

Ryuusei respiró hondo, con los puños temblorosos.

—…

El niño se acercó aún más, levantando el dibujo, que ahora estaba manchado de sangre.

—¿O acaso todavía crees que puedes ser feliz?

Ryuusei ya no podía soportarlo más. Su mente estaba fracturada.

—Vamos, Ryuusei —susurró—. Dilo.

Ryuusei cerró los ojos con fuerza.

—¡YA BASTA! —gritó con toda su fuerza, su voz temblando entre la desesperación y la rabia.

El vacío se estremeció, pero el niño no se movió. Ryuusei cayó de rodillas y, por primera vez en años, lloró.

—¿Para qué… para qué seguir viviendo? —susurró, con la voz rota—. Si ya estoy muerto… si nadie me recuerda…

El niño inclinó la cabeza.

—Entonces, ¿quién eres realmente?

Ryuusei levantó la mirada. La pregunta golpeó más fuerte que cualquier puño.

¿Quién era él? Un cadáver que se negaba a descomponerse. Un monstruo sin derecho a morir.

—¿Ves? —susurró el niño—. No tienes un "yo" verdadero. Solo eres lo que el mundo quiso que fueras… y ahora el mundo ha decidido que no eres nada.

Ryuusei sintió su cuerpo temblar. No era nadie. No quería existir.

El vacío se rompió.

Un grito atravesó la negrura de su mente. No era el grito de una alucinación; era un eco psíquico, la última chispa de rabia y terror.

—¡Ryuusei, ayuda!

Era la voz de Aiko.

Ryuusei abrió los ojos de golpe. Su entorno era un desierto de cenizas y sombras. El reflejo de su mente. Intentó moverse, pero un dolor indescriptible recorrió su cuerpo.

Algo estaba mal. Sus manos tocaron su rostro…

No tenía piel.

Un escalofrío inhumano recorrió su cuerpo cuando sintió la textura de su carne expuesta, húmeda, palpitante. Había regresado a la vida, pero su reconstrucción lo había dejado como un ser de carne viva, sin una sola capa de piel que lo protegiera.

Cada movimiento era agonía. Cada respiración, un infierno.

Los músculos de su torso latían, y las lágrimas resbalaron de sus ojos sin párpados.

Pero entonces… algo apareció en su mano.

Su máscara. Negra y blanca. El Yin y el Yang.

Un símbolo que le recordó su propósito. Con manos temblorosas, levantó la máscara y la colocó sobre su rostro de carne viva.

El frío del material contra su piel expuesta lo hizo estremecerse. Pero por primera vez, sintió algo parecido a consuelo.

La máscara cubrió su deformidad. Lo separó del mundo.

Le devolvió su identidad.

No era un héroe .No era un monstruo. No era un hombre.

Era Ryuusei Kisaragi

Y alguien lo necesitaba.

La lluvia comenzó a caer.

Gélida. Cortante. Implacable.

Cada gota golpeaba su carne expuesta como si fueran cuchillas de hielo, arrancándole sensaciones que oscilaban entre el dolor y la furia. Pero él ya no podía permitirse sentir.

El tiempo pareció congelarse.

Aurion, con su lanza resplandeciente, estaba a punto de partir la piedra negra de Aiko. Un golpe. Un solo movimiento.

Pero antes de que pudiera hacerlo, una mano espectral emergió de la nada y se cerró como una trampa de acero sobre su muñeca.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo del héroe.

No por miedo. No por duda. Sino porque esa mano no debería existir.

Aurion giró su cabeza y lo vio.

Ryuusei.

O mejor dicho, lo que quedaba de él.

Un cadáver caminante. Un ente grotesco. Un ser que no debería estar en pie.

Un demonio cubierto de sangre y carne viva, sin un solo rastro de piel, excepto por sus piernas, que parecían perturbadoramente intactas.

—…Tú deberías estar muerto. —murmuró Aurion con voz baja, manteniendo la compostura, pero en el fondo sintiendo algo que rara vez experimentaba: inquietud.

Ryuusei no respondió. Solo apretó con más fuerza.

El sonido de huesos crujiendo bajo su agarre retumbó en el campo de batalla.

Aurion frunció el ceño y se soltó de un tirón, dando un salto hacia atrás. No porque estuviera en peligro… sino porque por primera vez, sintió algo parecido a un escalofrío.

Ryuusei estaba allí, de pie en la lluvia, con su máscara del Yin-Yang ocultando lo poco que quedaba de su rostro. Bajo la tormenta, la sangre que manaba de su cuerpo se mezclaba con el agua, formando charcos carmesí a su alrededor.

—Ryuusei… —murmuró Arcángel, quien hasta ese momento se había mantenido impasible. Su tono no era de sorpresa, sino de fascinación.

Como si estuviera viendo algo más allá de lo humano.

Aiko, tendida en el suelo, apenas podía enfocar su vista. Entre el dolor y la derrota, la imagen de Ryuusei regresando del abismo la dejó sin palabras.

Aurion giró su lanza con elegancia y apuntó hacia él.

—No importa en qué estado regreses. Solo significa que tendré que destruirte otra vez.

Pero Ryuusei no habló.

Solo levantó una de sus dagas.

Y desapareció.

El trueno rugió en el cielo al mismo tiempo que el sonido de la teletransportación rasgó el aire.

En un parpadeo, Aurion sintió una presión inhumana en su pecho.

Ryuusei estaba allí, justo frente a él.

Sus ojos, ocultos tras la máscara, reflejaban algo… algo que ni la muerte pudo arrebatarle.

Determinación absoluta.

—Tienes razón. —su voz sonó como un susurro áspero, carente de humanidad. Como si estuviera pronunciando sus últimas palabras.

—Esta vez, no me dejaré matar.

El tiempo se redujo a un solo instante.

El sonido de la lluvia golpeando la tierra.El jadeo tembloroso de Aiko.El resplandor divino de la lanza de Arcángel.El filo de las dagas de Ryuusei cortando el aire.

Un parpadeo. Un destello de acero.

Antes de que Aurion o Arcángel pudieran reaccionar, las dagas de teletransportación de Ryuusei se clavaron en el pecho de Aiko.

Su brazo atravesó la carne sin resistencia, hundiéndose hasta el fondo.

y apareció al frente del cuerpo de Aiko, en las manos de Ryuusei estaba el corazon de la niña y este lo puso en su lugar, de paso la cargo y la puso en sus hombros.

— Vámonos a casa Aiko ya tuvimos mucho por hoy día.

Un latido. Un sonido húmedo y grotesco. Sus dedos se cerraron alrededor del corazón palpitante de Aiko.

La piedra negra, sellada en lo más profundo de su ser, latía junto con su órgano vital. Era cálida… viva…

Y ahora, era suya.

Un destello más, y antes de que Arcángel pudiera reaccionar, Ryuusei usó otra de sus dagas para teletransportarse más lejos.

Las dagas, como si respondieran a su voluntad, volvieron a él en un instante, zumbando como proyectiles afilados.

Aurion vio todo.

Y no lo permitiría, fue volando rápidamente hacia donde estaba el y lo alcanzo.

Su mano se cerró sobre la cabeza de Ryuusei.

Un agarre firme. Inquebrantable. Imposible de evitar.

—Desaparece.

Y apretó.

El cráneo de Ryuusei explotó.

La lluvia se tiñó de rojo, los restos de su cabeza volaron en todas direcciones, fragmentos de hueso y masa cerebral esparcidos por el campo de batalla.

Pero no cayó.

Incluso sin cabeza, su cuerpo seguía en pie.

Incluso sin rostro, sus piernas se movieron.

Pero antes de que pudiera reaccionar…

Una lanza surcó el cielo.

Atravesó el aguacero, imparable. Un relámpago en la oscuridad.

Arcángel había lanzado su arma.

El impacto fue absoluto.

La lanza atravesó el torso de Ryuusei.

Desde su espalda hasta su pecho. Atravesando el corazón.

El sonido de la carne desgarrándose fue grotesco, inhumano.

Por un instante, todo pareció detenerse.

El cuerpo de Ryuusei tembló. Sus músculos se contrajeron en un reflejo instintivo de supervivencia.

Pero esta vez…

No había escape.

La lanza sagrada chisporroteó con energía divina. Su luz consumió la carne muerta. Reduciéndolo todo a cenizas.

Y entonces…

El cuerpo sin piel de Ryuusei finalmente cayó de rodillas.

Pero todo Japón se quedo callado al ver un cuerpo sin cabeza, ni corazón levantarse otra vez y correr sin rumbo fijo a tal punto de desparecer por la neblina de la lluvia 

Mientras la noticia sacudía todo Japón, Ryuusei se arrastraba hasta un callejón oscuro. Su cuerpo regeneraba lentamente los tejidos, cada nervio volviendo a la vida con un dolor insoportable. Cada latido ausente de su corazón le recordaba que no debería estar vivo.

El eco de la lluvia golpeaba el asfalto, mezclándose con el sonido de la sangre goteando de su cuerpo incompleto. Apoyado contra la pared, dejó caer la piedra negra aún cubierta de los últimos vestigios de Aiko. "¿Por qué sigo vivo?", pensó, sintiendo cómo su rostro comenzaba a reconstruirse.

Mientras la multitud gritaba de horror al ver un cuerpo sin cabeza ni corazón corriendo como si aún tuviera voluntad propia, Aurion reaccionó al instante. No podía permitir que aquella grotesca escena eclipsara su imagen.

La sangre aún empapaba el suelo cuando un grito rasgó el aire.

—¡Ayuda! ¡Por favor! —una anciana, atrapada entre los escombros de un edificio derrumbado, extendía su temblorosa mano.

Aurion vio su oportunidad. Sin dudarlo, corrió hacia ella, sus movimientos heroicos capturados por cada cámara y teléfono en la zona. Con un solo brazo, levantó la viga de concreto que la aprisionaba, y con una sonrisa confiada, la cargó en brazos como un verdadero salvador.

Los reporteros enloquecieron. Los titulares ya se escribían solos:

❝Aurion, el Protector de Japón, salva a una anciana en medio del caos❞

Las imágenes de su heroísmo se transmitieron en vivo, opacando por un momento la espeluznante visión del cadáver en fuga. Pero en la mente de todos, el terror seguía latente.

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